Soy madre y fui alcohólica y drogadicta durante años
Antes era una madre borracha.
Y cuando digo “madre borracha”, no me refiero a esas madres divertidas que se ponen a bailar con sus hijos después de tomarse un cóctel o dos en una barbacoa o la que necesita un Uber para volver a casa después de tres copas de vino el sábado por la noche para relevar a los canguros de sus hijos.
Hablo de esconder botellas, de tomar pastillas, de abusar del paracetamol, de beber colirio, de beber antes de quedar con los amigos, de llevar botellines de alcohol en el bolso. Una madre que quería dejar de beber por sus hijos pero no era capaz. Una madre atrapada en una espiral de adicción tan siniestra que la consumía por completo. Esa clase de madre borracha.
Después de que nacieran mis hijos en 1998 y 1999, supe que algo no iba bien. Cuando le conté tímidamente a mi obstetra y ginecólogo mis síntomas (insomnio, ansiedad y brotes repentinos de tristeza) me aconsejó una copa de vino por las noches y me recetó Ambien, un fármaco para dormir.
En vez de buscar una segunda opinión, empecé a tratar mis síntomas tal y como me indicó. En mi mente, me tomaba el vino y las pastillas para estar presente en mi vida con mi familia, no para escapar. Las pastillas y la bebida parecían una solución fantástica para lo que ahora pienso que era depresión postparto sin diagnosticar.
Después de que la presentadora Wendy Williams soltara la bomba de que había recibido tratamiento para una adicción y que estaba viviendo en un centro de rehabilitación, diversos medios de comunicación cubrieron la noticia.
En las redes empezaron a circular vídeos suyos: el desmayo que sufrió en vivo en el especial de Halloween de su programa; cuando dijo mirando a cámara que padecía la enfermedad de Graves, una enfermedad que afecta a la regulación de la tiroides, así como sus recientes disculpas por necesitar una temporada de descanso debido a una fractura de hombro. Sin embargo, el vídeo que más me llamó la atención fue uno en el que dijo: “No me he perdido ni un día de trabajo en seis años. Nunca he faltado al trabajo por enfermedad”.
En ese momento, sentí una afinidad insospechada con Williams.
Te comprendo, hermana. Mantuviste la compostura, aguantaste de forma sobrehumana. Sé lo que se siente, pero ya sabes lo que dicen: “Págalo ahora o págalo después, pero después siempre será peor”.
Así es como empecé yo también: aguantando. Para lidiar con el estrés de tener dos hijos diagnosticados con diferencias en el aprendizaje, me bebía los vasos de vino “recetados” por el médico cuando se iban a dormir.
Los opiáceos, recetados más adelante para los dolores de cabeza, demostraron ser muy útiles después de un día llevando a los pequeños a sus clases de esgrima, a sus tutorías y al baloncesto. Estaba siempre de madre voluntaria en sus clases y hacia el final de mi época de alcoholismo y adicciones, solía realizar mis tareas o un poco bebida o con resaca del vodka, el vino o el Ambien de la noche anterior.
No estoy orgullosa de esto, pero la adicción me invadió de forma tan sutil que ni siquiera la vi venir. Las dos pastillas de vicodina que necesitaba antes de empezar a ver Bob Esponja por las noches de repente pasaron a ser tres hasta que más de una vez me quedé dormida antes que mis hijos. Despertarme sin tomarme “los medicamentos” se volvió pronto imposible. Tenía que estar colocada en mi día a día o si no, apretaba las manos hasta que se quedaban sin circulación y esperaba que todo el mundo me dejara en paz para poder noquearme a mí misma y acabar con el sufrimiento.
Sin embargo, nunca falté a ninguna excursión ni reunión y nadie se sorprendió cuando me nombraron presidenta de la AMPA ni cuando me pidieron que me uniera al consejo de fideicomisarios del colegio. Enferma o cansada, tenía una pastilla u otro remedio en la manga y me enorgullecía de estar siempre donde requirieran mi presencia.
Por sorpresa, para casi todos mis amigos y conocidos, mi vida parecía estar de una sola pieza. La verdad es que mi mundo era una actuación de circo en la que hacía equilibrios para mantener todos los platos girando. En julio de 2008, todos los platos se hicieron añicos cuando mi marido encontró mis diarios, en los que había escrito inocentemente cada detalle de mi vida descarrilada.
Poco después de eso, llegó a casa y me pilló rellenando en secreto todas las botellas de nuestro bien abastecido minibar, ya que las había ido vaciando durante la semana y no quería que se diera cuenta de cuánto quedaba).
“Busca ayuda o si no…”, me dijo.
No hizo falta que dijera que ese “o si no” significaba que perdería la custodia de nuestros hijos, que tenían 7 y 9 años. Para mi sorpresa, me alivió que me pillara. Estaba agotada de hacer malabares con mis múltiples adicciones. La verdad había salido a la luz.
Me sentía tan culpable por haber sido descubierta en mi adicción que fui a The Meadows, unas instalaciones en Arizona que utiliza un método de 12 pasos y 30 días para afrontar el alcoholismo y las adicciones. Durante el tratamiento, conocí a otras madres, pero todas eran blancas y ninguna de sus historias era como la mía.
Como mujer negra, sentía una carga extra de vergüenza. Siempre me han dicho que, como mujer negra, tengo que ser el doble de buena en todo para que me consideren igual que el resto, y ahora había fracasado en lo más crucial en lo que puede fallar una mujer: como esposa y como madre.
Wendy Williams es una institución en la cultura afroamericana. Cuando le dieron su primer programa de entrevistas, la gente daba por hecho que lo que buscaba era competir con la absoluta dominadora de su campo, Oprah Winfrey, pero Williams nunca intentó ser Oprah. Cuando trabajaba en la emisora de radio de Nueva York HOT 97, tenía reputación de cantamañanas y alborotadora, pero se ganó otra reputación como mujer fuerte capaz de hacer frente a sus propios problemas (la infidelidad de su marido cuando estaba embarazada de su hijo o sus anteriores problemas con la adicción a la cocaína).
Williams nunca se había topado con un problema que no fuera capaz de resolver delante de su público. Hasta ese momento.
Al igual que Williams, cuando yo fui a recibir tratamiento, no pensé que fuera una señal de fortaleza dar un paso adelante y admitir que no podía controlar un problema que me estaba distanciando de mi familia. Lo vi como una señal de debilidad, sin duda. Pero quizás lo habría concebido de otro modo si hubiera visto a una persona famosa, sobre todo una mujer de color, hablando abiertamente de la gravedad de su problema.
Alguien como Williams, que admitió mirando a la cámara (con lágrimas cayéndole por las mejillas) que había estado viviendo en un centro de rehabilitación en Queens y que llevaba meses sin dormir en su casa con su marido y sus hijos.
Sé lo duro que es dejar tu casa y acceder a un ambiente controlado para salvar tu vida y a tu familia. Y aunque algunos de los famosos de los que Williams se ha pasado años despotricando quizás se alegren de que por fin esté sufriendo, yo estoy orgullosa de ella. No solo porque miró a la cámara y admitió sus problemas, sino porque se atrevió a buscar tratamiento, contratar a un asesor y empezar una vida de sobriedad. Son pasos que requieren un gran coraje.
Cuando empecé a vivir sobria hace 10 años y medio, no había ningún famoso en televisión al que tomar como modelo. Ahora, tal vez gracias a Williams, puede que haya más madres alcohólicas que decidan no seguir “aguantando” y decidan retomar las riendas de su vida.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.