La libertad es un lujo que nunca he conocido

La libertad es un lujo que nunca he conocido

Haber crecido en el noreste de Siria me hace ver que llegamos a la mentalidad adulta antes de tiempo. Nos perdimos la infancia. Mi plan de niño era viajar por el mundo.

AL HOLMSF

Qasim, es un sirio de 25 años que trabaja con Médicos Sin Fronteras (MSF) en el campo de Al Hol, al noreste de Siria. Creció en Siria y su vida ha estado marcada por el brutal conflicto que vive su país. Su nombre ha sido cambiado para proteger la identidad

Nací en un pequeño pueblo del noreste de Siria. Crecí con dos hermanos mayores y una hermana, asistí a la escuela Primaria y Secundaria y disfruté de la vida familiar en casa. Me encantaba jugar al fútbol con mis amigos y nadar y hacer viajes familiares a la playa.

Todo esto cambió en marzo de 2011, cuando estallaron los disturbios en las calles de Deraa, Alepo y Damasco con grandes protestas desencadenadas por el malestar y la tortura. Sin embargo, esto no me disuadió de perseguir mi pasión por la educación y fui a la universidad en 2014, tres años después del inicio de la guerra. La universidad fue bombardeada en dos ocasiones y perdí a algunos de mis amigos en la guerra, con explosiones, bombardeos y ataques todos los días durante los dos primeros años.

En 2018 terminé mi carrera y fui a visitar a un amigo en Hassakeh. Me habló de una organización en la que podría conseguir empleo, algo escaso en Siria en ese momento. Un mes después me llamaron para una entrevista y empecé a trabajar con MSF.

En febrero de 2019 me enfrenté a algo que nunca había visto, ni siquiera en medio de la guerra de Siria. Veo la imagen en mi cabeza al recordar que entré en el campo de detención de Al-Hol y vi a cientos de personas con heridas de bala, piernas amputadas y mujeres y niños arrojados desde un camión, muriendo por recibir ayuda. Miles de personas llegaban cada día y MSF intentaba clasificar a los pacientes y proporcionarles atención médica o derivarlos a otros centros de salud según fuera necesario.

Al entrar en el campo de detención de Al-Hol me impresionó la imagen de personas que acababan de ser abandonadas en el desierto, sin comida ni agua y con escasos servicios sanitarios. Esto ocurría en invierno, por lo que estaban casi congeladas. Durante este tiempo, los padres fueron encarcelados y los niños fueron arrebatados a sus madres; sólo los menores de 12 años podían ir al campo.

Las fuerzas de seguridad imponen muchas restricciones a todos los que se encuentran en el campo −sirios, iraquíes y de terceros países− que les impiden salir del mismo. Se calcula que hay unos 11.000 personas, “nacionales de terceros países”, viviendo en Al-Hol, en una zona específica vallada [El Anexo], ya que muchos países no están dispuestos a acoger a sus ciudadanos.

Los niños de este grupo son remitidos a los centros sanitarios fuera del campo solos, sin sus madres, pero con una escolta militar, debido a las extremas restricciones de seguridad en el campo. A menudo no se da información a los padres sobre sus hijos una vez que son remitidos fuera. Recuerdo a un niño de ocho años que fue remitido al hospital nacional después de que le cayera una enorme piedra en la cabeza en el campo. Fue escoltado por las fuerzas de seguridad y murió en el hospital dos días después. Su madre vino a la clínica de MSF para saber qué le había pasado a su hijo, y tuvimos que darle la noticia. Murió sin su familia ni su madre. Suplicó a MSF que tomara una foto de su hijo, pero se nos negó esta petición. El niño fue enterrado en la ciudad de Al-Hol.

Se calcula que en los últimos 10 años han muerto entre 400.000 y 600.000 personas en la guerra. Se han producido graves daños a viviendas, escuelas y hospitales y la economía se ha deteriorado, con un 80% de la población viviendo por debajo del umbral de la pobreza.

La guerra ha creado aproximadamente seis millones de refugiados (el 45% de los cuales son niños) y seis millones de desplazados dentro de Siria, y todos necesitan ayuda humanitaria.

Odio lo que la guerra nos ha hecho a mí y a mi familia. En 2017, mi hermana intentó huir de Siria con su familia y sus dos hijos en busca de una vida mejor. Ella y su hija de un año perdieron la vida en un incendio tras pasar una noche en la frontera iraquí. Nunca procesas estas situaciones, solo sigues viviendo por los que aún están vivos.

Es imposible contar el número de vidas que han sido destruidas; el daño es incomprensible. Muchas personas siguen desplazadas y no pueden volver a sus casas porque no tienen capacidad para reconstruirlas.

Quiero que el mundo sepa que la guerra siria aún no ha terminado. Tal vez sea la fatiga de los medios de comunicación lo que hace que la gente no hable de Siria, pero la guerra no ha terminado.

Quiero que el mundo sepa que la guerra siria aún no ha terminado. Tal vez sea la fatiga de los medios de comunicación lo que hace que la gente no hable de Siria, pero la guerra no ha terminado.

El mundo debe actuar para salvar a toda una generación que sólo conoce el trauma, el hambre y el abuso. Pero no son sólo los niños sirios, hay muchos niños de terceros países detenidos en centros de detención, campos y viviendo en las calles, con enfermedades como la tuberculosis, la sarna, enfermedades de transmisión sexual y desnutrición grave.

Haber crecido en el noreste de Siria me hace ver que llegamos a la edad adulta y a la mentalidad adulta antes de tiempo. Nos perdimos la infancia y la adolescencia. Si no hubiera vivido aquí y la guerra no hubiera ocurrido, probablemente estaría en otro país, viajando; ese era mi plan de niño, viajar por el mundo. Pero la libertad es un sentimiento desconocido aquí. La libertad es un lujo que nunca he conocido...