¿Sirven de algo esos momentos de presión que te hacían pasarlo mal en el colegio?
Algunas prácticas dejan huella en los alumnos. Pero, a veces, no hay mal que por bien no venga.
Seguro que te acuerdas como si fuera ayer de aquella exposición que tuviste que hacer delante de toda la clase o de los nervios que te entraban el día que te daban las notas. Son momentos clásicos de la etapa escolar que, para algunos alumnos llegaban a convertirse en pesadillas.
Septiembre es sinónimo de vuelta al cole. Por eso la edición francesa del HuffPost ha querido traer a colación esos recuerdos que en su época fueron dolorosos, como el del profesor que daba las notas por orden creciente o decreciente de resultados; o cuando tus compañeros formaban los equipos de Educación Física y a ti te elegían el último; o el simple hecho de tener que hacer una presentación oral en clase.
El objetivo no es criticar estas costumbres o prácticas pedagógicas, que obviamente tienen su interés, sino ponerlas en perspectiva con las sensaciones de los alumnos. Como señala Christine Barois, psiquiatra infantil, “a esa edad es cuando se crean los esquemas cognitivos”. Es decir, si nos sentimos inútiles o menospreciados, esa sensación puede perdurar durante años.
La entrega de exámenes corregidos, un momento serio que puede angustiar a los alumnos
Julia, de 27 años, cuenta que su profesor de matemáticas daba los resultados de los exámenes uno de cada dos viernes de la peor a la mejor nota.
“Sólo la idea de llegar y que nos expusieran delante de todo el mundo nos estresaba a todos. Yo llegué a saltarme varias clases”, recuerda.
Romain Vignest, profesor de Lengua que actualmente entrega sus exámenes en orden creciente, insiste en el carácter solemne de esta práctica. “Se instaura en la relación general que tenemos con los alumnos. Podemos dar los exámenes y tener buen contacto con ellos, hacer bromas, ser cariñosos. Y nada nos impide explicarles por qué procedemos así”, señala.
Además, “la mayoría espera saber quién va a tener la mejor nota y las menos buenas se olvidan enseguida”, sostiene. Por el contrario, Vignest considera una “verdadera tortura moral” dar los exámenes por orden decreciente de nota.
La formación de equipos en Educación Física, un momento humillante para algunos alumnos
Amélie, también de 27 años, recuerda como si fuera ayer sus clases de Educación Física. Siempre era la última seleccionada por sus compañeros a la hora de hacer equipos.
“Sabía que iba a ser la última a la que eligieran, sobre todo en baloncesto. Así que me quedaba mirando al suelo. Y, al final, el profesor me decía que fuera a tal o cual equipo”, cuenta.
Los profesores con los que ha contactado el HuffPost son conscientes de lo espinoso de este asunto y no les faltan soluciones para constituir equipos equilibrados que valoren a todos los alumnos.
Éric Piedfer, director del Departamento de la Unión Deportiva en Val-de-Marne (Francia), sugiere asociar a los alumnos más fuertes con los menos fuertes dejando que se pongan en pareja en función de sus afinidades. O incluso dar “derechos diferentes” a cada miembro del equipo. Por ejemplo, el mejor no tiene derecho a regatear. Todo esto, con el fin de equilibrar los equipos y de que los menos hábiles en el deporte no sean el centro de atención.
La participación oral en clase, una etapa tan indispensable como estresante
Levantar la mano y participar en la clase de Inglés o de Francés, tener que recitar un poema delante de todo el mundo o incluso hacer una exposición en clase de Historia... Todos lo hemos vivido.
Nicolas Chevrier, psicólogo, recuerda en su blog que “pasaba las noches dando vueltas en la cama pensando en los horrores que se iban a producir cuando hablara delante de toda la clase”. “Sin embargo, hoy en día suelo intervenir en directo en la radio y en la tele como psicólogo, aconsejando a miles de personas sobre temas delicados, y sin sentir ansiedad, más allá de los nervios habituales que me permiten mantenerme centrado en mi tarea”, apunta.
Aprender a tomar la palabra es una parte que no se puede suprimir del currículo. Romain Vignest admite que hace recitar textos a los alumnos en voz alta, ya que “lo oral es esencial, está hecho para hacerse entender”.
Christine Barois coincide: “Aprender a hablar en público es indispensable”. Pero reconoce que forma parte de un proceso, de “un aprendizaje”. “Si los alumnos no lo consiguen, se les puede apuntar a clases de teatro”, propone.
Consciente de las dificultades que supone para algunos alumnos, Vignest sugiere prestar más atención a los niños “que se burlan de los más frágiles”. “El papel del profesor es estar atento a esto”, asegura. “Tomar la palabra no debe implicar una confrontación, sino animar a respetar al que habla”, prosigue.
Este profesor ya no pone nota de participación oral porque piensa “que no hace falta obligar a hablar al alumno que no quiere”. “No es papel del profesor dictar al alumno la manera de socializar con los demás”, sostiene. En cambio, Vignest sí se encarga de felicitar personalmente a los que participan en clase de manera espontánea, o incluso les da puntos extra en algunos deberes.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Francia y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano