Isabel II, Diana de Gales y Margaret Thatcher, la triple corona de 'The Crown'
La serie de Netflix estrena su cuarta temporada con las tres mujeres como protagonistas.
Parecía que uno de los platos fuertes de la cuarta temporada de The Crown sería la boda del príncipe Carlos con Lady Di, pero nada más lejos de la realidad. La serie no dedica más de cinco minutos al enlace real, concretamente al momento en el que la ya desgraciada pareja se prepara para salir hacia la Catedral de San Pablo. La producción prefiere ir más allá, centrarse en los entresijos de un matrimonio desdichado. Al fin y al cabo, la boda ya la vieron en su día más de 750 millones de espectadores en todo el mundo.
La serie de Netflix sobre Isabel II vuelve a lo grande con las incorporaciones de Diana de Gales y Margaret Thatcher. Los nuevos personajes, interpretados por Emma Corrin y Gillian Anderson respectivamente, no roban el protagonismo a Olivia Colman, consiguen crear un triángulo que sostiene toda la temporada y que permite que las tres tengan minutos suficientes en pantalla para lucirse.
Nuevas tramas, pero la misma fórmula: Peter Morgan, creador de la producción, consigue hacer un retrato íntimo de una familia superexpuesta sin estridencias ni morbo. Son personas, no personajes. Por eso The Crown resulta fascinante hasta para aquellos a los que les importa un bledo la monarquía británica. A través de esa familia la temporada cuenta la historia de Reino Unido. En esta ocasión desde que Margaret Thatcher toma posesión en 1979 hasta 1990, cuando la primera ministra dejó Downing Street, y con la década más turbulenta para los Windsor todavía por delante.
The Crown también reserva un capítulo para contar una de las historias más surrealistas sobre Isabel II, la de Michael Fagan, el hombre asfixiado por las deudas que burló la seguridad de Buckingham y se coló en su habitación. Mención aparte merece el episodio dedicado a las primas de la reina encerradas en un psiquiátrico y dadas por muertas, pero la temporada tiene tres nombres propios: Isabel, Diana y Margaret.
La procesión va por dentro
La soberana desde hace más de 30 años, la princesa frágil de cuento de hadas y la Dama de Hierro. The Crown sitúa a las tres mujeres en el centro del poder político y mediático, pero cuenta lo que sucede entre bambalinas, especialmente en el caso de Diana.
Su lucha contra la bulimia es una parte central de su arco narrativo, y se muestra sin florituras. Tanto que la serie ha tenido que poner un disclaimer en varios episodios en el que explica que las imágenes del trastorno alimentación de Lady Di pueden herir la sensibilidad de los espectadores. Emma Corrin, la actriz que da vida a la princesa, pidió explícitamente que no se ignorara esta parte de su vida. La intérprete se enfrenta a su primer gran papel mimetizándose con Diana a través del lenguaje corporal y de su voz.
Pasa de ser una niña ilusionada por conocer al príncipe Carlos y casarse con él a una mujer desdichada, con una salud mental al límite por el comportamiento de su marido y que busca refugio en la aprobación de los demás. Ahí está el capítulo que narra la gira australiana de la pareja en la que la princesa se deja querer por las masas que abarrotan las calles para saludarla. Su marido, ignorado, la toma con ella y se refugia en Camilla. La serie tampoco se corta a la hora de plasmar el romance entre Carlos y su amante y lo presenta como a una persona egoísta y caprichosa.
Su familia tampoco sale muy bien parada con la llegada de Diana, a la que consideran débil, no acogen como a una más y a la que, en algunos momentos, envidian porque goza de mayor popularidad que el resto de los Windsor. Ella sigue sonriendo ante los fotógrafos mientras se desmorona cada vez que cruza la puerta del palacio de Kensington. En el capítulo final ya se deja entrever lo que está por venir: el “basta” de la princesa y la búsqueda de su libertad.
La relación con Isabel II es fría, y Olivia Colman sabe cómo plasmar esa incomodidad y la incapacidad para mostrar afecto —también con sus hijos–. La ganadora de un Oscar hace gala esta temporada de su habilidad para pasar del drama a la comicidad, siempre manteniendo la rectitud propia de interpretar a la reina de Inglaterra. Una rectitud y una actitud de “aquí mando yo” que brilla especialmente en las escenas que comparte con Margaret Thatcher. La serie ahonda en la tensa relación entre ambas y en su choque por las sanciones contra el gobierno del apartheid en Sudáfrica. Las dos mujeres más poderosas del la Inglaterra de los ochenta poco tienen que ver: la primera ministra desprecia las costumbres de la soberana y su familia, mientras que la monarca detesta la falta de empatía y compasión de la política.
Thatcher llega a The Crown como una apisonadora y roba todas las escenas en las que aparece. Gillian Anderson, caracterizada con una enorme peluca, trabajó durante meses para perfeccionar la voz, los gestos y la forma de andar de la política. La serie plasma a la Thatcher más dura, ultraliberal y polémica, pero también a la más vulnerable, preocupada por la desaparición de su hijo en el París-Dakar. Y es que la producción de Netflix no se centra ni en sus políticas ni en su gestión del país, plasma las dificultades de abrirse paso en un mundo de hombres y la decepción después de la puñalada de varios miembros de su partido que la obligó a dejar el cargo.
Se presenta su figura como un ‘ella contra todos’ y se viven momentos verdaderamente incómodos, como cuando viaja hasta el castillo de Balmoral con su marido para pasar unos días con los Windsor. Uno no piensa que puede sentir pena por Margaret Thatcher hasta que ve esas escenas. Ella, desde luego, deja claro en los diez capítulos que no quiere la compasión de nadie.
A pesar de la tensa relación entre la primera ministra y la reina, la temporada termina con un encuentro entre ellas “de mujer a mujer” con la política ya fuera del cargo. Isabel II la condecora con la Orden del Mérito y recuerda que pese a sus diferencias tienen algo importante en común: dos mujeres en lo más alto del poder a las que, aún siendo completamente diferentes, nadie se lo ha puesto fácil. Thatcher deja Buckingham en silencio y entre lágrimas.
Tres armarios, tres personalidades
Una vez más, el esfuerzo de caracterización y vestuario de The Crown es titánico. Las prendas cobran especial relevancia esta temporada con la llegada de Diana. Amy Roberts, diseñadora de vestuario, explicó que su trabajo más difícil durante esta entrega fue recrear los looks de Lady Di en su gira por Australia. Los tejidos en seda, característicos de la época, reinaban en el armario de la princesa.
A estas alturas huelga decir que Diana era un icono de estilo, pero también utilizaba la moda como vía de escape y forma de expresión. Por eso el equipo de la serie decidió incidir en todos los colores que ella hizo suyos y que no vestían otros royals como morados o verdes.
En contraposición a los colores vibrantes está el vestuario de la reina, que se aleja de los colores pasteles de la tercera temporada y viaja hacia tonos más oscuros, más acordes con la situación de crisis que vive el país. El estilo de Isabel II ha permanecido inamovible desde que ocupó el trono y eso se refleja en la peluca que luce en esta temporada Olivia Colman y en su inseparable bolso que lleva hasta dentro del palacio y que utiliza para mandar mensajes a su séquito.
El azul es para Margaret Thatcher. El vestuario es imprescindible en la política, que utilizó los trajes de chaqueta y las blusas de lazada pussy bow como su uniforme de poder. Los trajes con siluetas marcadas servían para endurecer su figura, y la lazada para suavizarla. En una de las escenas Thatcher sale mirándose al espejo, poniéndose laca en el pelo y colocándose sus grandes pendientes de perlas como si se tratara de una armadura. Lo eran.