Teletrabajo, OKUDA y la desbrozadora de Amazon
Esta cuarentena hará reflexionar acerca de qué sería del mundo sin aquellos que comparten su arte con todos.
Para las personas que estamos acostumbradas a trabajar desde casa, la cuarentena no es sino un episodio más de nuestro día a día; un poco más confinados, es cierto, pero en lo sustancial poco o nada cambia a una jornada laboral non stop. Es durante el fin de semana cuando se percibe más el cambio, esa rareza de tener que permanecer sí o sí en una casa que, desde hace tiempo, se ha convertido en nuestro puesto de trabajo. Inevitablemente se escribe más, se lee más, se corrige más. Todo se intensifica más.
Por ello es habitual intentar rellenar el vacío de la mirada exterior con una ingente cantidad de estímulos interiores, y cuando el estrés o la propia complexión física no permiten asistir a los innumerables cursos de yoga, TRX, mindfulness o comida insana que las redes ofrecen a marchas forzadas, la cultura y las nuevas tecnologías son lo único que queda.
He hecho visitas virtuales por innumerables ciudades, solo para recordar cómo era la sensación de viajar, de descubrir nuevos lugares y de callejear, un precioso verbo que define a la perfección el modus vivendi de nuestro país. Y cuando descubrir travesías de Bilbao, visitar los múltiples distritos de Viena o adentrarse en un paseo por las obras urbanas de Banksy ya no dan para más, me entrego a la magnífica sensación de visualizar cine y más cine, que no solo es mi medio de vida, sino, sobre todo, mi manera de vivir.
Así recalé en un documental sobre uno de los artistas que más me ha interesado desde hace años, Okuda (Óscar San Miguel Erice), al que descubrí en 2015 al enterarme de que había convertido la iglesia de Santa Bárbara de Llanera, cerca de Oviedo, en un templo skater. A la impresión inicial de saber que había customizando el interior del templo del modo en que solo él puede hacerlo, le siguió una inmensa curiosidad por descubrir quién se encontraba detrás de aquel artista con nombre de videojuego que ponía color a la realidad más mundana y gris.
Por ello es tan interesante el documental Equilibri by Okuda San Miguel (2018) de Batiste Miguel, una cinta en la que se hace el seguimiento no ya del street art de Okuda, sino de un momento muy concreto, cuando le fue solicitada su participación en las Fallas valencianas con una obra de más de treinta metros. A través del documental, que tiene mucho de reportaje, se asiste a la construcción paso por paso de la escultura, la cual culmina en una cremà emocionante en la que se resuelve que el artista es capaz de soportar la destrucción de su falla por las llamas. Sin duda, su obra más efímera.
Los escasos cincuenta y cuatro minutos de duración del documental se presentan como un entremés para un artista del que se podría decir mucho más, máxime en tiempos de cuarentena, cuando el tiempo se dilata y la sensación de vacío se acrecienta. Por eso no es extraño seguir pululando en nuestro bagaje cultural en busca, casi siempre, de otros seres humanos que nos ayuden a resistir.
Y aquí es donde entra Xosé Antonio Touriñán, actor y humorista gallego que, desde hace semanas, anima el espectro online con un perfil de Instagram que entrega altas dosis de humor surrealista. El que fuera actor de Fariña (2018) y el esclavo Agorastocles en la genial Justo antes de Cristo (2019, 2020) realiza innumerables improvisaciones desde hace un mes con su compañero David Perdomo, dos héroes de la resistencia humorística que han congregado a más de veinte mil espectadores.
En uno de sus espectáculos (o tal vez programas, o bolos, o improvisaciones), Perdomo y Tourniñán han llegado a interpretar a un teleoperador de Amazon y a un cliente mayor, algo desnortado y sin experiencia en el eCommerce, cuya única aspiración es hacerse con una desbrozadora para su jardín.
Tal fue el éxito de su primera entrega, que sin dudarlo se adentraron en la misma experiencia con AliExpress, en la que mostraban la llamada a un teleoperador por un cliente que solo admite cookies en el ordenador si son de mantequilla, que aspira a recibir una desbrozadora con un disco de diamante “para su señora” y un roscón de reyes para sus hijos. El sketch llega a la absoluta risión cuando Dani Rovira (el gran Dani Rovira) escribe en directo durante la improvisación de Tourniñán y Perdomo, y le prometen enviarle su propio roscón, junto con un “kinder sorpresa” y un “conejo de chocolate”.
Y así, día a día, a las once de la noche, los humoristas iluminan a cuantos se conectan a sus directos, en un arte irreplicable y efímero que, como la falla de Okuda, se consume durante la noche.
Es de suponer que esta cuarentena hará reflexionar acerca de qué sería del mundo sin aquellos que comparten su arte con todos, y sin la cultura que pone color a un confinamiento nada ordinario, pero del todo gris. Espero que así sea.