Suspenso en septiembre
La verdadera depresión de septiembre no me la provoca la vuelta al trabajo, sino los resultados de los exámenes de recuperación de septiembre. Habría que analizar en profundidad si este tipo de pruebas siguen existiendo por utilidad o por tradición. Muchos centros de muchas comunidades ya los han eliminado y sustituido por recuperaciones a final de curso, en junio.
Sin embargo, el quid de la cuestión no está en cuándo se realicen estas pruebas, sino si es lícito o lógico, elijan el término que quieran, que en un sistema educativo que tiende cada vez más a plantear la evaluación del alumno como algo global, multidisciplinar, tengan cabida este tipo de pruebas que te permiten aprobar un curso completo con un único examen escrito.
Sea como fuere, yo he sido, siguiendo la programación de mi centro, uno de esos miles de profesores que continúa haciendo exámenes de recuperación en septiembre. Por eso estoy deprimido.
Para que la prueba sea lo más completa posible y se parezca cuanto más mejor a esa evaluación tan variada que nos pide la ley educativa vigente, estaba planteada con varios apartados: había que decir el autor de algunos textos trabajados en clase, la época a la que pertenecían los escritores más famosos que habíamos estudiado, un análisis sintáctico, una pregunta de morfología en la que había que decir la categoría gramatical de determinadas palabras y una pregunta de desarrollo, pues la comprensión escrita se trabajó por actividades aparte.
Manda narices que contestando a estas cinco chorraditas se apruebe un curso completo, pero bueno, el caso es que, de veinticuatro, solo han aprobado cinco. Imparto clases de Lengua castellana y Literatura, con lo que mis alumnos son hablantes nativos, y hablamos de adolescentes de 15 a 16 años.
Y lo peor no ha sido que me hayan dicho que Jorge Manrique es un autor del Romanticismo, o que "lentamente" es un sustantivo o "había escrito" es "pasado". Tampoco que pusiera los mismos textos que trabajamos en clase y que, ¡caramba, qué coincidencia!, fueron los mismos que ya puse en el examen que hicimos en su día y que ahora, por tercera vez, sigan sin saber de quién es En tanto que de rosa y azucena.
No hace falta saber de Literatura para tener un trabajo digno. Yo no recuerdo las leyes de Mendel, y no me puedo quejar de curro. Tampoco sé resolver las derivadas de las actividades de matemáticas de mis alumnos y se lo digo sin rubor. Algunos, incluso, hablan mucho más francés que yo.
La depresión de los exámenes de septiembre no viene por los resultados, viene por la falta de sentido crítico que han demostrado muchos sorprendiéndose por haber suspendido cuando me han dejado dos preguntas en blanco y las otras tres a medio contestar. Viene por la sorpresa que te da suspender un examen cuando, en la pregunta de desarrollo, en lugar de escribir, has hecho un dibujo. Viene por la sorpresa de no saber, con quince años, ni que "teclado" es un sustantivo.
Viene por la terrible falta de responsabilidad que tienen en todo lo que hacen y que les da exactamente igual. Y aquí la culpa la tenemos todos: profesorado, familia, sistema, clase política y alumnado.
Porque a mí, realmente, me da igual que pasado mañana no se acuerden de Lope de Vega, pero sí me importa que no sepan interpretar un contrato abusivo de trabajo, que no tengan una idea propia acerca de la emigración, la sanidad o las prestaciones sociales y tengan que tomar por suya la que le ofrezcan desde una pantalla o un atril. Sí me importa que se crean que están haciendo un buen trabajo y que se encuentren con un finiquito en lugar de una paga. Me importa que un día se den cuenta de que en los institutos los hemos estafado.
Al fin y al cabo, decir que Jorge Manrique es del Romanticismo no deja de ser un error, un despiste... pero es que el Romanticismo no entraba ni en el temario del curso.