Todos somos Mafalda
Nosotros antes de leer a Quino no éramos más que la materia prima que Quino usó para convertirnos en el nosotros que somos ahora.
O Felipe. O Susanita. O Miguelito. El fallecimiento de Quino ha llenado la prensa y las redes sociales de lamentos por el queridísimo autor. Y, sin embargo, en pocos de ellos se señala que el humorista, además de responsable de un universo gráfico deslumbrante, es también responsable en parte de todos nosotros. Puede parecer extraña la frase anterior, salvo que distingamos entre aquellas obras de arte que se ajustan a nuestros valores narrativos o estéticos, y aquellas otras obras de arte que los crearon.
Claramente la obra de Quino pertenece a esta segunda categoría: no se trata únicamente de lo que nos gusta su lectura, se trata de lo mucho que nos ha formado el entendimiento para seleccionar después entre todo lo demás, iniciando una reacción en cadena de extensísimas consecuencias. Le conocimos en nuestra primera juventud, y le leemos hoy con un placer primigenio, original, una certeza directa en la que reconocemos un hito en nuestra construcción como personas. Supongo que la manzana considera que el árbol más bello es el manzano. Creando a Mafalda, Quino terminó creándonos un poco a todos nosotros.
En el Museo de Pesas y Medidas de la ciudad de París se guardó durante muchas décadas una barra de platino iridiado que constituía el patrón de la medida de 1 metro. Yo me he pasado horas mirándola fascinado, no ya porque dicha barra midiera exactamente 1 metro, sino porque 1 metro midiera exactamente dicha barra. Así es como funcionan los cánones. Las grandes obras de arte que se vuelven normativas no lo hacen porque se ajusten a unos criterios de relevancia y belleza previos, sino porque su acierto radical las imponen como los modelos contra los que deberán medirse las demás obras de su tiempo.
No es que la obra de Quino -toda ella, no olvidemos que Mafalda ha eclipsado un montón de álbumes importantísimos, repletos de viñetas de humor corrosivo que el genio publicó a lo largo de su carrera- sea un prodigio de inteligencia, análisis social y calidad técnica, sino que la inteligencia, el análisis social y la calidad técnica son la prodigiosa obra de Quino. Siempre he pasado sus páginas con la emoción que hubiera sentido en caso de haber tocado la barra de platino iridiado de París.
Los grandes autores crean grandes piezas de arte. Pero los grandísimos autores crean también a sus propios espectadores. Puede parecer absurdo, pero el mismo humorista gráfico nos lo ha explicado. Como si toda su obra estuviera dentro de una de sus propias viñetas, en Quino la lógica se distorsiona, la flecha de la causalidad se retuerce hasta convertirse en un garabato, la punta del lápiz asoma por las esquinas de las páginas, los objetos representan a sus representaciones. La parte es mayor que el todo, el espacio es flexible y el tiempo padece una incurable arritmia supraventricular.
Con la racionalidad convertida en un niño que chapotea en medio de un enorme charco de barro, de pronto e inesperadamente todo cobra sentido, muchísimo más sentido que antes. Nosotros antes de leer a Quino no éramos más que la materia prima que Quino usó para convertirnos en el nosotros que somos ahora. Mafalda. O Felipe. O Susanita. O Miguelito. Un poco aturdidos por no tener claro si estamos dentro o fuera de una tira de Quino.