Sólo la violencia es violencia
Se nos está yendo de las manos el concepto de “violencia”, y está experimentando un incomprensible deslizamiento semántico.
Hacer trampas en la declaración de la renta también es violencia. Afecta perjudicialmente a los usuarios de los servicios públicos. Violencia tributaria. No reciclar el plástico también es violencia. Tiene efectos sobre el medio ambiente que nos afectan a todos. Violencia disreciclante. Los fallos en la insonorización de los locales nocturnos también son violencia. Perturban el sueño de los vecinos, alterando gravemente sus vidas en algunas ocasiones. Violencia auditiva. Violencia política. Violencia medioambiental. Violencia icónica. Violencia epistémica. Violencia simbólica. Juro que esta semana leí una columna en donde se hablaba de “violencia de pensamiento” y se afirmaba que no había una gran distancia entre pensar mal acerca de alguien y matarlo.
Se nos está yendo de las manos el concepto de “violencia”, y está experimentando un incomprensible deslizamiento semántico. Primero, ampliando su significado para incluir todo tipo de ataque, aunque sea por escrito. Después, desbordándose todavía más, en una sinécdoque ideológica e irresponsable: ante cualquier acto malvado no faltará quien diga “eso también es violencia”. Esta semana nuestra ministra de Igualdad fue objeto de un ataque machista por parte de la diputada Carla Toscano. Fue un ataque intolerable que buscaba obtener un miserable rédito electoral a base de enmerdar el Parlamento. Deberían existir serias sanciones contra este tipo de conductas, cuyas consecuencias afectan a toda la sociedad. Pero decir que la ministra fue víctima de violencia supone frivolizar la violencia.
Necesitamos una palabra, una en concreto, para referirnos a los actos en donde una persona agrede físicamente a otra golpeándola, apuñalándola, asfixiándola, etc. Una palabra diferente de la que designa hostilidades más inespecíficas o antecesoras del ataque físico. No podemos colocar a Irene Montero en la misma lista en la que se encuentran las más de setenta mujeres asesinadas durante este año por violencia machista, ni los muchos cientos que han sufrido lesiones. La violencia machista es un gravísimo problema que no debe ser banalizado, y cada vez que alguna sublime sensibilidad reclama tratar males menores como si fueran mayores nos encontramos con que al final acabamos tratando males mayores como si fueran menores —sí, me refiero al estropicio del “sólo sí es sí”—.
Propongo que sólo sea violencia la violencia. Que dejar el coche en doble fila no sea violencia de aparcamiento, que apretar con prisa el botón del ascensor para que no le dé tiempo a llegar al vecino que viene unos metros detrás no pase a llamarse “violencia domótica”, que no se considere violencia ordinal colarse en la frutería. O, si al final seguimos la corriente imperante y la palabra “maldad” desaparece sustituida por “violencia”, propongo crear una nueva palabra para referirnos a la violencia que busca incidir directamente sobre los tejidos del cuerpo humano de la víctima, la que hiere médicamente, la que mata. Por ejemplo, “blavencia” —del griego “βλάβη”, “lesión”—. Aunque no sé si valdría para algo. Seguro que el año que viene alguien empezaría a decir que la brecha salarial también es blavencia.