Si fueran nuestras hijas muertas, ¿lo haríamos?
Me pasma que un padre herido tenga que tolerar latigazos del periodismo.
¿Si fuese tu hija lo publicarías?
La pregunta la lanza el padre de Diana Quer y va dirigida a Ana Rosa Quintana tras el anuncio por parte de su programa de emitir la reconstrucción del crimen, con las declaraciones del asesino de la joven, conocido como El Chicle.
La pregunta me lleva a 15 años atrás, a un programa de televisión. Contaré más abajo la historia. Me pasma que haya quien considere la pregunta demagógica, me pasma que un padre herido tenga que tolerar latigazos del periodismo, me pasma que sea aún necesario algo así:
“Hemos remitido a la Audiencia un escrito para intentar que en ningún medio de comunicación pueda difundirse este tipo de información”, dice Juan Carlos Quer.
Poco después, me llega un correo de change.org a nombre de la madre del niño Gabriel: “Firma esta petición de ayuda y amparo para que en el desarrollo del juicio oral se salvaguarden nuestros derechos y se proteja la imagen de nuestra familia”. Durante todo el día de hoy se suceden titulares, imágenes, comentarios... que se pasan por el forro esta petición. No solo la tele, claro. Periódicos, radios, medios online… Todo el día en el juicio contra Ana Julia. Un reportero en Ya es mediodía: “La negra ha venido de un blanco inmaculado”. Se cuenta durante horas y horas de emisión cuánto duró la agonía. Periodistas intrépidos, armados con el micro, con el móvil, sabiéndose esperados, entran en un bucle perverso.
Espejo Público entrevista a un funcionario que nos cuenta cómo es la celda de la asesina. Información que no aporta nada, que no importa, que no suma, que no resuelve, que no NADA.
Los familiares de Blanca Fernández Ochoa escuchan estos días todo tipo de comentarios sobre la tragedia de la medallista. No sabemos nada, ni debería interesarnos nada. En la tele no dan tregua. Es imposible no acabar siendo obsceno. Cuando se han de llenar tantas horas, tantos textos, es imposible no caer en obviedades, en maledicencias, en contradicciones, en estupideces, en el horror. Pienso en su madre, en su hermana, en sus HIJOS.
El espectador mira, miramos el primer plano continuo de la asesina de Gabriel, de los medicamentos de Blanca. Lee, leemos, los titulares escandalosos. Incómodos, pero miramos. Perplejos pero leemos. Nadie nos ve mirar. Nadie nos ve leer. Y seguimos. No necesitamos saber nada más, pero seguimos. No necesitamos más detalles, ni más pormenores, pero como ellos siguen, nosotros seguimos. No hace falta que despierten más nuestros bajos instintos, ni que nos inciten más a odiar a los asesinos, ya estamos a tope. Ya tenemos suficiente información. La que de verdad importa. Que se puede resumir en varios minutos de televisión (como el impecable reportaje de Informe Semanal del pasado sábado), o en una página, o en varios párrafos. No hace falta que nadie vuelva a conectar con el lugar de los hechos.
Veo todo esto y me pregunto, como el padre de Diana: ¿si fuera mi hija, mi hermana, querría que millones de españoles conocieran los pormenores, o querría quedarme para mí los detalles dolorosos? La respuesta es obvia. Y de pronto, como un destello, recuerdo esa escena que decía al principio. Y me da pena y asco. Ahí va:
Asesinato de una joven en Puente Genil, Casta se llamaba. Atacamos el tema. Primer paso: reconstruir el suceso, con fotos de la joven, con dramatizaciones de lo que puso pasar, con imágenes creadas para la ocasión. Segundo paso, convencer a padre de la niña para que venga al plató a contar el suceso. La periodista, Ana, nos ha explicado que es un agricultor sencillo, que ha hablado con él y que cree que será posible. Ana es muy simpática, sabe embaucar. Finalmente el padre acepta. Solo pone una condición: no ver ninguna imagen de su hija muerta durante la entrevista, nosotros aceptamos, por supuesto, no faltaba más. Hubiéramos accedido a cualquier cosa. Luego en el plató, las cosas se tuercen (nunca me cansaré de decirlo: NO se fíen). El directo tiene esas cosas...
Introducimos el tema, y tras el saludo al padre, con supuesta congoja, el presentador mira a cámara y dice:
-Vamos a ver ahora cómo sucedió todo
Luego se dirige al padre y remata:
-Fíjese bien en estas imágenes
Y ahí que emitimos un vídeo ilustrativo donde se recrea el asesinato, la supuesta persecución, el ataque, las fotos, y como colofón, esta imagen: plano de cabeza de chica rubia en el suelo llena de sangre, plano de piedra al lado de cabeza ensangrentada, música atronadora. Fin.
Volvemos a plató. El padre está en estado de shock. Balbucea. Derrotado, responde con monosílabos a las preguntas del presentador.
Al espectador, (a ustedes) no hará falta decirles que la cabeza es falsa, que es una reconstrucción. Pero a un padre que nada sabe de las técnicas televisivas, de la narrativa audiovisual, a un padre acobardado que ha perdido a su hija de manera trágica, sí. Salió contrariado del plató, pidió ver al director del programa para que le explicara por qué no había cumplido con el compromiso. El director en cuestión se esconde primero y se larga después. El equipo de producción es el encargado de calmar al padre, de meterlo en el taxi y enviarlo de vuelta a su casa sin hija.
Regresé a casa hecha trizas. No tenía hijas entonces, pero la pregunta ya zumbaba en mi cabeza. ¿Si fuera mi hija, lo haría?
Han pasado 15 años. Aquí seguimos. Enlodados. Sin sosiego, sin sentido. Sin rozar ni un instante la belleza