Señoras y señores, con todos ustedes ¡los circos de la Navidad!
Cualquiera que mirase la cartelera de Madrid, podría pensar que es la capital mundial del circo. Pues al siempre esperado Cirque du Soleil con el supervitaminadoTotem se añade el tradicional espectáculo circense navideño del Circo Price, creado por el Escuela de Circo Carampa, y, oh sorpresa, Baby Circus un modesto gran circo para niños de 1 a 3 años en el Teatro Galileo. Y me dejo tres más en el tintero, sí tres.
Totem, placer adulto
Todo es perfecto en Totem. Todo funciona como una maquinaria de relojería suiza, aunque son canadienses de corazón y chinos de financiación. Hasta la improvisación, el fallo o el error, se hacen tan bien que parecen parte del espectáculo. Y la gente lo sabe, y responde agotando entradas. Este circo es una máquina engrasada de hacer dinero porque da lo que promete por lo que se paga.
Es cierto que una mirada crítica que no se deje apabullar por el espectáculo, y es muy difícil que no apabulle, se preguntará cuál habrá sido el papel del vanguardista Robert Lepage, el director de este show. Porque se echa en falta su capacidad de contar historias, aunque no su capacidad de crear imágenes potentes. Desde esa ciénaga llena de sapos y batracios con la que comienza el espectáculo, en la que, créanme, todos los espectadores se querrían bañar, hasta esa reinterpretación de la flamenca encima de la tele, o esas transiciones de la evolución del hombre o el espectáculo de la barras rusas que parece traído de otro planeta.
Sentado en la butaca (un consejo, elija la más centrada que pueda conseguir) resulta difícil decidir con qué número quedarse. Tan difícil como elegir una foto, ¡solo una!, para ilustrar este espectáculo o quedarse con un número solo. Así, las conversaciones a la salida van saltando de los uniciclos a los payasos, de los payasos a las barras rusas, de los patinadores al aparentemente sencillo pero complejísimo y bellísimo número del diábolo. Ah, y ese número de malabarismo del científico metido en una especie de cono invertido transparente.
Todo esto, cuando la retina no se queda prendada de su magnífico vestuario. Unos coloridos trajes camaleónicos que hacen cambiar las figuras de las contorsionistas en función de la luz, creando la ilusión de imágenes nunca vistas. Factores que aprecian más los adultos, los jóvenes y los adolescentes. Porque, mientras los niños viven el juego como algo normal, aquellos saben lo que cuesta mover perfectamente un músculo por pequeño que sea y acaban exclamando: ¡oh!, ¡ah! ¡halaaaa! A los que siguen fuertes y sonoros aplausos.
Los viajes de Marco y Pili, niños contentos, familias contentas
Es cierto que el espectáculo navideño del Circo Price, no tiene una producción tan apabullante. Sin embargo, en cuanto a imaginación y buen hacer no le va a zaga al circo anterior. Un espectáculo que ya desde su título se presenta guasón y juguetón. El juego necesario para mantener la atención y el entusiasmo infantil, que tanto se celebra en estas fiestas, y por tanto tener contenta y feliz a cualquier familiar que les lleve o acompañe.
En este caso, la propuesta dramatúrgica son dos niños, Marco y Pili, que rodarán una película amateur sobre los viajes de Marco Polo. Una excusa que permite, a estos dos maestros de ceremonia algo payasos, llevar a sus espectadores desde Madrid hasta Mongolia. Viaje en el que se verá, entre otros, un hermoso trabajo de barra, fenomenalmente ejecutado. Un número de malabarismos con pelotas fluorescentes que asombra a la chiquillería y a sus padres. Un tragafuegos que tiene en pista una presencia entre hipster y dandy que ya querrían muchos actores y actrices, con el que realiza un número que derrocha sencillez, buen hacer y belleza.
La lista descriptiva de números podría no parar hasta enumerarlos todos, se lo merecen. Aunque vale la pena detenerse para poder contar el segundo espectáculo de este espectáculo. El que se produce en las gradas. Ese en el que padres, tíos y abuelos se aplican con la mejor de sus predisposiciones a aprenderse la coreografía que Marco y Pili les enseñan en los momentos muertos entre número y número. Una idea simple, brillante y divertida que da continuidad mientras se producen los cambios en la pista y que subraya, como se decía al principio, la imaginación de la Escuela Circo Carampa. Por algo son premio nacional de circo. Por algo las familias salen tatareando la canción y bailando mientras los niños comentan a los padres qué es lo que más les ha gustado. Y hay mucha diversidad.
Baby Circus, una poética sorpresa circense para bebés y sus padres
Trailer de 'Baby Circus' de Espectáculos Mandarina
A este pequeñísimo y modesto circo también le sobra imaginación. Una imaginación que permite a la compañía Espectáculos Mandarina y a su única protagonista, Tina Mandarina encarnada por Tina Lorenzi, recrear el mundo del circo al completo y ser payasa, malabarista (hermoso número de malabares realizado con pañuelos de colores en vez de con bolas), trapecista, maga, hasta "trompista" (por el magnífico uso del trompo) y "pompista" (por las pompas de jabón). Todo ello aliñado con algo de confeti y muchos globos que hacen que la siesta que quiere dormir su protagonista se convierta en una fiesta.
De tal manera que es un circo con todo lo que hay que tener. Incluida la carpa, la cuerda floja y un a penas fiero león que surge de una manta y un espumillón. Demostrando que un buen espectáculo de circo se puede hacer con muy pocas cosas, las cuatro cosas que caben en una pequeña maleta. Siempre y cuando no falten el entusiasmo, la poesía y el conocimiento del medio y del espectador. En este caso el conocimiento de los más pequeños de la casa y sus padres y madres que llenan las butacas. Los mismos que al final del espectáculo acompañan a sus retoños a esa improvisada pista de circo en el que se ha convertido el escenario del Teatro Galileo, que adquiere el aspecto de un patio de recreo o un cuarto de juegos infantil arrasado tras toda una tarde de juegos por alguien que sabe y quiere jugar.
¡Hagan paso, señoras y señores! ¡Acaban de llegar los circos!