"Soraya, eres guapísima a rabiar"... pero, ¿qué te has hecho?
Detrás de la adicción a los retoques estéticos a veces hay un trastorno.
No es la primera vez que la cantante Soraya Arnelas nos sorprende con un aspecto diferente. Ahora, la nueva versión de la pacense que descubrimos hace unos días en la presentación de su último disco Luces y sombras nos ha dejado con la boca abierta... ¿Qué se ha hecho? ¿Es ella?
No tardaron en saltar titulares en medios de comunicación y comentarios en redes sociales que aludían a la tendencia que la artista tiene a retocar su cara, pero esta vez se le había ido de las manos.
“Todo parece indicar que estamos ante otro caso de personaje mediático mal aconsejado o que no ha esperado lo suficiente para que los tratamientos se asienten. Asumiendo que todo lo que lleva, que es mucho, sea de carácter temporal”, aclara Leo Cerrud, experto en medicina estética.
“Pómulos y mejillas están excesivamente llenos y turgentes, lo que le da a la cara un aspecto muy poco armónico, antiestético y un poco antiguo, como una cara de finales de los 90, cuando pensábamos que más era mejor”, continúa. “El volumen es tan excesivo que lejos de mejorar su incipiente surco nasogeniano, lo empeora porque el tercio medio facial (mejillas y pómulos) pesa demasiado. Obviamente, la boca también está infiltrada, probablemente con ácido hialurónico tanto en el labio superior como en el inferior. En este caso no queda feo, ni raro, ni mal... pero no es su boca, lo cual no es criticable pero sí reseñable”, apunta el especialista.
Cerrud solo ha visto fotos y no vídeos de Soraya, está convencido del uso de la toxina botulínica: “El cambio en la forma de los ojos (están empequeñecidos), la falta absoluta de arrugas en la frente, entrecejo y las patas de gallo me hacen pensar en un uso quizás excesivo. Volvemos a los 90, cuando todos íbamos tiesos y congelados. Eso sí, seguramente no es irreversible y probablemente recupere su estado normal en seis u ocho meses”.
Soraya Arnelas no ha sido la primera en despertar el asombro —y la crítica— cuando se ha presentado ante los medios de comunicación con una nueva cara. En 2014 la bella actriz Uma Thurman fue noticia en todo el mundo cuando apareció irreconocible —y más fea—en una rueda de prensa. Lejos de admitir que se había hecho algo, justificó ese cambio como obra del maquillaje.
Meses antes, la protagonista de El diario de Bridget Jones, Renée Zellweger, había dejado al mundo boquiabierto: ni sus ojos, ni sus labios, ni su piel eran los mismos, algo que ella atribuyó a un radical cambio de estilo de vida y no a haber pasado por la consulta de un médico estético.
Ellas lo negaron pero las hay que no tienen problema en reconocerlo, como las hermanas Kardashian-Jenner; y otras que asumen como un error el exceso de inyecciones, infiltraciones o cirugías que se hicieron en el pasado. Ahí entran las actrices Nicole Kidman y Courteney Cox.
Tanorexia, vigorexia... ¿una nueva adicción?
“Según mi opinión, sencillamente, esta chica, guapísima a rabiar, está mal aconsejada y ha entrado de lleno en el universo y en el estilo Kardashian donde no hay límites para el horror, donde todo es hiper y todo es más. De hecho, si te fijas bien, ha quedado muy parecía a Kris Jenner, madre de las Kardashian y autora y artífice de la milmillonaria saga”, apunta el doctor Cerrud sobre el aspecto de Soraya.
Oímos hablar de tanorexia o adicción al bronceado, vigorexia u obsesión por el estado físico... Entonces, ¿hay catalogado y definido algún tipo de trastorno psicológico detrás de esta afición/adicción por retocar y arreglar defectos imperceptibles o inevitables, y que dan como resultados caras deformadas y, sin duda, más feas?
“Existe un trastorno que se llama dismorfobia y es bastante grave, pero no es tan frecuente: uno no consigue verse como verdaderamente es y se ve deforme y feo. Gente que se hace veinte operaciones sin motivo y que cada vez está más deformada es posible que lo padezca”, nos explica la psicóloga y coaching Mertxe Pasamontes. Pero ella, en los casos de Uma Thurman, Renée Zellweger o la propia Soraya, apuesta más por un tema de presión social por el reinado del culto exagerado a la juventud y la belleza. Al fin y al cabo viven de su imagen porque, aunque han destacado por cantar o actuar, su éxito está muy ligado a su aspecto.
Cuando empieza a desvanecerse esa imagen con la que consiguieron el reconocimiento —los años pasan para todos— intentan recuperarla. Y es verdad, como aclara Pasamontes, “que hay un momento en el que te has retocado tanto que pierdes la conciencia de tu aspecto y que empiezas a verte un poco monstruosa. Sino no se entiende que alguien se vea bien así… Y yo no soy contraria a recurrir a la medicina estética para cositas puntuales, para quitarte unos añitos y prolongar la cara de los cuarenta… Es razonable y hasta sano. Pero si intentas prolongarlo mucho, vas a parecer un muñeco de cera”.
El especialista coincide con ella: “Lo que mueve a una mujer o a un hombre a hacerse retoques no es más que la ancestral querencia a no envejecer y mantenernos lo más joven y guapos (si cabe) posible. Es normal, es natural, no conozco a nadie que esté deseando tener canas, arrugas, manchas o flacidez. Nadie quiere, cuando vamos cumpliendo años, que su cara refleje los estragos del tiempo. Intentamos parar los “ya” para que parezcan “todavía” —Quino dixit—. Otra cosa es lo que mueve a una mujer o a un hombre a hacerse un retoque tras otro, tras otro y tras otro: falta de autoestima, inseguridad, complejo, obsesión, compulsión, insatisfacción, adicción, despecho, envidia, ignorancia y un largo etcétera de carencias personales”.