Toni Morrison y su advertencia del peligro de las fuerzas fascistas que avivan el racismo
WMagazín publica dos pasajes clarificadores sobre el racismo y la sociedad de la obra de la Nobel de Literatura estadounidense.
La Nobel de Literatura estadounidense Toni Morrison (1931-2019) es la gran narradora de la verdad afroamericana. Una de las personas que mejor ha contado y reflexionado sobre la situación de la población negra y su cultura en Estados Unidos y sobre la raza en general en el mundo. Sus novelas, sus ensayos, sus conferencias y sus discursos cobran una gran vigencia con las protestas de millares de estadounidenses tras el asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020 como consecuencia del maltrato de cuatro policías en Minneápolis.
Toni Morrison puso en sus novelas a blancos y negros frente a la verdad de la memoria del presente y de los prejuicios de su país. Recordó que Estados Unidos se ha levantado sobre la raza, la esclavitud, la memoria, la identidad, la discriminación y la integración de la cultura afroamericana. Nunca se cansó de señalar la manera como los negros han sido tratados en su país. Y no ocultó las críticas a su raza. Entre sus obras destacan Ojos azules, Sula, La isla de los caballeros, La canción de Salomón, Beloved, Jazz, Paraíso, Amor, Una bendición y La noche de los niños.
Gran parte de todo eso está expresado en La fuente de la autoestima, una recopilación de ensayos y discursos editados en España por Lumen en 2019. Entre sus textos sobre cultura, sociedad, literatura y mujeres también hay sobre la raza. WMagazín publica dos pasajes de sendos textos de Toni Morrison que cobran vigencia y son clarificadores sobre la situación general que involucra a su país y a la sociedad en general en todo el mundo.
Hogar es una palabra clave en sus reflexiones. Te invitamos a leer a Toni Morrison, primero con El racismo y el fascismo, es un extracto de La primera solución: discurso de celebración de aniversario, Universidad de Harvard, en 1995; y La raza es importante, una conferencia magistral del Congreso del mismo nombre en la Universidad de Princeton en 1994.
Portada del libro ‘La fuente de la autoestima’, de Toni Morrison, una recopilación de ensayos y discursos de la Nobel estadounidense.
Por Toni Morrison
No debemos olvidar que, antes de que haya una solución final, tiene que haber una primera, una segunda e incluso una tercera. El proceso que lleva a una solución final no es un salto. Hace falta un paso, después otro y luego otro. Algo, tal vez, como esto:
En 1995 el racismo puede ponerse un traje nuevo, comprarse unas botas nuevas, pero ni él ni su súcubo gemelo, el fascismo, son nuevos ni capaces de nada nuevo. Solo puede reproducir el entorno que respalda su propia condición: el miedo, el rechazo y una atmósfera en que sus víctimas han perdido las ganas de luchar.
Las fuerzas interesadas en soluciones fascistas a los problemas nacionales no se encuentran en un partido político u otro, ni en ninguna facción concreta de uno de esos partidos. Los demócratas no tienen un historial inmaculado en lo que al igualitarismo respecta. Y tampoco pueden los liberales alardear de no haber buscado la dominación. Entre los republicanos ha habido tanto abolicionistas como supremacistas blancos. Conservadores, moderados liberales; derecha, izquierda, extrema izquierda, extrema derecha; religiosos, laicos, socialistas: no debemos dejar que tales etiquetas al estilo PepsiCola y Coca-Cola nos engañen, ya que la genialidad del fascismo consiste en que cualquier estructura política es capaz de albergar su virus y casi cualquier país desarrollado puede ser un terreno abonado. El fascismo habla de ideología, pero en realidad no es más que marketing, marketing en busca de poder.
Se reconoce por su necesidad de purgar, por las estrategias que emplea para conseguirlo y por su horror a los planteamientos realmente democráticos. Se reconoce por su empeño en transformar todos los servicios públicos en sociedades privadas, en instigar el ánimo de lucro en todas las organizaciones que no lo tienen, de modo que desaparezca la fosa estrecha pero protectora entre gobierno y empresa. Convierte a los ciudadanos en contribuyentes, con lo que los individuos se enfurecen con solo oír hablar del bien común. Convierte a los vecinos en consumidores, con lo que la medida de nuestro valor como seres humanos no estriba en nuestra humanidad, nuestra compasión o nuestra generosidad, sino en lo que poseemos. Convierte la paternidad en pánico, con lo que votamos contra los intereses de nuestros hijos; contra su propia asistencia sanitaria, su propia educación y su propia seguridad frente a las armas. Y al efectuar esas transformaciones, engendra al capitalista perfecto, dispuesto a matar a un ser humano por un producto (unas deportivas, una chaqueta, un coche) o a generaciones enteras por el control de determinados productos (el petróleo, la droga, la fruta, el oro).
Cuando nuestros miedos estén prácticamente serializados, nuestra creatividad censurada, nuestras ideas comercializadas, nuestros derechos vendidos, nuestra inteligencia transformada en eslóganes, nuestra fuerza reducida, nuestra intimidad subastada; cuando la teatralización, el valor en términos de espectáculo y la mercantilización de la vida se hayan completado, nos descubriremos viviendo no en un país, sino en un consorcio de industrias que nos resultará del todo ininteligible, excepto lo que veamos por una pantalla, oscuramente.
La Nobel de Literatura estadounidense Toni Morrison (1931-2019)./ Del libro ‘La fuente de la autoestima’ (Lumen)- Foto de Timothy Greenfield-Sanders
(…) El factor preponderante en el mundo moderno no es su tecnología: es el desplazamiento generalizado de población. A partir del mayor traslado forzoso de individuos de la historia del planeta: la esclavitud. Las consecuencias de ese traslado han determinado todas las guerras posteriores hasta las que se combaten hoy en todos los continentes. La función del mundo contemporáneo consiste ahora en controlar el movimiento perpetuo de personas, en elaborar políticas para regirlo y en tratar de administrarlo. La pertenencia a una nación, esencia misma de la ciudadanía, está marcada por el exilio, los refugiados, los mediadores, los inmigrantes, las migraciones, los desplazados, los escapados y los sitiados. El anhelo de un hogar queda sepultado bajo las metáforas centrales del discurso sobre la globalización, el transnacionalismo, la fragmentación de países y las ficciones de soberanía. Sin embargo, esos sueños de un hogar suelen estar tan racializados como la casa que los ha originado y definido. Cuando no están racializados, se convierten, como he señalado antes, en un paisaje exterior, jamás interior; en una utopía, nunca un hogar.
Quiero expresar mi reconocimiento y gratitud a los estudiosos de este país y de otros lugares que están despejando un espacio (teórico) en el que se obliga a las construcciones raciales a revelar sus puntales y sus entresijos, su tecnología y su coraza, de forma que puedan generarse acción política, pensamiento intelectual y producción cultural.
Los defensores de la hegemonía occidental presienten la usurpación y ya han descrito, definido y designado como «barbarie» la posibilidad de imaginar la raza sin dominación, sin jerarquía; como la destrucción de la ciudad de las cuatro puertas; como el fin de la historia: todo eso puede entenderse como una tontería, como una estupidez, una experiencia ya dañada, un futuro sin valor. Si, de nuevo, la consecuencia política de la labor teórica se tilda ya de catástrofe, es más urgente que nunca crear un lenguaje no mesiánico para refigurar la comunidad racializada, para descifrar la desracialización del mundo. Es más urgente que nunca implantar una epistemología que no sea ni una degradación intelectual ni una cosificación interesada. Se trata de delimitar un espacio de trabajo crítico que ni purgue la casa racializada a la espera de obtener autenticidad y beneficios para los iniciados ni la abandone a su posturismo magnificador. Si el mundo como hogar por el que trabajamos se describe ya en la casa racializada como un desperdicio, la labor que nos muestran todos esos estudiosos no solo resulta interesante, sino que también podría salvarnos la vida.
Estos recintos universitarios en los que sobre todo trabajamos y a menudo nos reunimos no seguirán siendo un terreno ajeno, entre cuyas fronteras fijadas viajamos de una comunidad racializada a otra como intérpretes, como guías autóctonos; ni recintos resignados a la categoría de castillos segregados desde cuyas balaustradas contemplamos a los desahuciados e incluso los invitamos a pasar; ni mercados donde nos dejamos subastar, comprar, silenciar y comprometer en gran medida, en función de los caprichos del amo y de las tarifas vigentes.
La desconfianza que generan los estudios sobre la raza entre la comunidad homologadora ajena a la universidad solo es legítima cuando los académicos no han sabido imaginar su propio hogar; cuando no han comprendido y reconocido sin dar muestras de arrepentimiento que su valiosa labor no puede llevarse a cabo en otro lugar; cuando no han concebido la experiencia académica como una vida que no está a caballo de dos mundos opuestos ni como una huida de ninguno de ellos. La observación de W.E.B. du Bois es una estrategia, no una profecía ni una cura. Al margen de la doble conciencia exterior/interior, ese nuevo espacio postula la interioridad del exterior; imagina una seguridad sin muros en la que podamos concebir un, si me perdonan la expresión, tercer mundo «hecho expresamente para mí, a la vez abrigado y completamente abierto. Con una puerta que nunca necesite cerrarse».
Un hogar.
**Este es un pasaje de una conferencia magistral del Congreso del mismo nombre en la Universidad de Princeton en 1994.
Toni Morrison (1931-2019) es una de las escritoras más relevantes del último medio siglo. Obtuvo en 1993 el Premio Nobel de Literatura por “su arte narrativo impregnado de fuerza visionaria y poesía que ofrece una pintura viva de un aspecto esencial de la realidad norteamericana». (Puedes ver el perfil de la escritora y la entrevista que le hizo Winston Manrique, en 2012, en este enlace).
Con sus novelas, Toni Morrison puso a los estadounidenses frente al espejo de la verdad sobre la que se había levantado ese país: la raza, la esclavitud, la mujer y la memoria que tienen como base la identidad y la integración de la cultura afroamericana. Su voz baja y nítida aborda estos temas entrelazados con la amistad y el amor bajo una presencia ausente: la muerte.
Morrison utilizó un lenguaje lírico impregnado de intemporalidad y con estructuras singulares, a veces como para ser leído en voz alta. Así fue como se convirtió en uno de los pocos escritores que ha tenido el privilegio de gozar de la admiración del público y de la crítica más especializada.
Creó una alianza perfecta entre la magia de la voz oral de sus ancestros y la belleza de convertirla en palabras y su compromiso con la historia y la memoria de su raza y preocupaciones de siempre que cobran una vigencia importante.
Debutó en 1970 con Ojos azules, a la que siguieron las novelas Sula (1973), La canción de Salomón (1977) por la que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, La isla de los caballeros (1981), Beloved (1987) por la que recibió el Pulitzer y Jazz (1992) que no dejó dudas de su maestría para que le concedieran el máximo galardón al año siguiente. Cinco años después reapareció con Paraíso (1997), y luego Amor (2003), Una bendición (2008), Volver (2012) y La noche de los niños (2015). Once novelas en total, un par de libros infantiles y cuatro ensayos, casi todos editados en España en Lumen y Debolsillo.