Sastre
Sabemos perfectamente quiénes son, lo sabíamos ya...
Qué vergüenza ser sastre de algunos trajes. Qué deshonra haber medido algunos cuerpos para disfrazar a tanto mamón con “caché”. Y qué desgraciados objetos mal utilizados para tal enmascaramiento. Pobres las tijeras que cortaron la tela, la tiza que marcó los patrones, la aguja e hilos que tejieron el trabajo de los sastres para vestir a los golfos distinguidos de España. Pobres objetos que fueron arrojados a la humillación de participar en la confección de indignas vestiduras, obligados por las manos de sastres igual de indignos que los destinatarios de tales trajes. Los trajes que visten la mentira, la manipulación, la casta de Iglesias o la aristocracia de Pérez Reverte, como prefieran. Sabemos perfectamente quiénes son, lo sabíamos ya. Se les nota por sus vestimentas, sus carruajes y por su complicidad en sus discursos. Se les nota por la mano que empuña la batuta que marca la música de sus privilegios, a la vez que nos dictan el compás de una triste melodía a los demás. Se les nota por el olor que desprende el miedo a perder esos privilegios, y se nos distingue de ellos por la indignación. Una indignación de olor sincero, claro.
Pero no solo hay sastres para trajes confeccionados a medida, únicos y pagados con dinero público. Existen otros sastres que visten con dignidad a muchos otros. Como los electricistas y albañiles, estudiantes y profesores, médicos y enfermeros, parados y jubilados, padres y abuelos, escritores y lectores, también existen los sastres indignados.