Terror en tiempos de crisis
La cultura también es vital. Y una vacuna en tiempos de miedo. Como el cine de terror.
Al principio de la ochentera versión cinematográfica de Flash Gordon, a ritmo de notas de Queen, un Max Von Sydow transmutado en el Emperador Ming, lanza catástrofes a la tierra. Dentro de estas desgracias, exporta un huracán cuyas imágenes son metraje de archivo de otras películas, entre estas, El hijo del Capitán Blood. Y la catástrofe que asola Port Royal en esta última película, no es otra cosa que una monumental tormenta real sobre el puerto de Denia, que fue donde se rodó. Es decir, la película producida por Dino De Laurenttis, muestra una hecatombe sobre otra hecatombe, algo como lo que ahora nos ocurre a nosotros, con una catástrofe sanitaria a la que se va a sumar, se está sumando ya, un desastre económico, generando un miedo inevitable.
El cine de géneros, y especialmente el de fantástico y de terror, siempre se ha consumido en tiempos de crisis, está muy demostrado, hay mucho escrito sobre ello. Desde los tiempos del cine silente, el cine fantástico y de terror ha discurrido en paralelo o como respuesta a los acontecimientos sociales. Por ejemplo, en Estados Unidos, los monstruos clásicos de la Universal nacen en los tiempos de la Gran Depresión, tras el crack del 29. El hombre lobo, el desdoblamiento como metáfora de los hombres contra sus semejantes, aparece en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Mientras la llegada de los extraterrestres en el cine de los cincuenta supone una respuesta a la Guerra Fría y al terror nuclear, las películas de vampiros de los noventa se muestran como una manifestación del miedo al sida. Leatherface corre con su motosierra en La matanza de Texas, película que nos habla del aislamiento social, en un tiempo en el que regresaban los soldados de Vietnam. El cine de terror de psicópatas de principios de los ochenta coincide con una crisis económica, como también la proliferación del fantaterror español de principios de los setenta, con Paul Naschy a la cabeza, coincide con otra crisis y con un caso local, el Matesa, que provocó la desaparición de las ayudas al cine que hasta entonces daba el Banco de Crédito Industrial.
¿Y por qué esa proliferación del terror en tiempos de crisis? Pues porque es terror frente al miedo, que es una cosa menos tangible, como que te quedes sin trabajo, a no tener recursos, o a la muerte, a la tuya propia o a la de tus allegados. En las películas, en el terror, alguien sufre por ti, físicamente mucho más que tú, resultando una catarsis definitiva. Eso llenó en su día las salas, y ahora ese cine se está consumiendo en casa, por imperativo de la pandemia, sobre todo en plataformas, tanto las OTT internacionales como las nacionales tipo Planet Horror, la única en España dedicada exclusivamente al género.
Llevamos unos años que se anuncian, una tras otra, películas que reinventan el cine de terror, algunas de ellas calificadas con las etiquetas de cine indie o “de autor”. Independientemente de que lo de clasificar las películas en “comerciales” y “de autor”, me parece la cosa más antigua del mundo, ya que a casi todas las productoras y los directores se les puede achacar un estilo y por tanto una autoría, tengo claro que estas nuevas películas no inventan nada que no se haya rodado en el siglo pasado. Se supone que ciertos últimos títulos abordan “terror con contenido social”, pero, ¿Aquellas películas, Freaks o Frankenstein, con sus simbolismos no lo abordaban…? Desde que el cine existe, aquellas propuestas eran tan intelectuales, o más, que otras de ahora. Todo está inventado, y el terror ficticio, frente al miedo real, también. Y es demandado, por lo que lo seguimos que tener produciendo, con sus códigos y sus señas de identidad.
Y en este momento el consumo del terror ficticio, quizá esté mitigando el miedo real. Porque la incertidumbre actual lleva al miedo, y lo desconocido del futuro hace que no se sepa hacia donde tirar. Como en una película de catástrofes, el Covid-19 tambalea todos los aspectos sociales, también las grandes citas culturales como el festival de teatro de Avignon o del de Edimburgo, el de cine de Cannes, y en música el FIB o el Mad Cool. Y, mientras, las salas de conciertos, de espectáculos, las de cine, viven en el miedo de cuándo se reabrirá la actividad. Y lo peor, de qué forma, no sólo por las medidas que se mantengan, sino también por el miedo social, o por lo que los hábitos ciudadanos hayan cambiado.
El mundo de la cultura por su parte espera con expectación medidas de protección en España. Es lógico el miedo al futuro. Al respecto en otros países de Europa, mientras que Italia anunció fondos millonarios de reactivación del sector y suspensión de impuestos, Alemania promueve ayudas directas a empresarios y trabajadores de la Cultura, y Francia se compromete con nuevos créditos estatales, entre otras medidas. Y parece que ya algo se mueve en el sector audiovisual de nuestro país, ya que Netflix, Acción Cultural Española, la Academia de Cine y el ICAA han anunciado que impulsan una línea asistencial para los profesionales del audiovisual más impactados por la crisis. Una iniciativa abierta a recibir colaboraciones de otras entidades, cuyos detalles se elaborarán con los distintos agentes sociales del sector. Toda iniciativa será bienvenida, y será poca para reanudar la actividad. Para que se vuelvan a producir películas con normalidad, también las del fantástico y de terror, tan necesariamente catárticas.
La cultura también es vital. Y una vacuna en tiempos de miedo. Como el cine de terror.