Sí, nos representabas, Carme
Conmocionado por el golpe de su pérdida, aún nos cuesta asumir que el zarpazo lacerante de la muerte nos haya arrebatado a Carme. Carme Chacón hizo historia, es verdad. Pero también, y sobre todo, que esa historia es nuestra historia, la que compartimos juntos, haciendo un trabajo de equipo en que su ejemplo y empuje la hacen ya inolvidable por siempre en nuestros corazones, tan heridos por el suyo.
Así es desde que aterricé en Madrid la noche aciaga del domingo 9 de abril, camino de la semana parlamentaria en Bruselas, y no me pude creer la explosión de mensajes de consternación y dolor que de inmediato rompieron en la pantalla de mi móvil: "Muere Carme Chacón"... No podía creerlo, ni aceptarlo, ni entenderlo. "¿Así es la vida?"... Así es la muerte: retadora, injusta, terminante, inaprehensible.
La evoco y llevo muy dentro la imagen de Carme y Pedro Zerolo en el último Congreso del PSOE en 2012, y creo que nunca acertaré a dar cuenta del orgullo, honor inmenso, de haberles tenido por amigos. Mi pensamiento acude al encuentro de su familia, que la llora, de sus padres y su hermana, a los que veneraba, y a su pequeño Miquel, el tesoro de su vida.
Carme y yo nos encontramos hace ya muchos años en un memorable Congreso de constitucionalistas en Granada, la misma ciudad que me formó como estudiante y profesor, y la que me hizo socialista desde mi primera juventud. Conecté con ella al vuelo, desde el día en que nos vimos, sin adivinar entonces cuántas ilusiones, proyectos, inquietudes, horizontes y sobre todo esperanzas nos esperaban en la esquina de cada siguiente estación. Y a todo lo largo del camino se reveló como ya era: mujer valiente, rompedora, pionera, catalana y española y europea y todo a la vez, determinada a hacerle frente cuando y donde hiciera falta a las dificultades y retos que acometió, sin arredrarse nunca, y sin que las limitaciones ni resistencias opuestas aminorasen su presencia de ánimo ni su tenacidad.
La glosa de su itinerario en la política española se escribe ahora en titulares, y sus realizaciones se agolpan en nuestra memoria impactada por su fallecimiento abrupto e inesperado. Pero yo querría quedarme con nuestra reunión con ella durante todo el día del lunes en un homenaje dolorido a la amistad y a los afectos labrados en la zozobra y la grandeza de la política.
Se nos pregunta muchas veces acerca de la ingratitud de esta dedicación -la de la acción política- tan largamente sometida a un implacable denuesto. A menudo confrontamos ordalías de escepticismo respecto a la existencia misma de la dignidad en política... y de la posibilidad de la amistad y el afecto en un medio enrarecido por la confrontación y lógicas adversariales. Pero mi experiencia me enseña que ha sido también mi privilegio el que me ha hecho abrazar en el curso de la actividad y el compromiso político a personas irrepetibles, seres humanos queridos tanto en la resiliencia como en la vulnerabilidad. Con ellos he compartido duros emprendimientos, a los que durante años entregamos nuestras mejores energías, inacabados todos, sin que quedara nunca atrás -nunca del todo, al menos- ni su tensión ni su recuerdo.
Estoy intentando hablar de Carme y hablo de esa ambición de crecer y de crecerse cada día, superando el desafío de lo difícil, del envite ante cada adversidad, y de hacerlo tejiendo afectos. Porque sólo con un poco de irrenunciable ternura -empatía, compasión se la llama en otras lenguas- y enorme dedicación resulta posible enhebrar la red de complicidades que permite desplegar esa ambición por lo mejor en la pasión de la política.
Sí, la pasión política, la misma que se enaltece con personas como Carme, y con el hueco inmenso e irreparable que deja en cuantos la conocimos y la quisimos.
En todo lo que la trajo a este espacio de vocación y servicio, de empeño contra uno mismo y pese a sus sacrificios, Carme hizo política, y escribió en ella su destino. Sí, nos representabas, Carme, nos representas.