Soy superdotado y mi vida es un infierno
Mi mente va mucho más veloz que mi cuerpo. Necesito parar, necesito descansar, pero mi cerebro discrepa.
Persona de alto potencial. Intelectualmente precoz. Cebra. Muchos calificativos. Muchos nombres. Algunos piensan que es una forma de asignar la etiqueta que mejor se adapta a cada persona.
Cuando te diagnostican, comprendes. Comprendes por qué has pasado tanto tiempo solo a lo largo de los años. Comprendes por qué es difícil explicar cualquier cosa simple. Por qué todo te parece más complejo de lo normal.
Me diagnosticaron alto potencial entre primaria y secundaria y me catalogaron como niño intelectualmente precoz. Para llegar a esta conclusión y evaluar mi cociente intelectual (CI), me sometieron al test completo de WISC (Wechsler Intelligence Scale for Children). Después de muchos minutos poniendo a tope mi cerebro, alcancé más de un 145 de CI. Pero este test también desveló numerosas descompensaciones, por ejemplo, entre mis capacidades perceptivo-motrices y mis capacidades de cálculo. ¡Formaba parte de un 2′5% de la población mundial con un CI superior a 130! Todo ventajas, ¿no? Pues no. Voy a intentar hacerte vivir, a través de unas pocas líneas, el infierno que supone el día a día para un superdotado (o cebra para los amigos).
Cada superdotado manifiesta sus propios síntomas. Personalmente, echo en falta una función básica en mi cerebro: el interruptor de ON y OFF.
El cineasta Luc Besson compara el rodaje de una película con un tren sin frenos y un maquinista a bordo (el realizador), que debe hacer todo lo posible para evitar que el tren descarrile. Ese tren, en mi caso, es mi frenética actividad cerebral. Está siempre al borde del precipicio y no puede parar. Sin frenos. Noche y día. Me exprime y me agota.
Lo he probado todo: mindfulness, meditación, etc. Y nada. No logro dejar la mente en blanco. Me drena la energía vital. Por la noche, imagino y planifico 40.000 proyectos por minuto. Por el día, ejecuto en mi mente las ideas que quiero hacer realidad en los próximos 10 años.
No soy capaz de plantearme un solo proyecto u objetivo al mismo tiempo. Para estar tranquilo, tengo que poner a prueba mi mente con varias tareas al mismo tiempo. Es una necesidad.
Muchas personas piensan que es una bendición, pero no, es una carga, y como tal, agota. Mi mente va mucho más veloz que mi cuerpo. Mi cerebro carbura 24 horas al día, mientras que mi cuerpo necesita descansar. A mis 21 años, pese a que estoy viviendo experiencias emocionantes y exitosas (he creado la association HUGO contra el acoso escolar y estudio cine) me encuentro extenuado. Necesito parar, necesito descansar, pero mi cerebro discrepa.
Otra dificultad de mi día a día es expresar mis sentimientos y mis emociones. Sin embargo, hay toda una explosión de emociones en mi interior, al fondo, en este cerebro opaco. No pasa un solo día sin que note en algún momento cómo quieren aflorar mis sentimientos y mis emociones, intensas e infinitas. No sé tú, pero yo soy capaz de sentir escalofríos escuchando ciertas melodías que me hacen viajar o me conmueven.
Cada faceta de mi vida se nutre de este cerebro bulímico mío. Un olor, un color, un paisaje, un sabor, una comida: cualquier cosa puede justificar una nueva idea, proyecto o recuerdo, y a toda máquina. Sin embargo, desde fuera, parezco un hombre frío e impasible. Solo en los momentos más íntimos o dolorosos se me ve sufrir a corazón abierto.
Aunque de vez en cuando me resulta cómodo expresarme oralmente, tengo muchas dificultades para presentar claramente mis ideas y mis proyectos. De niño, me costaba mucho explicar el razonamiento subyacente a mis métodos de resolución de problemas de matemáticas. Pasaba por Z para ir de A a B y siempre acertaba el resultado, pero nadie comprendía la lógica que había seguido.
Muchas de mis capacidades y conocimientos de hoy surgieron de forma innata. Aunque les haya dedicado mucho tiempo de forma autodidacta, como el desarrollo web o el cine, me resultan naturales y a veces inexplicables. Por eso, para mí, explicar cualquier cosa a los demás es un reto: tengo que sintetizar, clasificar, estructurar y ordenar toda la información antes de pronunciar la primera palabra.
Un sufrimiento muy concreto de mi día a día es lo difícil que me resulta establecer lazos sociales, básicamente formar un grupo de amigos. Forjar amistades sólidas. Encontrar amigos de mi edad. Todo eso entraña una enorme dificultad para mí. Me cuesta imaginarme haciendo amigos aun estando rodeado de un montón de personas amables. Quiero aclarar que cuando hablo de amigos, me refiero a hombres y mujeres de mi generación, personas de mi edad.
Ser superdotado me ocasiona todas esas dificultades e incomprensiones en el día a día. Y las que he enumerado aquí no son sino la punta del iceberg. Es una batalla diaria contra mí mismo. Y no hay nada más duro que tenerse a uno mismo de enemigo. Es difícil, pero lucharé y resistiré.
Estas pocas líneas solo te darán una idea superficial de lo que pasa en el interior de una persona superdotada, pero me parecía importante escribirlas. Primero, por los superdotados que puedan estar leyéndome, para que sepan que no están solos y por si les sirve de ayuda. Pero también por quienes no son superdotados, porque es importante que comprendan lo que acarrea. Ojalá las cebras, los superdotados, las personas de alto potencial o intelectualmente precoces no se conviertan en unos seres aparte, humanos con problemas, porque hay quienes piensan que nuestros comportamientos, definidos ahora como anomalías, serán la normalidad del mañana.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Francia y ha sido traducido del francés por Daniel Templeman Sauco.