Por qué los talibán nos dicen (casi) lo que queremos oír
Los islamistas, tras tomar el poder en Afganistán, blanquean su imagen con promesas de derechos para las mujeres, amnistías y vídeos virales. No es más que una máscara.
Talibanes que se dejan entrevistar por mujeres, talibanes que hacen ejercicio en el gimnasio del palacio presidencial, talibanes que comen helados y talibanes que juegan como niños en coches de choque. Son imágenes que rompen con la estampa habitual de los islamistas que sometieron Afganistán desde el poder, entre 1996 y 2001, virales que se acompañan de promesas hechas en pulcras ruedas de prensa: amnistía y no venganza con el adversario, respeto a las mujeres o prensa libre, dentro de los límites de la sharia, claro.
Un extraño comportamiento, un viraje sospechoso que hace aflorar términos que a estos muyahidines no les pegan ni con cola, si nos atenemos a su brutal pasado: “moderados”, “contenidos”, “transformados”, “realistas”, hasta “islamistas de terciopelo”, les llaman algunos medios internacionales. ¿Pero a qué se debe este blanqueamiento? ¿Por qué van de buenos? ¿Qué quieren conseguir?
No, no han mudado de piel, lo que vemos es pura estrategia. Dicen lo que el mundo quiere escuchar, más o menos, para que sobre todo Occidente enarque la ceja y se diga: “a lo mejor los podemos reconocer, si no son tan malos”. Una manera de tener la conciencia tranquila tras la desbandada, también. “Buscan reconocimiento internacional, desviar el foco, tranquilidad para hacerse fuertes mientras afianzan el país y, luego, seguir haciendo lo de siempre: someter, matar, encerrar, torturar, imponer...”, resume Malam Khan Daim, analista del South Asia Democratic Forum de Bruselas.
“Que nadie cometa el error de confiarse. Han tenido 20 años para aprender, muchos en el exilio, en países como Paquistán, y ahora tienen nociones de diplomacia, defensa o economía de las que antes carecían. A eso se suma una nueva generación de talibanes, obviamente más jóvenes, que no están fuera del mundo y saben de redes sociales y de idiomas, de nuevas formas de comunicación. Los llamados talibanes 2.0. Ahora exponen así sus mensajes, mientras EEUU y sus aliados concluyen sus misiones, pero luego volverán por sus fueros. Si lo hacen de forma más atenuada será para no poner en riesgo antes de tiempo ese reconocimiento global”, ahonda.
También, dice, han escarmentado en cabeza ajena, porque saben que el Estado Islámico estuvo en el foco por sus vídeos brutales corriendo por Youtube, “de lo que ellos carecieron en sus años en el poder”. “Eso llama la atención demasiado. Así tienen el campo más despejado. Además, es un espejismo que sólo están llevando a cabo en la capital, que es donde está la prensa internacional. Lo que llega de otras ciudades es lo de sabido. Sin máscara”, avisa.
Gran parte del mundo desconfía de las promesas talibanas, pero “también están los que quieren escuchar esas lecciones edulcoradas de islamismo” para justificar en breve “el reconocimiento de los talibanes en el poder o el establecimiento de relaciones de algún tipo, como las comerciales, en busca de reconstrucción. Los ciudadanos están con las carnes abiertas, desconfiados pero deseosos de que la propaganda no mienta y puedan vivir, que es lo mínimo. Porque vuelta atrás en el cambio de sistema no se ve.
“Después de apoderarse de Afganistán en 1996, los talibanes impusieron su dura interpretación del Islam con castigos como azotes, amputaciones, detenciones arbitrarias y ejecuciones masivas. No hay pruebas de que ideológicamente hayan evolucionado. Sí de que, si vemos apenas el último año, se han sucedido los atentados contra colegios u hospitales, sospechosos de ser obra suya aunque luego reivindicados por el Estado Islámico y con ellos usando a las víctimas para atacar al Gobierno”, abunda en autor.
Aún es pronto, añade, para saber quiénes los asesoran en esta vía de comunicación y políticas suavizadas, pero señala que no estaban desvalidos, que nunca desaparecieron en estas dos décadas de misiones internacionales en la zona y que han contado con mucho dinero proveniente del tráfico de opio -Afganistán es el primer productor del mundo y gran parte de la producción estaba bajo control talibán-, y “dinero lleva a medios, armas, logística y formación”. “No se puede caer en el otro error, el de tratarlos como locos medievales. Su ideología es la que es, pero sus medios son del presente. Han sobrevivido 20 años a una superpotencia. No los despreciemos, eran a quienes EEUU llamaba en 1985 freedom fighters (luchadores por la libertad)”, concluye.
“La ideología central de los talibanes sigue siendo la misma. Todavía quieren imponer un tipo de sharia que es una versión extrema y más rigurosa de la ley islámica que la implementada en otros países”, insiste el investigador Sébastien Boussois, de la Universidad Libre de Bruselas. “Los talibanes han construido una narrativa que es muy diferente a la de la pandilla heterogénea que irrumpió en Afganistán hace dos décadas. Están diciendo: ‘Te liberamos de los estadounidenses y de los malhechores locales, los afganos corruptos que huyeron a Abu Dhabi o a otros lugares con el dinero que se suponía que iba a estabilizar el país’. Pueden presentarse a sí mismos como libertadores, y no sólo como personas que encerrarán a los afganos”, abunda.
“Los talibanes dirán que la ley islámica es un medio para crear un Ejecutivo fuerte y austero, después de años de corrupción y delincuencia”, insiste. Y pueden hacerlo porque, sin ellos, el país tampoco se ha convertido en la democracia (más o menos armada) que se había prometido.
El peligro está en quién es el crédulo que se come este discurso, o quién se hace el crédulo, también. Su narrativa podría llevar a los países occidentales a normalizar sus relaciones con los talibanes, incluso. “Si uno está de acuerdo en que los talibanes han cambiado, entonces podría tratar con ellos para evitar que Afganistán se convierta en una nueva Corea del Norte, o un país en un caos eterno. Si los países occidentales no lo hacen, otros países lo harán, que es lo que está sucediendo con China y Rusia en este momento”. Cuando gobernaron antes, sólo tenían relaciones, y muy básicas, con Paquistán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes y algo con China. Un aislamiento que ahora no desean.
Los votos de moderación de los talibanes se desplegaron de manera extraordinaria el martes por la noche, cuando Zabihullah Mujahid, el portavoz principal, proscrito y exiliado hasta ahora, mostró su rostro en público por primera vez, celebrando una conferencia de prensa en la misma sala donde el Gobierno había hecho las suyas apenas unas horas antes.
Los informadores, amenazados y perseguidos por los talibanes, mostraron una enorme valentía al encarar al portavoz con preguntas nada cómodas. ”¿Cree que la gente de Afganistán les perdonará?”, preguntó un periodista, enumerando la larga campaña de bombardeos y ataques de los talibanes que se cobraron la vida de decenas de miles de civiles locales. Otro hizo ver a Mujahid que se estaba sentando en el mismo lugar ocupado hasta la semana pasada por un portavoz del Gobierno que ha sido asesinado por los talibanes. El nuevo portavoz echó mano de condescendencia para admitir que las muertes de civiles habían sido “desafortunadas”, pero que así son las cosas en la guerra. “Nuestras familias también sufrieron”, se defendió.
También se preguntó en esa comparecencia sobre las diferencias entre los talibanes de la década de 1990 y los de hoy y Mujahid dijo que la ideología y las creencias son las mismas, porque son musulmanes, pero hay un cambio en términos de tiempo pasado: tienen más experiencia y una “perspectiva diferente”.
Reporteros Sin Fronteras (RSF), por la parte que a la prensa concierne, ya ha dicho que “el escepticismo es absoluto” ante las promesas de prensa libre y que unos 100 medios han cesado su actividad desde el avance a Kabul de los talibanes. “Sí nos guiamos por la Historia, la persecución a la libertad de prensa por los talibanes tuvo resultados terribles”, añade la organización.
Hechos, no palabras
Durante su comparecencia, el portavoz talibán siempre quiso proyectar la imagen de ser una “fuerza para la estabilidad”, mientras aprovechaba la temida reputación que adquirieron sus servicios policiales y de inteligencia en el pasado para decir que estarían vigilando por el “buen discurrir” en las calles y, sobre todo, pendientes de los saqueadores. Garantes de la paz, dicen, que van a realizar una serie de cambios de gobierno para mejorar la vida de la población, en lugar de simplemente imponer prohibiciones de inspiración religiosa.
Sin embargo, muchos afganos siguen sin estar convencidos del nuevo rostro presentado por los talibanes y sus promesas de pluralismo político y derechos de las mujeres y las minorías. Medios como The New York Times o la agencia Reuters cuentan sobre el terreno que, ante el miedo por el nuevo régimen, los ciudadanos se están refugiando en sus casas o intentando huir, uniéndose a la frenética carrera hacia el aeropuerto de Kabul, que continuó siendo un escenario de desesperación y caos.
El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha dicho ya que ha recibido “informes escalofriantes de severas restricciones a los derechos humanos” en todo Afganistán desde que los talibanes comenzaron su toma de posesión.
Naciones Unidas ha informado de casos de comandantes talibanes locales que ya están cerrando escuelas de niñas y están impidiendo a las mujeres salir solas de la casa. Noticias que se mezclan con las de lugares públicos, en los que se alienta a las mujeres funcionarias a regresar al trabajo y hay movimientos para reabrir escuelas, tras la ofensiva de tres meses.
Hombres armados, aparentemente combatientes talibanes, se dispersaron por Kabul el martes en motocicletas y en vehículos especiales incautados a las fuerzas de seguridad. Algunos se pusieron a controlar el tráfico, tratando de proyectar ese mensaje mesurado de control, pero otros visitaron las casas de funcionarios del gobierno, confiscando posesiones y vehículos.
Pese a ello, Mustapha Ben Messaoud, jefe de operaciones en Kabul de UNICEF, ha llegado a decir que son “cautelosamente optimistas en cuanto a seguir adelante” con los servicios a menores, incluso con las niñas. “No habrá violencia contra la mujer, no habrá prejuicios contra la mujer”, dijo Mujahid el martes.
Pero sus garantías fueron vagas. Mucho. A las mujeres, dijo, se les permitiría trabajar y estudiar “dentro de los límites de la ley islámica”. Eso no concreta nada. La sharia no es un códice concreto que diga que hay que hacer y que no, sino que, dependiendo de la escuela jurídica islámica que interprete los textos, se aplicará de una forma u otra. Y los talibanes han hecho siempre una interpretación al extremo del extremo.