Seis meses de guerra en Ucrania: tras la resistencia sorprendente, Kiev apuesta por el ataque
La contienda deja ya más de 5.500 civiles muertos, además de al menos 9.000 soldados ucranianos y 25.000 rusos. Hay seis millones de refugiados, sin visos de esperanza.
Han pasado seis meses y lo increíble se ha hecho costumbre: Rusia atacando a un país vecino y soberano como Ucrania, en las puertas de Europa, por tierra mar y aire, civiles escapando -blancos, con medios y puertas abiertas-, edificios modernos reventados por bombardeos, monumentos que son memoria de un continente entre sacos terreros, un presidente vestido de militar dando partes diarios, niños que entierran a sus padres, ofensivas, trincheras, muerte. La invasión rusa de Ucrania cumple medio año y el horror ya parece que cansa al mundo, a la espera de las consecuencias particulares, domésticas, de crisis como la energética o la de seguridad alimentaria que esperan a la vuelta del verano.
En estos momentos, en el plano militar, el 20% del territorio ucraniano está en manos de Rusia, según los cálculos del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW). Los frentes más activos son los del este, en la región del Donbás -donde toda la zona de Lugansk está ya bajo control de Moscú, mientras Donetsk sigue controlado por Kiev en un 40%-, y el sur -especialmente Jersón-. El conflicto está estancado, pero aunque no haya grandes avances en ninguno de los dos sentidos, sí que hay actividad diaria, y desgaste, y dolor.
Los cálculos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos afirman que al menos 5.514 civiles han muerto desde la noche del 24 de febrero pasado -cerca de 700 son niños-, mientras que 7.698 han resultado heridos a causa, sobre todo, de bombardeos, artillería o misiles. En cuanto a uniformados, Ucrania ha confirmado esta semana que ha perdido a 9.000 efectivos, aunque no ha afinado de qué unidades eran. Es la primera vez desde que comenzó el ataque que Kiev da cifras exactas. De Rusia llega un vacío mayor, porque desde marzo se niega a informar de sus bajas, ante la erosión que podían causar en el ánimo de su población. Ucrania, inflando el daño, habla de no menos de 45.000 rusos caídos, pero datos de la Inteligencia de Estados Unidos, desvelados por The New York Times, rebajan la cifra aproximadamente a 24.000 o 25.000.
En las últimas semanas se está notando un “cambio de estrategia” en las autoridades ucranianas, explica una fuente del Cuartel General de la OTAN en Bruselas. “Animados por una resistencia que nadie preveía y la llegada de más armamento internacional, además de impulsadas por la imposibilidad de negociar tras acontecimientos como (el asedio de) Mariúpol, (la matanza de) Bucha o los recientes bombardeos de Jarkov”, los de Volodimir Zelenski -ese “héroe” descubierto en estos meses- están apostando por la reconquista, “no sólo de lo perdido en esta contienda con Rusia, sino de lo ocupado en 2014”. En ese año, Rusia se anexionó Crimea y apoyó a los rebeldes partidarios del Kremlin a proclamar unilateralmente su independencia en Donetsk y Lugansk.
“A Ucrania le han faltado municiones y a Rusia, efectivos. Eso ha hecho que no haya habido grandes movimientos de las líneas de batalla desde primavera. Los rusos no avanzan desde principios de verano, pese a los bombardeos diarios. Kiev tiene una necesidad crucial de más armas para su contraofensiva, antes de que Moscú reconstruya sus tropas, algo que le está costando”, añaden las mismas fuentes.
La evolución
La famosa guerra rápida, que empezó hace medio año con seis frentes y ataques al corazón, a la capital, ha evolucionado con la retirada de Rusia de los puntos que menos le interesaban, sabedora de que no podía mantener la tensión y el daño permanentes durante tanto tiempo. “Ucrania no se ha hundido bajo su artillería, no ha habido estatocidio ni Gobierno satélite de Rusia”, y eso da fuerzas a Ucrania para decidir que va a por ellos. “Ninguno quiere ceder”, y donde ahora más encono se ve es en la zona Jarkov, al este, y el espacio entre Mykolaiv y Krivoi Rog, al sur.
Los ucranianos han pasado en estos meses por el asalto inicial y la constatación de sus peores pronósticos, con una invasión que desde el primer día iba a por Kiev y a por el Gobierno legítimo, para apuntarse los primeros tantos muchas semanas después, tomando Jersón y bloqueando Mariupol. Han vivido el asedio de esta última ciudad, con ataques incluso a su maternidad que pocos pueden olvidar, las ofensivas sobre Jarkob, Odesa o Leópolis, luego la esperanza de la recuperación de Irpin y la retirada rusa de Kiev, la masacre de Bucha, en esa retirada, y la caída al fin de Mariupol y la acería de Azovstal. El grito de los ganadores de Eurovisión por sus defensores quedó sólo en eso.
Vino luego la nueva estrategia, ni centro ni norte, atacando Rusia al este y al sur, concentrando lo poco que tiene, hasta la toma de Lugansk y, más recientemente, los ataques angustiosos en las proximidades de la central nuclear de Zaporiyia -a la espera de una visita de especialistas delOrganismo Internacional de Energía Atómica, por concretar, para ver daños- y los de Jarkov, donde planea concentrar al grueso de las tropas ucranianas para dar el golpe final en el Donbás.
Rusia, con el paso de las semanas, dejó claro que las excusas iniciales del discurso justificatorio de Vladimir Putin para lanzar la “operación militar especial” -hablar de “guerra” en Rusia puede llevar a la cárcel- no eran más que eso: nazismo y entrada de Ucrania en la OTAN enmascaraban un deseo de expansión que pasa, sobre todo, por el sureste, por un corredor que una su territorio, al menos, con Crimea. En estas están sus tropas en estos últimos meses.
Rusia quiere el control del mar y todo el Donbás, mientras que Ucrania ahora quiere más. En marzo, poco después de iniciada la guerra, cuando aún las partes se sentaban en Turquía o en Bielorrusia a una misma mesa, Zelenski tendía la mano, si se volvía a la situación previa al 24 de febrero se hablaría de todo. Ya esa vía está taponada. Es un todo o nada por “preservar la soberanía nacional”. “Ni un pedazo vamos a ceder -enfatiza- nuestra bandera volverá a ondear en las zonas temporalmente ocupadas”. Por eso, y porque empiezan a poder, han atacado incluso Crimea, en suelo ruso según el Kremlin. Queda ganar o ganar. Este martes, el Ministerio de Defensa ruso, en su comunicado diario, se felicitaba por “avances” en Donetsk y en el sur. Su plan “se desarrolla con éxito”, indica.
Determinante en estos meses ha sido la falta de empuje rusa: ha fallado du inteligencia, su estrategia, su cadena de mando, su liderazgo, su intento en cortar las comunicaciones enemigas y su defensa aérea, su poderío por aire, su mal uso de armas combinadas... Los informes del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) han ido dando cuenta de todos estos errores de Rusia, que se sumaban al empeño de Putin en extender su idea del “mundo ruso” y en su incapacidad para mostrar ante los suyos que estaba flaqueando el segundo mayor ejército del planeta.
Todo eso lastra la tarea de Rusia, por más que se haya repuesto un poco en los últimos meses, de ahí la prisa de Zelenski para impedir que vaya a más. Las armas occidentales son la clave y por eso las pide sin cesar, prácticamente en cada uno de los mensajes que manda cada noche al mundo, vía Telegram. Hoy, EEUU aporta un 60% de la ayuda militar global a Ucrania. Sin ella, sin su inteligencia y la formación de su gente no estaríamos hablando del actual escenario.
El apoyo a Zelenski sigue intacto en Europa, amplificado incluso con los primeros pasos para que Ucrania entre en la Unión -a la OTAN renunció expresamente al poco de iniciarse la ofensiva-, pero a Bruselas también le pide más armas, más. La semana entrante, el jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, propondrá una “potente misión” europea de entrenamiento, dirigida a formar al Ejército ucraniano. “Estamos ante una guerra de gran escala”, “convencional” y “de las de verdad” que moviliza “medios extraordinariamente importantes y centenares de miles de soldados” y ya hay 17 misiones de este tipo en el mundo, justifica.
“Esto empezó en Crimea y acabará en Crimea”, proclamó este martes el presidente, en un acto telemático con más de 60 países y organizaciones internacionales como la OTAN y Naciones Unidas. Todos los participantes rechazaron la guerra y la anexión unilateral de marzo de 2014 con palabras de peso. “Estaremos con Ucrania todo el tiempo que sea necesario”, respondió el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg. Y horas después, EEUU anunció el envío de otros 3.000 millones de dólares (3.011 millones de euros) en material bélico y adiestramiento para Ucrania. Esto es: Kiev no está sola en su apuesta de reconquista y los apoyos irán llegando. Si son o no suficientes, está por ver.
Lo inmediato es este miércoles, cuando Ucrania no sólo entra en su séptimo mes de guerra, sino que celebra el día de su independencia. Este año no habrá desfiles en Kiev, los únicos blindados que se verán en sus calles son los rusos, machacados, que han sido trasladados allí para subir la moral a la población. Zekenski teme que Rusia, aprovechando esta fecha, haga algo “particularmente cruel” contra su territorio, más aún cuando los ánimos se han caldeado desde el sábado a causa del asesinato en Moscú de Daria Duguina, hija del pensador Alexandr Duguin, de enorme influencia en el Kremlin. Kiev promete una “respuesta contundente” si esos ataques se intensifican.
Lo que parece un aviso llamado a buscar la unidad nacional se sustenta, por ejemplos, el avisos de la Inteligencia de EEUU: el Departamento de Estado ha emitido un aviso desde su embajada en la capital ucraniana pidiendo a los norteamericanos que abandonen el país “inmediatamente” porque creen que se preparan “ataques contra infraestructura civil e instalaciones gubernamentales en los próximos días”. En zonas como Jarkov los bombardeos se han intensificado, especialmente contra edificios civiles, con decenas de víctimas. Contrasta con la seminormalidad recobrada en Kiev y zonas aledañas, donde la reconstrucción se mezcla con los preparativos para las clases, el mes que viene, o con teatros que abren y la liga de fútbol que se retoma.
Una crisis enraizada
Hoy las negociaciones son una quimera. Las espadas están en todo lo alto, Ucrania quiere lo que es suyo y Rusia dice que sus objetivos militares aún no se han satisfecho. A Putin se le ha tratado de asfixiar y forzar a la negociación con sanciones, las más duras y coordinadas vistas por parte de Occidente. Hay casi 900 tipos sólo por parte de la Unión Europea, a las que se han sumado las de aliados como EEUU, Reino Unido, Japón o Australia.
En estos momentos hay en vigor veto a individuos (1.129) y organismos (11), que van desde políticos a oligarcas, pasando por empresas y hasta el banco central ruso. El objetivo de este castigo es es lastrar la economía rusa y el margen de acción de quienes pueden contribuir al avance de la invasión. Muy destacado ha sido el gesto de dejar a los bancos fuera del mecanismo financiero SWIFT y, sobre todo, el intento de independizar a Europa de Rusia en lo energético: see ha establecido un bloqueo a la compra de carbón y crudo del país, que entrará en vigor el próximo año, aunque para el gas no ha habido consenso.
La economía rusa sufre graves daños pero, a la vez, se mantiene de pie con cierta estabilidad. La tasa de inflación anual rondó el 17% en mayo; la producción de coches se redujo en el mismo mes un 97% con respecto a la del año anterior; reservas de la Federación rusa en divisas extranjeras por valor de unos 300.000 millones de dólares (294.570 millones de euros) se hallan bloqueadas en cuentas bajo jurisdicciones occidentales, pero ha estabilizado su moneda, se beneficia de los altos precios de los combustibles fósiles y ha reforzado sus ventas a gigantes como China o India, mientras busca aún más mercado en África y Latinoamérica. Lo que está claro es que Putin no cede un acuerdo por esta vía porque ha aguantado el envite y, además, ve cómo se resienten las economías de sus adversarios.
Zelenski tampoco da el brazo a torcer. En las últimas semanas ha dicho que no va a sentarse con quien ocupa su territorio hasta que esté fuera hasta el último de sus efectivos. Rusia tiene que “inmediatamente y sin más condiciones retirar sus tropas de la planta, detener todas las provocaciones y detener todos los bombardeos” de su territorio, dijo ante el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Añade que tampoco se sentará con Rusia si juzga de forma ilegal y haciendo escarnio público a los prisioneros ucranianos capturados tras la caída de Mariúpol.
En lo único en lo que ha habido pactos puntuales ha sido en la creación de corredores para sacar a civiles de Mariúpol y en la creación de un canal tránsito de barcos de grano, seguro, desde los puertos ucranios, ha permitido comenzar a vaciar lentamente esas reservas. El pasado 9 de agosto, 12 embarcaciones habían logrado sacar unas 370.000 toneladas de maíz, soja y semillas de girasol. Unos tres millones aún esperaban en los muelles y se estima que el conjunto del país aún acumula otros 20 millones de la producción del año pasado a los que tendría que sumarse la cosecha ahora en curso.
Los daños en el sector agrícola son de los más importantes que deja esta guerra fuera de las fronteras de Ucrania. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se han destruido infraestructuras agrarias por valor de entre 4.300 y 6.400 millones de dólares. Se estima que la producción de este año podría rebajarse a un 60% de la obtenida el año pasado.
La crisis humanitaria es desconocida en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Además de los más de 5.000 muertos y más de 7.000 heridos (que según la ONU son apenas una estimación tibia, porque no hay datos reales de ciudades completamente arrasadas como Mariúpol, que tenía casi medio millón de habitantes), están los refugiados. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para atenderlos, el ACNUR, prácticamente un tercio de los ucranianos se han visto forzados a dejar sus hogares. Se calcula que hay unos seis millones de refugiados en el exterior, especialmente en países vecinos a Ucrania y a España han llegado unos 133.000, hasta la semana pasada.
Pero hay otros 6,6 millones de personas desplazadas en el interior del país, que han podido ir a ciudades más seguras o con familias y amigos pero que arrastran importantes problemas de alimentación o higiene. Hay un centenar de centros de salud, por ejemplo, que están inservibles, incapaces de atender a los que se han quedado, no pocos de ellos ancianos y dependientes.
Queda guerra larga por delante, nos quedan más aniversarios por contar, en esa línea que muchos comparan con la evolución de la guerra de Siria. Se ha evaporado el impacto inicial de la guerra y se corre el riesgo de que cunda la fatiga, de que importe menos e indigne menos, más allá de la factura de la luz a final de mes. La humanidad no debería bajar la guardia.