El drama de La Palma: "Desayunas viendo la lava parada ante tu casa y dices ‘otro día que te escapas’"
Mes y medio después, los vecinos temen tanto a Cumbre Vieja como al momento en que se calme "y todos se olviden de nosotros".
La cortesía de un ‘cómo estas’ inicial se hace difícil de formular a los vecinos de La Palma que han perdido sus casas o que, “casi peor”, ven la lava a 200 metros de la suya. Unos y otros conforman el paisaje humano de una isla coloreada por el magma y la ceniza desde que Cumbre Vieja erupcionó a mediados de septiembre.
La ansiedad lleva a algunos paisanos al deseo irracional de que las coladas arrasen “ya” con todo para evitarse la tortura mental de buscar cada mañana la foto de sus hogares. Les cuentan que el volcán ha comenzado a dar síntomas de cierto debilitamiento, pero no se fían de “este”, como llaman familiarmente a Cumbre Vieja. “Hace lo que manda la naturaleza y eso no se puede controlar”, dicen. 48 días después, la escena no pierde dramatismo.
“Recuerdo a una señora que se sentó en una silla y dijo ‘que me lleve a mí que no quiero ver mi casa consumida’. Por suerte recibió atención psicológica y está a salvo”, confiesa casi de inicio a El HuffPost María Victoria Hernández, cronista oficial de Los Llanos de Aridane. Ella se considera afortunada porque las coladas aún están ‘lejos’ de su domicilio, pero por su posición ha conocido historias más infortunadas. Cita, sin personalizar, a quien “tiene una torre de seis metros de lava frente a su casa y te dice que si la tiene que arrasar, que quiere que sea ya, porque no aguanta ese sinvivir”.
Una tensión similar es la que cada mañana experimenta Ayoze, un periodista palmero cuya casa está a apenas 200 metros de otra colada, en Todoque. Hoy vive fuera de la zona de riesgo, en un hogar familiar que sirve de refugio a varios parientes. Él depende de las capturas que facilita el Cabildo con un dron. “Desayunas con esas fotos y al ver que la colada se ha parado dices ‘un día más que te escapas’. Imagínate el estado anímico”.
Él mismo prosigue; es una montaña rusa que va “por días”. “Si ves que se desborda el lado que va hacia tu casa... Siento, cómo decirte, un duelo en vida, porque es algo material pero no es solo material, es mucho más, tu casa, tus recuerdos. Yo pienso como que le han diagnosticado una enfermedad terminal y tiene un 2% de esperanzas”. A ese levísimo porcentaje se agarra.
Aunque tira de metáforas, sabe con realismo que la cuestión no es simplemente que la lava llegue o no a su propiedad. “No es solo que no puedas volver a tu casa y vete a saber si vuelves, es que no puedes pisar tus calles, tus sitios, tu pueblo... y si vuelves a casa, ni te haces una idea de cuándo. Volver a vivir en las zonas afectadas va a ser muy tedioso y largo. ¿Semanas, meses?”.
A María Victoria le pesa mucho esa parte sentimental, como a todos, pero intenta ser más pragmática: “La frase que nos repetimos es que estamos todos, que lo importante es la vida. El dinero e incluso los sentimientos, el retrato de la abuela, los recordaremos, pero lo importante es que vivimos todos”.
Asegura que la ayuda urgente está llegando. “Lo del dinero es después, ahora es otra ayuda. Y menos mal que hay una atención psicológica, algo más que darnos una valeriana. En la isla hay una organización tremenda. Yo vivo a menos de tres kms de la lava y a mí me funciona el ascensor, me recogen la basura... Parece una contradicción porque cuando hay un desastre todo deja de funcionar, pero aquí todo sigue porque hay un ejército de gente sin descanso”.
A Débora, propietaria de una mercería en El Paso, le sale un testimonio más descreído. Sigue abriendo su negocio pese a la falta de clientes: “No hay gente por las calles, aquí el aire es irrespirable desde hace días y yo estoy a puerta cerrada, pero tengo que seguir porque 2 euros que venda son 2 euros que tengo”.
Habla de desconfianza de las ayudas. Lamenta que nadie se haya puesto en contacto con ella para intentar que su negocio no baje la persiana: “Mira, si no han llamado a mi padre o a mi abuela que han perdido sus casas para saber cómo están o si sencillamente están, no nos van a llamar a los de los comercios”.
El miedo al ‘día después’
Cumbre Vieja ya no es novedad, sino una dolorosa rutina, asumen. Aún así, sigue siendo noticia por su violencia, pero piensan con miedo en el momento en el que “este” se calle y comience la lucha por volver a una vida normal. “Hablamos de ese pavor a que se olviden de nosotros, pero no ahora, sino una vez se acabe esto. Ayuntamiento, Cabildo, Gobierno, todos nos juran y perjuran que no, pero yo, lo que sé, es que nosotros no nos vamos a fallar a nosotros mismos”, explica la cronista de Los Llanos.
Ya se está trabajando en ese día después, continúa contando, poniendo el foco en reabrir con celeridad las vías de comunicación. Tira de su vasto conocimiento de la historia local para hablar del volcán San Juan, en 1949. “Se dio por concluido el 29 de julio y entre el 5 y el 6 de agosto comenzaron a abrirse las rutas, incluso tirando de dinamita”. Sabe que ahora será más difícil por los enormes destrozos, pero no pierde la esperanza. “El ánimo no puede decaer, como decimos aquí somos muy torrontudos”, un término que apenas necesita sinónimos.
“Con las referencias de otras catástrofes no somos muy optimistas sobre ese futuro, la verdad”, añade Ayoze. “Pedimos que que las ayudas entregadas desde Europa, desde el estado, desde las islas lleguen directamente a quienes lo necesitan. Estamos haciendo presión de que sea lo más rápido posible, porque tememos que pase otra cosa en España o en el mundo y desaparezcamos ‘del mapa’”.
Por delante vienen días, semanas quizás, de Cumbre Vieja rugiendo. Y, más allá, “décadas y décadas” para recuperarse de unos daños que siguen siendo incalculables. Explica María Victoria que, más allá de casas o cultivos, se notará en la demografía, pues el desastre ya ha obligado a gente a buscarse la vida fuera y otros, asume, lo harán pronto.
Los trabajos de emergencia para salvar algo de la actividad económica de la isla ya miran al próximo año: “Nuestra zona, la costa de Los Llanos y alrededores, es de las mejores de producción de plátano en todo el mundo. Ya se ha perdido la cosecha de este año y ahora se están haciendo milagros para salvar las cosechas del año que viene”, finaliza.
El futuro aún se ve lejano entre temblores y nuevos rugidos del volcán. Los tiempos los marcará la naturaleza. Y los vecinos sacan ese carácter ‘torrontudo’ para seguir en pie.