Tecnológicas y democracia
Vivimos una situación de gran transformación tecnológica que ha propiciado y potenciado la aparición de líderes populistas, como Putin, Bolsonaro y Trump.
Desde una óptica de estricta supervivencia, las noticias y previsiones para el futuro no son halagüeñas. El conflicto bélico está ahí, no es que sea una amenaza, sino que es la realidad. Y hay más cosas, en parte derivadas de la guerra de Ucrania (crisis energética, alimentaria y de precios), pero en parte que ya se arrastraban de hace un tiempo. Unas, como la covid-19 y el calentamiento global, ya se han convertido en una seña de identidad de esta época, y otras, como la revolución tecnológica y digital, nos acompañan directa o indirectamente desde comienzos de este siglo, marcando una nueva época, de ruptura también con el antiguo orden internacional, con la caída del muro de Berlín en 1989.
Las reacciones a la invasión de Ucrania evidencian la gran polarización que hay en el mundo y en las sociedades del mundo con respecto a la geopolítica. La invasión de un país pequeño por otro mucho más poderoso, que había sido tradicionalmente una de las situaciones que generaban mayor consenso en contra por parte de la población mundial, hoy han dejado de suscitar ese sentimiento, al menos de una manera general: muchos países y sociedades mundiales han aceptado activa y/o pasivamente las consecuencias de las decisiones de Putin.
Lo cierto es que hoy vivimos una época de grandes cambios. Y dentro de esos cambios, vivimos una situación de gran transformación tecnológica que ha propiciado y potenciado la aparición de líderes populistas, como Putin, Bolsonaro y Trump, por citar al triunvirato más referente. Paralelamente, la covid-19 ha producido movimientos en la geopolítica. EEUU ha cedido el liderazgo en la lucha contra el nuevo coronavirus, mientras China ha intentado hacer al menos parte de esa función. Al inicio de la pandemia parecía, incluso, que los regímenes autoritarios como China podían ganar la partida a las democracias, merced a la suma de centralización de las decisiones, control social y tecnologías de control digital; sin embargo, en la actualidad su apuesta autoritaria por el cero covid ha entrado en crisis con los nuevos brotes, de manera que se han visto sus debilidades en la falta de transparencia sobre el origen de la pandemia en relación con la OMS, y en las sucesivas olas y en particular en la actualidad, tanto en la gestión de los datos de la complejidad como en la dirección política de la incertidumbre, factores para los que la pluralidad, la democracia y la descentralización parecen suponer una ventaja competitiva. En este sentido su intento de convertir la pandemia en una ventaja de hegemonía geopolítica tampoco ha funcionado.
Estados Unidos podría estar perdiendo, también, la ventaja que llevaba en la carrera tecnológica. De hecho, se podría decir que la revolución tecnológica está produciendo grandes tensiones en el plano de la geopolítica, de tal modo que hay una gran lucha entre ambas potencias por el control de las infraestructuras 5G, de gran importancia para la seguridad, y en la producción de un nuevo armamento, basado en drones con las técnicas más avanzadas de inteligencia artificial y reconocimiento facial. Conviene destacar que en la guerra como en la pandemia también se han visto los límites de la digitalización, la inteligencia artificial y la robótica, demostrando que, si acaso, son un buen complemento de la guerra tradicional y de la inteligencia sobre el terreno, pero algo limitado frente a la resistencia y de la voluntad de combatir de todo un pueblo.
La impresión que nos queda es de gran inestabilidad en el gobierno, o mejor, en el desgobierno del planeta. Se afianza la sensación de que vivimos en un momento excepcional.
Intercalemos aquí un paréntesis con un tono más personal: nosotros pertenecemos a la generación de la transición, con eso queremos decir que años atrás hemos visto la legalización del PCE y la movida, hemos asistido a los mítines de Santiago Carrillo y a los conciertos de Antonio Vega, y no se puede decir, por tanto, que no hayamos vivido experiencias de cambio y de distintos tipos, incluyendo épocas convulsas en un tiempo en que la gran protagonista era la novedad. Pero nunca habíamos vivido unos momentos como estos (sin pretender caer en un discurso apocalíptico), con la impresión de que algo muy grave podría ocurrir en cualquier momento. Ojalá que estemos como se ha anunciado con frecuencia por los más optimistas, quizás de manera un tanto ingenua, en el amanecer de una nueva era para beneficio de la humanidad, en la que la globalización y la tecnología, con los avances en inteligencia artificial, robots y tecnologías similares, extenderán el progreso a todo el mundo; y no como anuncian los más apocalípticos, en el fin de la historia.
Lo cierto es que las grandes plataformas tecnológicas, las GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), los grandes titanes alrededor de los cuales se ha ido consolidando Internet, que dominan el escenario mundial junto con sus equivalentes chinas (TikTok, Alibaba) y que fueron creadas como un estandarte de las libertades, están lejos que cumplir esa función. Por el contrario, con la gran concentración de la información que han propiciado y todo el poder que eso lleva asociado, son grandes aliadas de las ideas populistas y contribuyen de una forma muy importante a erosionar las democracias. Los grandes autócratas, los regímenes autoritarios, con China a la cabeza, utilizan las plataformas tecnológicas, el big data y la inteligencia artificial, como elementos de represión y para vigilar a la población. Como dice Moisés Naím, la posverdad, la polarización y el populismo se potencian por el cambio tecnológico. Y podríamos añadir: con la utilización de las nuevas tecnologías, se están convirtiendo en una verdadera amenaza para las democracias, que parecen estar en retroceso.
Aquí es necesario un gran debate, porque tampoco la actual escalada armamentista y la militarización de Europa bajo el mando de la OTAN favorece su ansiada autonomía estratégica. Ojalá en la UE la legislación europea pueda mostrar al mundo un camino diferente en la defensa de los derechos de las personas, desde la defensa de los valores democráticos más inequívocos.