Sangre bajo el sol
El negocio de las granjas de leones en África: felinos criados a mano para servir de trofeo a cazadores inexpertos.
Desde que tengo uso de razón me ha fascinado África. Ya de niño, soñaba con visitar sus sabanas, sus idílicos paisajes y con conocer su increíble y variada fauna. Aunque, en realidad, con lo que soñaba a todas horas era con sus imponentes leones, para mí, los verdaderos reyes de la selva.
En las noches, en esas sofocantes y húmedas noches llenas de silencio, solo interrumpido por el rugido lejano de los antílopes que se disponen a abrevar en el río, de los cocodrilos que los esperan pacientemente, o de algún león que, relajado y hambriento después de dormir veinte horas —igual que su primo el gato—, sale a reconocer sus dominios para refrescarse, socializarse y... cazar…en esas noches únicas en el mundo entero, un descomunal ejercito de estrellas pintan de blanco un cielo impoluto y lleno de paz, haciéndonos creer, aunque solo por un momento, quizá engañándonos, que todavía hay esperanza...
En la parte baja, allí donde el continente termina, se encuentra la republica de Sudáfrica, un hermoso y rico país con una gran diversidad cultural y una enorme desigualdad social entre sus habitantes, divididos estos entre grandes pobrezas o enormes fortunas fruto del comercio de diamantes, de los safaris o de las florecientes granjas de leones.
En su geografía se erigen alrededor de 260 granjas de estos animales, donde conviven más de 8.000 felinos, a los que se cría para morir a manos de inexpertos cazadores procedentes de todo el mundo.
Los ingresos de estas granjas provienen de distintos frentes. Hay agencias de viajes que venden paquetes turísticos con destino a Sudáfrica en los que, junto a la estancia y los safaris fotográficos de rigor, se incluye por un precio adicional la alimentación a biberón de cachorros de leones.
Una vez que el turista compra el paquete y llega a Sudáfrica, se le deriva a una de estas granjas. Se trata de pequeños espacios rodeados de vallas, donde la limpieza no existe y leones, tigres y otros grandes felinos, hacinados, mal alimentados y casi todos enfermos en mayor o menor medida, aguardan pacientemente su muerte entre excrementos y restos podridos de otros animales.
Un empleado acompañará a los entusiasmados turistas a alguna jaula vacía, donde les entregarán a los cachorros, preciosos y adorables como gatitos. Allí les darán biberones y los empleados acariciarán el oído de los incautos turistas diciéndoles que deben ser alimentados de esa manera porque sus madres los rechazaron al nacer. Cosa totalmente falsa.
Dentro de estas granjas, la realidad es asquerosamente aterradora. Las leonas son utilizadas para aparearse y embarazarse sin cesar, teniendo hasta cinco camadas al año. Una vez que nacen sus hijos, estos son retirados de la madre para que la leona vuelva a aparearse rápidamente y dé a luz a otra camada, y otra, y otra, y otra.
Las leonas, debido a sus elevados embarazos y partos y a no poder estar con sus crías, sufren de desnutrición, descalcificación y depresión.
Las crías, a las que se alimentará con biberón para poder sobrevivir, nacerán débiles y algunas con malformaciones fruto de la endogamia; muchas de ellas ni siquiera serán capaces de caminar con normalidad y otras, las más afortunadas, morirán debido a esas malformaciones.
Los leones, en contacto siempre con la compañía humana, considerarán al hombre un igual, por lo que se comportarán con él como dulces gatitos, en vez de como fieros felinos. Y cuando crezcan, buscarán caricias y juegos y pedirán comida a quienes creen sus amigos.
Una vez que los cachorros se conviertan en adultos, serán vendidos como trofeos de caza a personas procedentes de todo el mundo que pagarán fuertes sumas de dinero para poder dispararlos hasta que mueran. Los más caros son los leones adultos de pelo oscuro, seguidos por los de pelaje más claro, a continuación los machos jóvenes y por último las hembras y los cachorros. En muchas granjas también se permite cazar a cachorros por un módico precio.
Los leones serán cazados con balas de calibre pequeño para no estropear en demasía las pieles y los cráneos del preciado trofeo, por lo que necesitarán muchos disparos y su muerte será lenta y atroz. Otros cazadores, en cambio, preferirán matarlos con arcos y flechas y proferirán una muerte aún más dolorosa al animal.
Una vez los —casi siempre— inexpertos asesinos han vaciado toda su ira sobre el animal y matado al león, se lo desollará, separando la piel y el cráneo de los huesos; el cráneo y la piel se la llevará quién dio muerte al león y los huesos serán vendidos por las granjas a Asia, donde los utilizarán como medicina tradicional.
No dejo de pensar en el pobre animal, o el cachorro de pocos meses, cuando por fin sale de su minúscula jaula en la que hasta entonces ha estado recluido con otros leones hermanos, a un recinto más grande donde, tras las rejas, le espera el humano que le quitará la vida.
El incauto felino, creyéndolo amigo, se acercará a él para relacionarse y seguramente mendigar alguna caricia; el cazador le apuntará y le disparará una vez tras otra, descargando en él toda su furia. Un guía ayudará al cazador y le dirá dónde debe tirotearlo para no dejar muchas marcas en su ansiado trofeo. Y cuando el león caiga moribundo al suelo, el guía parará la masacre, dejando al felino agonizar hasta perder la vida.
Pobre león, pobre rey de la selva, te han despojado de tu reinado, te han humillado y han convertido tu vida de sufrimiento perpetuo en un trofeo cuyo dolor no importa. África llora contigo y el mundo permite impasible tu muerte. Descansa en paz, rey de la selva, nadie llorará por ti.
¿Nadie?