¿Se debe premiar económicamente a los ciudadanos que lleven una vida saludable?
En un futuro no muy lejano puede que se penalice a aquellas personas que abandonen los hábitos saludables.
Hace más de tres mil años, los emolumentos de los médicos chinos estaban condicionados a la salud de sus pacientes: únicamente cobraban si aquellos no enfermaban. En caso contrario, se consideraba que la atención no había sido la adecuada y que el galeno había sido incapaz de anticiparse a la aparición de la enfermedad.
Los resignados pacientes no se conformaban con esto, deseaban advertir al resto de sus conciudadanos que habían caído en manos de un médico poco leído. Por este motivo, colocaban en la puerta de la casa del médico un farolillo rojo en señal de advertencia; de forma que cuantos más farolillos rojos acumulase la fachada, peor era la reputación del médico y menor su clientela.
En el Canon de la medicina, el tratado más importante de la antigua China, se dice que “curar una enfermedad o corregir un desorden con medicinas es como cavar un pozo cuando se tiene sed o fabricar armas cuando la guerra ya ha estallado, y es demasiado tarde para que sirva de mucha ayuda”. ¡Qué importante es la prevención!
Los gobiernos occidentales han comprendido que, en términos de gestión de salud, es más rentable la prevención que el tratamiento. Sin duda alguna, es más sencillo, económico y, lo que es más importante, salva más vidas humanas, evitar la enfermedad cardiovascular que colocar complejos stent recubiertos de fármacos en las arterias coronarias una vez que se ha desarrollado la enfermedad.
En el mes de octubre del 2020 –en plena pandemia por el SARS-Cov-2– el gobierno de Singapur, en colaboración con Apple, iniciará una colaboración pionera en la prevención de la salud. Con la asistencia de LumiHealth, un programa personalizado que ayuda a promover hábitos saludables a través del Apple Watch, va a prevenir la aparición de enfermedades cardiovasculares.
Este programa es pionero y forma parte de una iniciativa nacional –Smart Nation– con la que se pretende conseguir el máximo provecho de la tecnología en beneficio de la salud.
A través de los datos obtenidos de las personas que formen parte del programa se pretende premiar económicamente –en torno a los 280 dólares americanos– a aquellas personas que lleven a cabo unos hábitos saludables. En ellos se incluyen la meditación, el ejercicio físico (caminar, nadar) y la calidad del sueño.
Además, y esto tampoco debe pasar de forma inadvertida, el Gobierno de Singapur recompensará a los ciudadanos que se vacunen cuando la vacuna frente a la COVID-19 esté disponible.
Como dice el refrán anglosajón, en los detalles está el diablo. La monitorización de estos comportamientos saludables tiene implicaciones muy profundas, ya que se pierde la privacidad de los datos personales relacionados con la salud, lo cual puede provocar, en un futuro no muy lejano, que se penalice a aquellas personas que abandonen estos hábitos o, simplemente, aquellos que no los tengan.
El debate está servido y, por supuesto, ambos lados de la línea no están exentos de críticas. Por una parte, los modelos tecnológicos se vislumbran como una potente herramienta que nos puede ayudar a prevenir ciertas enfermedades, a reducir la mortalidad y a mejorar la calidad de vida, en general.
Por otro lado, un seguimiento detallado por parte de las autoridades y de las empresas privadas puede cercenar la libertad y conducirnos a un mundo orwelliano en el que el Gran Hermano penalice todo aquello que considere negativo. Cada vez me parece más plausible poder coincidir en la puerta de la panadería con Winston Smith, el imperecedero funcionario del Ministerio de la Verdad.
Para finalizar, una reflexión -en positivo- atribuida al emperador chino Wang: nuestro pensar ha de estar alineado con nuestro hacer y nuestro sentir, sólo así evitaremos enfermar. En otras palabras, la salud depende en gran medida de llevar un estilo de vida coherente con nosotros mismos.