Sobredosis de turismo y desarrollismo
Según Manuel Butler, director ejecutivo de la Organización Mundial de Turismo (OMT), "el turismo está ante un cambio de ciclo, de onda larga, nunca antes vivido" cuando los viajeros desbordan la capacidad de las ciudades, concluyendo que es una prioridad política para la que "no hay una receta mágica". El turismo en 2017 duplicó lo pronosticado con 1.323 millones de turistas, un 6,8%, cuando se estimaba un 3,8%. (entre 1,3 y 1,6 billones de dólares con exportaciones). Según la OMT, la red de Observatorios de Turismo Sostenible analiza en 24 centros, con 500 indicadores la evolución del impacto de la sostenibilidad en los destinos y numerosas propuestas se están implantando para que las Naciones Unidas (UNWTO en sus siglas en inglés) pueda llevar adelante las 11 estrategias y 68 medidas para comprender y manejar ese crecimiento que, hoy por hoy, no parece tener límite. El año 2017, paradójicamente, se celebró el Año Internacional del Turismo Sostenible.
En tanto que cada vez son más - y de toda condición y tamaño -, las ciudades congestionadas por el turismo internacional. Muy distantes de la preocupación de la OMT, los gobiernos y sus responsables no hacen sino llamar al crecimiento indefinido, casi siempre bajo la etiqueta de la sostenibilidad, de la que se hacen eco, precisamente para promover los destinos turísticos hasta más allá de dónde sea posible, sin descartar la mezcla de ofertas, la exacerbación irracional de la demanda, "el bajo coste" y los paquetes de venta que contienen el "todo incluido", pero estamos a ante un problema global que no lo es de tal o cual país, sino de un modelo de "desarrollismo" que ha vuelto a proclamar el "todo vale", tras la crisis mundial de 2008 y la reconversión del modelos de mercado turístico mundial en lo que Nick Srnicek (2016) ha denominado "Capitalismo de plataformas". La situación de vértigo que vivimos desde que el capitalismo ha adoptado formas nuevas de interacción digital que se agrupan en distintas escalas, que permiten a los usuarios construir sus propios productos, servicios y espacios de transacciones está desvirtuando cualquier noción de sostenibilidad que no pase por alguna forma de sosiego, umbral o límite de crecimiento, palabras que por sí solas ya serían objeto de persecución, tildadas cuando menos de "turismofobia" o calificativos peores, como si la crítica del modelo fuera a aguar la fiesta del "sobre-turismo" desarrollista.
Las conexiones del capitalismo cultural o artístico se articulan con el turismo así denominado, de manera que constituyen el gran paradigma central de nuestro tiempo. La sociedad cada vez más individualista, quiere apropiarse del tiempo y despacio, aquí y ahora, cueste lo que cueste. Se trata además de un problema que denunció Fredric Jameson en 1984, cuando criticó "el posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado"; que luego revisó y adaptó sin perder el fondo de la argumentación acerca de la razón cínica, la perversa generalización de la creencia difundida por los propagadores del capitalismo extractivo, esa que dicta "que poco o nada se puede cambiar" (Jameson 2012). En una sociedad en la que como decía en 1926 Siegfred Ebeling, "el individuo se ha convertido ya en un sistema" el turismo se ha convertido en el gran aliado de una producción sin producto, de unas empresas sin bienes y de unos trabajadores sin estatus, que se dedican a extraer y ordenar datos para ponerlos al servicio del consumo dirigido a la fidelización de clientes, mediante la rentabilidad publicitaria de empresas que trabajan a cero costos marginales, como son las que caracterizan a los grandes operadores del turismo de masas.
La segregación entre los departamentos gubernamentales de turismo y cultura es otra de las grandes vías de erosión con las que sean camuflado como economías colaborativas, representan ejemplos de lo difícil que es emprender tareas cooperativas o solidarias en el turismo y, mucho menos de defender los objetivos de lucha contra el cambio climático en medio de tan colosales movimientos de masas, consumo de recursos y contaminación creciente. Es hora de plantear el debate del crecimiento posible o responsable, y con él el del decrecimiento en los destinos saturados.
Para España, que es una potencia turística mundial, el dilema de aceptar sin más el overtourism está empezando a generar conflictos de vivienda, patrimonio, uso de la ciudad y convivencia con los residentes. Patrimonio somos los ciudadanos también. El concepto de un turismo sin ciudadanos, o sin comunidad, es tan insostenible que resulta muy ostentoso ante estas cifras de millones de visitantes y el movimiento de capitales que generan, que es difícil que las medidas y observatorios puedan reducirlos o minimizarlos. De hecho, las ciudades españolas ya afectadas por los impactos del sobre-turismo y el espacio irresponsable que éste promueve, tienen un problema, en muchos casos, irreversible. Además del retraso que llevamos en el proceso de transición ecológica y en el freno a las políticas contra el calentamiento global en transportes y construcción, el fantasma de un nuevo desarrollismo ligado a la casi "única" industria nacional debería ser motivo de un organismo que, al menos, planteara las opciones y alternativas de sostenibilidad más importantes que afectan a las ciudades que son destinos turísticos multitudinarios. Si otros países lo están haciendo ya, a qué seguir llamando sostenibles y financiando copiosamente aquellos proyectos que recuerdan las épocas del "becerro de oro", cuando todo se autorizaba y los excesos se justificaban en aras del turismo sin límite alguno.
Estamos corriendo riesgos porque las ciudades turísticas hace tiempo que han hecho sonar sus alarmas. Antes, la fatiga o la baja calidad de la experiencia turística eran objeto de atención y preocupación. Ahora son los procesos que no se ven, de la economía de las plataformas, la evasión fiscal la desregulación complementaria de actividades que no generan retornos a las ciudades que padecen la sobre-masificación turística, necesitan de una oportuna y rápida reflexión, de medidas desde todos los niveles competenciales españoles y de un organismo de alerta que fije las evaluaciones de los observatorios turísticos con la objetividad de una Agencia o Comisión del Mercado Turístico, que garantice la competencia, transparencia y la fiscalidad igual para todos.
En otro caso, el deterioro ambiental y del tejido productivo de las ciudades se volverá completamente irrecuperable y, lo que es peor, la vida urbana será de muy baja calidad comunitaria, lo que implicará un trastorno para la convivencia que España no se puede permitir, por muy distraída que esté con los graves déficits estructurales (entre los que cuenta el de la sostenibilidad de la industria turística) y, -también, por qué no decirlo-, por múltiples polémicas estériles.