Sergio Mattarella, el presidente cautivo de Italia
El jurista centrista, de 80 años, tenía claro que se jubilaba, que no podía más. Pero tras ocho rondas de votación sin un candidato de consenso, repite en el cargo.
Sergio Mattarella esposado, amordazado, atado a la silla, secuestrado en un coche, picando piedra con traje y chaqueta. Los memes sobre el presidente de Italia son innumerables estos días y todos coinciden en una estampa: la del jurista centrista secuestrado, cautivo, incapaz de escapar del cargo cuando ya preparaba su jubilación, a los 80 años.
Ha sido imposible. Tras ocho rondas de votación en la Cámara de Diputados en las que los grupos no avalaban a ningún candidato con mayoría suficiente, Mattarella cedió y aceptó renovar el mandato, haciendo un sacrificio que no tenía previsto y que los parlamentarios le agradecieron en pie, sabiendo que ya tenía las cajas empaquetadas del Quirinal, que estaba buscando casa con varias inmobiliarias y que afrontaba un retiro tranquilo que, ahora, debe posponer.
El presidente en Italia tiene el poder de nombrar primeros ministros y gabinetes y amplios poderes en tiempos de crisis. La izquierda ha tenido la ventaja en las últimas tres décadas, pero esta vez, sin que los bloques de derecha o izquierda lograran una mayoría clara, los legisladores no daban con una figura de unidad. Y si no lo hacían, había riesgo de elecciones anticipadas, cuando ya hay un Gobierno con una alianza que costó Dios y ayuda forjar.
Con el país en medio de una dura cuarta ola de coronavirus y enfrentando el doble desafío de salvaguardar la recuperación económica e implementar el fondo de inversión pospandemia de la Unión Europea, la presión sobre los políticos estaba creciendo para evitar un punto muerto que el país no podía permitirse. Se ha votado por independientes, por muy dependientes, por el primer ministro, Mario Draghi, por desconocidos y conocidos... pero nadie con quien ir todos a una.
Pasadas seis rondas, el propio Draghi y su equipo visitaron al presidente y le rogaron que siguiera. No fue sencillo convencerlo, pero dio el paso. Al final, obtuvo 759 de los 1.009 votos posibles. Su decisión permite que Draghi permanezca como primer ministro, evitando elecciones anticipadas y calma a los parlamentarios, de los nervios ante la posibilidad de ir a las urnas porque, tras los próximos comicios, muchos esperan perder su escaño debido a los recortes en el tamaño del parlamento.
Un ejemplo de “vocación pública”
Mattarella (Palermo, 23 de julio de 1941) nació en una prominente familia siciliana, muy ligada con la política y la pelea por la democracia. Es hijo de Bernardo, un activista antifascista perseguido por Benito Mussolini, que a la postre fundó el partido de la Democracia Cristiana (DC), dominante en política italiana durante casi 50 años. Su hermano Piersanti también entró en política, fue presidente de Sicilia, pero la Cosa Nostra lo asesinó en 1980. Un dolor que siempre, dice, le ha espoleado en la lucha contra la mafia y la corrupción.
El joven Sergio tuvo claro su camino de “vocación pública”, como destaca el Quirinale, desde joven. Durante la adolescencia, fue miembro de la Acción Católica (Azione Cattolica) y se graduó en derecho en la Universidad de Palermo, donde más tarde fue profesor de Procedimiento Parlamentario. De eso sabe ahora un poco más. Luego, en la Universidad de Roma, de doctoró con una tesis sobre “La función de la orientación política”.
Aunque sus inicios fueron académicos, el crimen de su hermano le hizo orientarse también hacia la política. Mattarella fue elegido como diputado en 1983 dentro de la facción de izquierda de los demócratas cristianos, que apoyaba por ejemplo un acuerdo con el Partido Comunista Italiano, y tuvo importantes roces en el seno de su formación por eliminar a prohombres de su casa relacionados sospechosamente con la Cosa Nostra.
Se hizo un nombre y saltó a la política nacional, primero como ministro de Asuntos Parlamentarios y luego, en Educación, bajo el mando de Giovanni Goria, Ciriaco de Mita y Giulio Andreotti. Fue a finales de los 80, pero duró poco: en 1990, tras la aprobación del Parlamento de la ley Mammì, que liberalizaba los medios de comunicación en Italia, dimitió junto a varios ministros más. Entendía que era una norma hecha para ayudar a magnates como Silvio Berlusconi, quien justo ahora quería ser presidente, se retiró en el último momento y ha aplaudido la reelección de Mattarella por su “gran sacrificio”.
Ese año, Mattarella fue nombrado subsecretario de la Democracia Cristiana y renunció dos años más tarde para convertirse en director de Il Popolo, periódico oficial del partido, donde permanecería hasta 1994, cuando renunció por el acercamiento al partido conservador Forza Italia, el nuevo de Berlusconi. Fueron años de enorme intensidad, en los que lo mismo redactaba la nueva ley electoral del país que se iba de su partido al Popular Italiano, cansando de enredos.
Mattarella fue uno de los primeros partidarios del economista boloñés Romano Prodi en las elecciones generales de 1996, a la cabeza de la coalición de centro-izquierda El Olivo (L’Ulivo); después de las elecciones, con la victoria de la centro-izquierda, Mattarella sirvió como presidente del grupo parlamentario del Partido Popular.
Dos años más tarde, cuando el gobierno de Prodi cayó, fue nombrado viceprimer ministro y ministro de Defensa en el gobierno encabezado por el líder socialista democrático Massimo D’Alema. Apoyó la intervención de la OTAN contra el dictador serbio Slobodan Miloševic y aprobó una reforma de las fuerzas armadas italianas que abolió la mili local. Giuliano Amato lo mantuvo al frente de Defensa.
En 2000 se disolvió el Partido Popular -un ejemplo más de la política italiana, de altos y bajos-, formando entonces el partido político Democracia es Libertad-La Margarita (DL); Mattarella fue reelegido para el Parlamento italiano en las elecciones generales de 2001 y 2006, como candidato para las coaliciones de centro-izquierda, El Olivo y La Unión (L’Unione).
En 2007 estuvo entre los fundadores del recién formado Partido Democrático, una gran carpa socialdemócrata que era la fusión de La Margarita y los demócratas de la izquierda, heredero del Partido Comunista. Con ellos estuvo hasta que en 2011 fue elegido por el Parlamento italiano para ser juez de la corte constitucional.
Cuatro años más tarde fue elegido, por primera vez, presidente de Italia. Como independiente. Necesitó cuatro votaciones -nunca es fácil-, obtuvo 665 votos, superando ampliamente los 505 necesarios, según el recuento oficial. No quería un segundo mandato, pero no ha tenido opción, y así fue como el pasado fin de semana se convirtió en el segundo mandatario en repetir, tras Giorgio Napolitano. En su primera legislatura ha tenido que hacer frente a una crisis de gobierno y nuevas alianzas. En la presente no se espera mucha más paz, aunque el tecnócrata Draghi ha sabido imprimir calma y conocimiento.
No está feliz, pero dice que ha respondido a la responsabilidad de gestionar a la grave crisis social que ha dejado la pandemia. “Estas condiciones nos imponen no rehuir los deberes a los que estamos llamados y, naturalmente, deben prevalecer sobre otras consideraciones y diferentes perspectivas personales con el compromiso de responder a las expectativas y esperanzas de nuestros conciudadanos”, explicó al asumir el mandato.
Divisiones internas
La elección de Mattarella ha evidenciado el fracaso de los partidos políticos para dialogar y encontrar puntos de convergencia. No todos han apoyado su candidatura. De hecho, esta elección ha creado divisiones dentro de los partidos y sobre todo dentro del centro-derecha. Habrá que ver cómo puede afectar esto al Gobierno en los próximos meses.
El líder del PD, Enrico Letta, había defendido al actual primer ministro, Draghi, como mejor opción, pero la Liga, Forza Italia y el M5S lo habían rechazado, argumentando que debe seguir su labor en el Ejecutivo en un año relevante, pues Italia ha iniciado el camino de la recuperación económica tras la pandemia y debe demostrar a Bruselas que cumple con las reformas pactadas para recibir ya en 2022 casi 46.000 millones de euros, de los 191.500 millones podrá obtener de fondos europeos hasta 2026.
La coalición de derechas, formada por Forza Italia, Hermanos de Italia y la Liga, había propuesto varios candidatos que fueron rechazados por la izquierda y el viernes se estrelló en el Parlamento con la propuesta de la presidenta del Senado, Maria Elisabetta Alberti Casellati, que sacó incluso menos votos que los que conforman la alianza conservadora, lo que desató una crisis entre los socios por saber quién se había desmarcado de la línea pactada.
Esta alianza tripartita sale duramente dañada tras estos días, pues la líder de Hermanos de Italia no ha ocultado públicamente sus discrepancias con Salvini por la elección de Mattarella y Forza Italia ha señalado que a partir de ahora actuará con independencia.
Salvini, que tomó las riendas de la negociación por parte de la derecha, lanzó el viernes la idea de que la Jefatura del Gobierno fuera ocupada por una mujer, algo que no ha ocurrido nunca en la historia del país y que respaldó Conte, y entonces uno de los nombres que cobró entonces fuerza fue el de la actual jefa de los servicios secretos del país, Elisabetta Belloni. Pero fue tildada de “inaceptable” por el exprimer ministro Matteo Renzi y también este sábado el diputado de Forza Italia, Antonio Tajani, reconoció que su formación preferiría un perfil político.
Mattarella, con este escenario, puede despedirse de los paseos y la lectura. Sus planes han cambiado.