Las terrazas de los bares asedian a los vecinos de Madrid
La nueva Zona de Protección Acústica Especial de Ponzano llega tras años de un "infierno" de ruido, pero los residentes desconfían.
Gritos, cánticos, peleas, obstáculos, suciedad... Ocurre en La Latina, Retiro, Chamberí, Goya, la Plaza Mayor... Los vecinos de los barrios del centro de Madrid denuncian que desde la pandemia las terrazas han invadido el espacio público.
Pilar vive en el barrio de Chamberí, en la calle Ponzano, y forma parte de la Asociación de Vecino El Organillo. Su respuesta cae a plomo nada más preguntarle por la situación que vive el barrio: “Es un desastre”.
Durante la pandemia, para mitigar el golpe a la hostelería, Madrid permitió a los hosteleros aumentar el tamaño de sus terrazas en un 50% para poder distanciar mesas, pero Pilar afirma que algunos lo interpretaron como una señal que les permitía aumentar el número de mesas.
“Se suponía que tras la pandemia tendrían que haber vuelto a su estado original, pero hay muchos establecimientos que no cumplen”, denuncia esta vecina que admite que desde hace “dos años” en el barrio viven “obsesionados con el ruido”, que les impide descansar y llevar una vida normal.
Ante las quejas y demandas vecinales, el Ayuntamiento aprobó el martes de la semana pasada una nueva Zona de Protección Acústica Especial (ZPAE), una normativa específica y más restrictiva que la ordenanza general, que se aplica en zonas especialmente saturadas, para la zona de Ponzano y los barrios adyacentes.
Preguntado por El HuffPost, el consistorio señala que la gran mayoría de terrazas ampliadas durante la pandemia ya han vuelto a su estado original, al tiempo que señalan que sus acciones con la nueva ZPAE de Ponzano demuestran que toman en consideración las demandas vecinales.
La nueva norma contempla horarios más restrictivos para la recogida de las mesas y sillas, que tendrán que desaparecer entre las 23:00 y la 1:30. El horario depende de cómo de saturadas estén las calles, si es un día entre semana, fin de semana o víspera de festivos y de la temporada del año (desde el 15 de marzo al 31 de octubre se considera temporada alta y los horarios se alargan más).
Estas medidas, sin embargo, no han sido recibidas por los vecinos con demasiado júbilo, la ven insuficiente. Están acostumbrados, declaran, a que los horarios no se cumplan y a que las denuncias que interponen no se tramiten. “La norma es un papel, si no hay medios, pues no se va a aplicar, porque los hosteleros por sí mismos no lo van a hacer”, sostiene Pilar con resignación.
M.G. es otra vecina de Ponzano, y el infierno de ruido que describe se traduce en que, por ejemplo, tenga que dormir a su hija de un año y pocos meses en el pasillo de su vivienda porque la habitación de la pequeña da a la calle: “No podemos hacer nada en el salón, nuestra vida se reduce a los dormitorios interiores”.
El ruido trae también un males económicos añadidos. Ante la desesperación, los vecinos se ven obligados a dormir en verano con todas las ventanas cerradas y el aire acondicionado puesto, obligándoles a pagar facturas estratosféricas, o a hacer obras para cambiar sus ventanas. M.G. se ha gastado 15.000 euros en instalar ventanas y contraventanas que la aislen del ruido a ella y su familia.
Para esta vecina la nueva ZPAE no resolverá el problema: “No tengo esperanzas de que cambie nada, porque si no cumplen nada y las sanciones no se tramitan...”, cuenta esta vecina. Desde El Organillo denuncian que a pesar de que denuncian a la policía, muchas veces no se personan a tiempo y cuando levantan acta, estas no son tramitadas por las Juntas Municipales del distrito.
Por su parte, el gobierno municipal afirma que en los distritos se han abierto 2.291 expedientes, se han impuesto 933 sanciones y 59 multas coercitivas.
“Este barrio es una ZPAE, aunque no lo parezca”
Saturnino, de la Asociación de Vecinos de las Cavas, en el barrio de La Latina, describe un ambiente muy similar al que se vive en Ponzano. Incide en que el ruido no atañe solo a la hostelería, sino que dura prácticamente 24 horas. Cuando cierran los bares, también infringiendo el horario estipulado, según denuncia, “llegan los camiones de la basura y los servicios de limpieza y por la mañana temprano los camiones de reparto para abastecer nuevamente a la hostelería”.
“He tenido que cambiar la disposición de los dormitorios al interior de la casa, no hay ningún cuidado y las autoridades conceden cada vez más licencias con la excusa de que la hostelería crea mucho empleo, aunque ya hemos visto que es un empleo de mala calidad y que aporta poco a la Seguridad Social”, afirma Sánchez.
La hostelería, según el Ayuntamiento de Madrid, supone el 4,1% del PIB de Madrid y supone el mantenimiento de 6.000 puestos de trabajo. Sin embargo, Tanto Sánchez como M.G. se preguntan si lo que produce por un lado no lo estará restando por otro. “Yo también necesito descansar para poder ser productiva y rendir en mi trabajo”, comenta la vecina de Ponzano.
No muy lejos de las Cavas se encuentra la Plaza Mayor de Madrid, que en los últimos años de ha convertido en el punto de encuentro de los hinchas de equipos de fútbol extranjeros que visitan la ciudad. Las terrazas también han aumentado y están presentes en las calles cercanas.
La imagen del turismo y las juergas a veces hace olvidar que la Plaza también es el hogar de los vecinos, que viven inmersos en el calvario del ruido y la invasión del espacio público, cuentan. Ricardo Bustos es uno de ellos: “Estufas, sillas, mesas, contenedores de basura... Las aceras están llenas de obstáculos y a veces no se deja el espacio suficiente para poder circular tranquilamente, aquí hay muchos vecinos mayores que viven en un ambiente lleno de dificultades”, cuenta este vecino.
Desde la Asociación de Vecinos de la Plaza Mayor advierten de que ya se han marchado algunos vecinos y se quejan de que exista una “violencia y miopía” tan grande por parte de las administraciones que a su juicio están convirtiendo este “espacio histórico” en un “supermercado”. “Esta plaza siempre ha estado habitada, y antes que cualquier otra cosa es el hogar de los vecinos”, concluye Bustos.
El “efecto llamada” satura los distritos de Retiro y Salamanca
La proliferación de las terrazas en el centro de la ciudad ha provocado un “efecto llamada”, explica Felix Sánchez, de la Asociación de Vecinos de Retiro Norte: “Nuestro barrio siempre ha tenido hostelería, pero más tradicional, de tabernas, con la pandemia las terrazas se expandieron y de ser un barrio residencial hemos pasado a ser uno de ocio”.
Habla en general, pero Félix se refiere sobre todo a la zona del barrio de Ibiza, pegado al parque del Retiro: “La gente viene y hace el pack, se pasea por el parque y después se queda tomando cañas. Vivir en Menéndez Pelayo significaba ser un privilegiado por tener vistas al Retiro, ahora no puedes tener las ventanas abiertas”.
Este vecino vive en un octavo piso, pero asegura que eso no le salva: “Tengo un bar abajo que en verano pone 16 mesas de terraza, es insoportable”. Como M.G., Sánchez ha tenido también que gastarse 5.000 euros en cambiar sus ventanas de su casa.
Por si el ruido fuera poco, Félix señala que el rápido crecimiento del número de bares y terrazas ha generado más residuos para unos servicios que en el barrio no están dimensionados para ser solventes. En definitiva, las calles están más sucias.
Este vecino traslada la situación que vive una vecina, que en verano ve cómo más de 30 mesas se expanden frente a su casa. La mujer, que vive encima de un 100 Montaditos, asegura que ha llegado a pensar en irse “de su casa a causa del ruido que producen las sillas, voces, cánticos y música”. También afirma que no puede abrir las ventanas y hay horas en las que circular por la calle es imposible debido a la “acumulación” de gente en las aceras.
El “desmadre” y el “descontrol” que describen los vecinos entrevistados para este reportaje se suceden también en el barrio de Salamanca, donde una Catalina Carbayo, una vecina, cuenta que tiene un “trauma” con el ruido.
Consiguió que desmantelaran cinco de las seis terrazas que tenía debajo de su ventana en la calle Conde de Peñalver a golpe de denuncias, sin embargo, sigue con la intranquilidad en el cuerpo. “Mi marido y yo seguimos teniendo la sensación de desasosiego de no saber si vamos a poder descansar bien”, cuenta.
Aunque las terrazas han desaparecido, no lo han hecho los carteles de promoción y las mesas altas que los establecimientos sacan a la acera, invadiendo parte del espacio público. En las calles cercanas, la situación no ha variado en exceso, cuenta esta vecina.
Pero no se trata solamente de un problema de convivencia. Los entrevistados también ponen el acento en la desaparición del pequeño comercio de sus calles: solo se abren bares y más bares. Se preguntan si el modelo de negocio es sostenible y conveniente.
La Federación de Asociaciones Contra el Ruido, que aúna a las asociaciones de vecinos de toda España afectadas por estos problemas, celebró su primer encuentro el pasado 21 de noviembre. De esa reunión salió un documento en el que exigen a las administraciones que tomen cartas en el asunto al mismo tiempo que denunciar su pasividad.
Los vecinos apuntan directamente al Gobierno municipal, conformado por el Partido Popular y Ciudadanos, como los culpables del “abandono” que sufren. Denuncian un deterioro constante, desconfían de la palabra del consistorio y exigen que hagan que las normas se cumplan.
El descanso y la tranquilidad de miles de vecinos de Madrid depende de que la norma no acabe mojada por las cañas.