Señoras que se alegran de no ser más de seis en Navidad
Poco valoramos el duro trabajo que hacen las madres y las abuelas (y algún que otro varón) durante estas fiestas.
Has oído hablar de ellas, pero nunca las has visto. No son una leyenda urbana, ni un bulo inventado, tampoco llevan capas de invisibilidad. Las señoras que se alegran de que este año no podamos juntarnos más de seis en las celebraciones existen, son reales y están por todas partes. Sus familiares nunca las reconocerían. Sus vecinas jamás lo dirían. Puede que ni ellas mismas se atrevan a expresarlo: “hijo, qué pena que no puedas venir”, “os echaré muchísimo de menos”, “este año no va a ser igual”. Pero no te confíes, tras esa lagrimita seca que no moja ni la punta del pañuelo está teniendo lugar todo un despliegue de fuegos artificiales, juegos de luces, bandas de música y coreografías de miles de actores formando un gran brazo de WhatsApp. Desde la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín no se recuerda celebración similar.
Y es que solo ellas saben el enorme sacrificio que supone preparar, por ejemplo, la cena de Nochebuena: para empezar, hay que ir comprando el marisco en agosto porque el precio en diciembre se pone por las nubes, hacer una lista con los entrantes, los primeros y los principales, preparar el caldo un mes antes, desalar el bacalao durante siete días, dejar hecha la masa de las croquetas y los moldes del hojaldre. Luego está lo de seleccionar la vajilla, limpiar las copas que están llenas de gotas, comprar los cuencos adecuados para la crema, repasar que haya cubiertos suficientes, elegir una mantelería con motivos navideños, adornar la casa (esto ya llevan un mes haciéndolo). Cuando ya tienes todo lo “pre” hay que ponerse con lo “pro”: ir a varios mercados, esperar infinitas colas ¿quién da la vez? ¡señora no se cuele! ¡lo siento, pero se lo acaban de llevar! Hacer varios viajes cargadas con bolsas, jugar al Tetris encajando los alimentos en la nevera, en la despensa y hasta en la bañera.
Esa misma mañana toca madrugar, encender el horno, limpiar los mejillones, hacer el relleno, poner las castañas a remojar. No se les olvide tener en cuenta las intolerancias: si el año pasado hubo dos alérgicos a la fructosa esta hay uno al gluten y otro la lactosa. También hay que preparar los postres y las bandejas de turrón, incluyendo chocolates light para quien asegura que está a dieta después del atracón. Un rato antes de que lleguen los comensales, ellas ya llevan contabilizadas unas 147 horas laborales. Y si alguien piensa que una vez sentados a la mesa la tarea se termina, están muy equivocados. Toca servir, repartir, ir calentando el plato siguiente, volver a hacer el Tetris con los cacharros que van quedando en la pila, limpiar las gambas que se han quedado espachurradas en el suelo, rellenar el bote de kétchup, mantener a raya al perro, pasarle el Cebralín en la camisa al abuelo y poner buena cara, eso, por supuesto.
Este año, todas esas señoras echarán de menos reunirse con la familia y los amigos, pero no tener que pegarse esas palizas supone un verdadero alivio. Poco valoramos el duro trabajo que hacen las madres y las abuelas (y algún que otro varón) durante estas fiestas. Responsabilizar a las mujeres de toda la carga familiar y tareas domésticas es una tradición tan arcaica como injusta, que por mucho que repitamos cada Navidad, debemos repensar y equilibrar. Muy fan de todas las señoras que este año se hayan alegrado por lo bajo (o por lo alto) de no tener que trabajar tanto. Ojalá el año que viene podamos reunirnos los mismos de siempre y ellas también puedan seguir disfrutando de su merecido descanso.