Super Mario, ante el reto de rescatar Italia como hizo con el euro
El expresidente del Banco Central Europeo asume el reto de formar Gobierno en plena crisis provocada por la pandemia.
Mario Draghi vuelve a casa. El hombre que capitaneó el Banco Central Europeo en plena crisis financiera, el considerado por muchos como el salvador del euro, el economista brillante con décadas de trayectoria en instituciones de todo el planeta, ahora pelea por estabilizar su país, Italia, en medio de otra crisis provocada por la pandemia.
Una vez más, no hay quien aguante en el sillón de primer ministro y hace falta una figura nueva, no quemada, de consenso, que asuma la tarea. Draghi ha sido el elegido y, por ahora, una abrumadora mayoría de partidos lo avala, porque no hay otra: ya no saben a quién recurrir y este tecnócrata implacable puede ser, al fin, su solución.
Nacido en Roma el 3 de septiembre de 1947, es el “ídolo de la burguesía italiana”, como dicen sus detractores más izquierdistas, pero no es ese su origen. Formado por los jesuitas, católico practicante, es hijo de un empleado de banca y una farmacéutica, ambos fallecidos en un breve lapso de tiempo, cuando era poco más que un adolescente. Con ayuda de su familia y de sus notas brillantes, cuidó de sus dos hermanos menores y comenzó a formarse en Economía.
Estudió en la Universidad de La Sapienza y ahondó en sus estudios en el mítico Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde fue el primer italiano que se doctoró en su rama. Su tesis versaba sobre la integración económica y la evolución de los tipos de cambio. Comenzó entonces su etapa de docencia en las Universidades de Trento, Padua, Venecia y Florencia, hasta que saltó a lo público, al Tesoro italiano. Ahí ya no dejó de escalar: al Banco Interamericano de Desarrollo, al Banco Mundial, a la OCDE, al Banco Europeo de Inversiones, a Goldman Sachs, al Banco de Italia, al Banco Central Europeo...
Por el camino ha formado una familia discreta. Que nadie busque bunga bunga en su biografía. Draghi tiene dos hijos, una bióloga y un banquero, y se entretiene —poco, porque es “estajanovista”, según sus asesores— jugando al tenis y al golf, haciendo escalada y viendo a la Roma de su alma. Eso y su nieta es prácticamente lo único que le saca la sonrisa a este hombre de rostro pétreo, inalterable. No es, desde luego, alguien dado al drama.
El culmen de la carrera de Draghi, o eso parecía entonces, llegó con su aterrizaje en el Banco Central Europeo en 2011. El economista italiano ocupó la silla de Jean-Claude Tritchet en Fráncfort en plena crisis de la deuda soberana, que amenazaba con poner fin a la aventura de la moneda única.
Su etapa al frente de esta institución europea siempre será recordada por una frase pronunciada en junio de 2012: “The ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro. And believe me, it will be enough”. (“El Banco Central Europeo está preparado para hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y creédme, será suficiente”).
Gracias a esas mágicas palabras, Draghi logró aliviar la enorme tormenta financiera que vivía la Unión Europea. Esa insinuación de que haría todo lo que estuviera en su mano para garantizar la supervivencia de la moneda única fue suficiente para tranquilizar a los mercados financieros. Los inversores volvieron a confiar en países con problemas como España e Italia, que habían visto disparada su prima de riesgo.
De euros y crisis
Bajo su mandato, el BCE abandonó su papel de espectador y se convirtió en un verdadero actor de la política europea, un papel que ha seguido desempeñando su sucesora Christine Lagarde. Draghi adoptó un cambio sustancial en la política monetaria de la eurozona respecto a su antecesor al apostar por una bajada de los tipos de interés y poner en marcha un programa multimillonario de compra de activos.
A pesar de la popularidad de esta frase, Draghi siempre ha sido una bestia negra para la izquierda por su gestión durante la crisis. Cuando era gobernador del Banco de Italia, exigió al país transalpino la adopción de políticas de austeridad que provocaron la recesión. Al llegar al BCE, mantuvo su apuesta por los recortes como receta para salir de la crisis, de la mano de Angela Merkel, y obligó a varios países a adoptar medidas impopulares o, incluso, pedir el rescate.
Al frente del BCE, formaba parte de la troika que vigilaba a los países del sur de Europa para que cumplieran los planes previstos. Muchos ciudadanos griegos no han olvidado su nombre, cuando decidió en 2015 cerrar el grifo a los bancos helenos y provocó un corralito. Un partida de ajedrez que ganó Draghi y que perdió por goleada el ministro heleno Yanis Varoufakis, que acabó dimitiendo.
El nuevo reto, en casa
Ahora le toca afrontar una etapa doméstica, tras tantos años fuera. Casi extraña escucharle hablar en italiano, un idioma poco común en las instituciones mundiales en las que ha trabajado. El suyo es un retorno de “compromiso”, el de un tecnócrata que debe sacar del atolladero al Gobierno patrio, sin siglas.
Sergio Mattarella, el presidente de la República de Italia, ha dejado en sus manos la creación de una nueva alianza de Gobierno y un nuevo gabinete, tras saltar por los aires la estabilidad del enésimo mandatario defenestrado en el país, Giuseppe Conte. El reto es conformar un equipo “de alto perfil” y “no identificado con ninguna fuerza política concreta”, con alguien de “autoridad” al mando.
Draghi ha aceptado ser ese hombre fuerte y ha negociado con formaciones hasta ahora irreconciliables para lograr esa estabilidad. En un país con una enorme recesión y el euroescepticismo al alza, aporta una doble bondad: contentar al populismo que, pese a su conservadurismo, ve en él a alguien con “capacidad de trabajo, honestidad y propenso a las soluciones” (en palabras del Movimiento Cinco Estrellas), y frenar a los que quieren cada vez menos Europa (como la Liga de Matteo Salvini). Hasta el incombustible Silvio Berlusconi, otrora hacedor y destronador de reyes, le da su apoyo.
Igual que nunca fue ni una cuota ni una figura decorativa en los grandes bloques del poder económico, tampoco lo será ahora. Si ha dicho que sí, explica la prensa italiana, es por convencimiento de poder hacer las cosas bien y recuperar al país de la crisis que vive. Aporta experiencia y, sobre todo, credibilidad, en un país en el que el desgaste es tal que los políticos no llegan ni al 15% de popularidad. Dicen que es buen gestor de equipos, que es capaz de poner de acuerdo a adversarios antagónicos, y va a tener que recurrir a todas esas artes.
Sin embargo, arrastra también un poso de desconfianza, la que generó en sus tiempos del BCE apretando las tuercas al sur con su austeridad y que no pocos señalan como clave en el aumento de la deuda italiana y sus problemas actuales.
“La gravedad de la emergencia exige respuestas de altura”, dijo al asumir el encargo de Mattarella, con “esperanza y empeño”. Parece decidido, porque hasta ha avanzado por dónde empezará a sanar al país: sus prioridades son el ecologismo, la reforma fiscal y las vacunas contra el coronavirus.
Italia aguarda, por su bien, al mejor Super Mario.