Soy británica, vivo en España y el Brexit ha destrozado mi identidad
Tras una década viviendo en varios países europeos, el Brexit me hace sentir como si me hubieran quitado una parte de mí. Y no puedo hacer nada al respecto.
Hoy es el día que lo cambiará todo, aunque todavía hay muchos que creen que todo va a seguir igual.
A simple vista, el 31 de enero de 2020 es tan solo una fecha, pero es la fecha oficial en la que el Reino Unido abandonará la Unión Europea. A fin de cuentas, le seguirá un periodo de transición, los ciudadanos podrán trasladarse a otros países y se alcanzarán acuerdos comerciales. Sin embargo, no es un día cualquiera para los cientos de miles de ciudadanos británicos como yo que viven en Europa y para los millones de personas con lazos con Europa, sin incluir a los ciudadanos europeos residentes en el Reino Unido.
Para mí, implica una sensación de pérdida, confusión, ira y tristeza que perdura bajo un deseo innegable de gritar a pleno pulmón. No es justo. Puede que esté exagerando, puesto que obviamente hay problemas más importantes en el mundo. Así que, ¿por qué me molesta tanto? Estas son mis razones.
Crecí en Plymouth, estudié idiomas europeos en la universidad, pasé un año en Francia con una beca Erasmus y comencé a ejercer como profesora de inglés en España. He vivido en Soria durante once años y me declaro rotundamente europea. En cierta manera, todos los países europeos donde he vivido y que he visitado forman parte de mí. Me siento británica, francesa y española, pero también alemana, húngara, sueca y portuguesa. Me siento parte de la familia de idiomas, culturas y pueblos que, durante los últimos 33 años de mi vida, han abierto sus fronteras y me han acogido con los brazos abiertos.
Soy profesora de idiomas en una escuela secundaria, y siempre he enseñado a mis estudiantes la importancia de la Unión Europea. Cómo permite el intercambio de mercancías y la libre circulación entre fronteras, crea una red segura de países vecinos y respeta los derechos humanos. De la misma manera, la Unión Europea permite un intercambio cultural sin igual en la historia de la humanidad gracias a becas, como Erasmus o Comenius, y al espacio Schengen. Algunos de mis antiguos alumnos españoles están estudiando en las universidades londinenses University College, King’s College e Imperial College. Hemos ido de excursión con el colegio a Estrasburgo para participar en el evento Euroscola, celebrado en el Parlamento Europeo, y hemos asistido al Parlamento Europeo de los Jóvenes, donde se reúnen jóvenes de toda Europa. El lema de la Unión Europea “Unida en la diversidad” deja claro que juntos somos más fuertes.
Siempre me sentiré parte de la Unión Europea; nunca pensé que tendría que abandonar a la fuerza a mi familia europea. Sin embargo, la amenaza del Brexit lleva persiguiéndome durante los últimos cuatro años. La semana del referéndum, en junio del 2016, estaba con mis alumnos en un viaje de inmersión lingüística. Todavía recuerdo cómo, al despertarme la mañana en la que se conoció el resultado del referéndum, la familia que nos acogía lo celebraba con vítores. Se trataba de una pareja que se ganaba la vida alojando a profesores y alumnos extranjeros en su casa, y habían votado a favor del Brexit. Dijeron que era un día histórico para Gran Bretaña. Sentí náuseas.
En realidad, algunos creíamos que la fecha no llegaría nunca. Pero ahora, al borde del Brexit, todavía estoy valorando mis opciones. El acuerdo sobre la salida del Reino Unido protege los derechos de los ciudadanos de la Unión Europea residentes en Reino Unido y de los británicos que viven en Europa; podremos seguir residiendo y trabajando en nuestro “país de acogida” actual con tan solo un pequeño cambio técnico en nuestro estatus político. Sin embargo, esto no implica que conservemos el derecho a la libre circulación en los estados de la Unión ni que sigamos siendo catalogados como ciudadanos europeos. Esto va a depender de los acuerdos que se firmen con el paso del tiempo con cada país.
Es frustrante no saber qué te depara el futuro y, al mismo tiempo, sentirse tan incomprendida. Mucha gente me dice que debería estar contenta, puesto que el Brexit no me va a afectar, ya que podré seguir residiendo y trabajando en España. Entonces, ¿por qué tengo la sensación de que voy a convertirme en una ciudadana de segunda?
El tener que cambiar mi bonita tarjeta de residencia verde como ciudadana comunitaria por una fea tarjeta azul de extranjería me está devorando por dentro. Solía bromear con mis compañeros de trabajo estadounidenses en España cuando me pedían ayuda con el proceso del visado. Les decía que lo sentía, pero que no tenía ni idea, puesto que soy ciudadana europea. Parece que se ha vuelto en mi contra. Cada vez que voy a Inglaterra, uno de mis compañeros de trabajo me pregunta de manera jocosa si me van a dejar entrar. Es una broma y yo también me río, pero quizás se acerque demasiado a la realidad. Después de todo, he tenido pesadillas en las que no podía ir con mi familia o no me dejaban volver a España y, desde luego, no me dejan una sensación agradable porque, teóricamente, mis derechos están protegidos por las decisiones de un grupo de políticos a los que no conozco y en quienes no confío.
Desde un punto de vista político, surge otro problema relacionado con el derecho a votar. Como ciudadana británica y europea, actualmente puedo votar en las elecciones británicas y europeas. Tras el Brexit, no podré volver a votar en las elecciones de la Unión Europea. Me resulta alarmante que tampoco pueda ejercer mi derecho a votar en el Reino Unido a partir del 2023, tras haber vivido fuera del Reino Unido durante quince años. En este caso, me quedaré sin voz política. No obstante, si soy sincera, me he sentido muda durante tanto tiempo que no estoy segura de si perder oficialmente el sufragio supondrá alguna diferencia. En solo un segundo, me están despojando de los derechos que he tenido durante toda mi vida, y no es culpa mía, ya que voté en contra del Brexit y yo no tomé esta decisión.
Claro está, algunos ciudadanos pueden obtener la doble nacionalidad de otro país de la Unión Europea. Esa sería la solución perfecta. Sin embargo, en mi caso, España no reconoce la doble nacionalidad con Gran Bretaña. Por tanto, si consigues la nacionalidad española, que puedes solicitar tras residir durante diez años en el país, tendrás que renunciar legalmente a la nacionalidad británica. En consecuencia, me convertiría en española, y europea, pero tendría que rechazar literalmente mi identidad británica. O bien, puedo seguir siendo británica, conservar el derecho a residir y trabajar en España, pero dejaría de ser ciudadana comunitaria.
Llevo dando vueltas a esta decisión durante mucho tiempo e incluso tengo todos los documentos para solicitar la nacionalidad española. Adoro España, gran parte de mi vida está en este país, y me siento tan española como británica. Sin embargo, mi espíritu británico innato y la preocupación arraigada de que, al adquirir la nacionalidad española, de alguna manera se verá afectado el contacto con mi familia en Reino Unido en el futuro, todavía me impiden tomar esta decisión.
Cuando volvía de Inglaterra después de las fiestas navideñas, viví un momento de melancolía al aterrizar en el aeropuerto de Madrid y elegir qué fila hacer en el control de pasaportes. De repente, me di cuenta de que en mis futuros viajes, dejaré de ir a la fila “Ciudadanos UE/EEE/CH” y me vería relegada a la categoría “Todos los pasaportes”. De la noche a la mañana, ¿me convertiré en extranjera y también seré excluida en mi propia casa?
En realidad, no es de la noche a la mañana. De hecho, el proceso del Brexit se ha prolongado durante demasiado tiempo. Para mí, ha significado cuatro años de emociones desgarradoras, desde la más rotunda incredulidad por el resultado del referéndum y la preocupación por el futuro, hasta la esperanza de que nunca llegaría a ejecutarse y una sensación de profundo pesar al saber que ha llegado el momento. Y, por encima de todo, la sensación innegable de que estoy sola en todo el proceso porque ninguno de los políticos al cargo del Brexit parecen comprender el sufrimiento que provoca tener que alejarme de una gran parte de mi identidad mientras lo único que puedo hacer es sentarme, respirar profundamente y esperar a que suceda.
Este post se publicó originalmente en la edición británica del ‘HuffPost’ y ha sido traducido del inglés.
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