Sánchez, como en ‘Pasapalabra’: quiere todo el ‘rosco’
El líder socialista ya conoce los métodos pablistas. Y tiene cerca la experiencia italiana.
Algunos lo adivinaron. Vieron lo que iba a pasar. Intuyeron, con los primeros síntomas que afloraron como un sarpullido en el PP, Ciudadanos y Vox, y en el SOS limosnero de Pablo Iglesias, lo que iba a ocurrir, y ocurrió todo muy de acuerdo con el ‘método científico’ y el análisis de los antecedentes.
Apenas conocido el recuento electoral y anunciado el ‘operativo conjunto’ de las tres derechas, o el ‘trifachito’, para en el clásico español de un ‘pacto de perdedores’ –que ya, claro, no se llama así– anular el sentido del voto, comenzaron de inmediato los vetos, sobre todo el de Albert Rivera (cada día más primo-riberista), que tuvo el efecto de disparar las condiciones de un Pablo Iglesias en fase de desahucio.
La escena comenzó dando nombre al Gobierno que, al parecer de las derechas, quería Sánchez: “un gobierno Frankenstein”, pero que en realidad ansiaban ellos, hecho de jirones ideológicos; y también algunos socialistas, con una desconfianza y hasta un asco político basados en datos reales de la historia reciente de una atormentada España, se apuntaron al palabro.
Al fin y al cabo era un feliz invento léxico: construir un nuevo ‘cuerpo’ con elementos de otros varios, además incompatibles entre sí a todas las bandas: los separatistas de Junqueras (de Esquerra Republicana, de izquierdas como su nombre indica, aunque no todos los nombres significan en la realidad lo que aparentan en la ficción) y la organización de apoyo a Puigdemont, hecha de la continuada metamorfosis personalista de la antigua Convergencia (Unió, se fugó a tiempo).
A todo este tinglado (‘tonglado’, pone motu proprio la inteligencia artificial de este Mac) se le sumarían los chicos de Unidas Podemos, a su vez divididos entre sí; las abstenciones proactivas de los antiguos (¿antiguos?) etarras de Bildu; los ‘qué hay de lo mío’ peneuvistas… Como decían los chatarreros cuando yo era niño: “compro, hierros, metales y quemadores… y ropa usada…”. Adelantados del reciclaje.
A una ocurrencia feliz, la mejor contraofensiva es otra ocurrencia feliz; y la foto de las tres derechas en la plaza de Colón, con los dirigentes del PP, Ciudadanos y Vox en la tarima presidencial le dieron la idea vengadora a la izquierda: había nacido el pacto “Francostein”.
Frente a la pasividad que tuvo Mariano Rajoy en una circunstancia idéntica, fumarse un puro (que fueron muchos) y leer el Marca, y sentarse a esperar, Pedro Sánchez ha desarrollado una estrategia muy meditada: sin duda, un plan B diseñado para el caso de que no se obtuviera una mayoría suficiente, o fueran imposibles unos pactos razonables, fiables, y que garantizaran la estabilidad durante toda la legislatura.
La lógica sanchista indicaba que, con alta probabilidad, iba a dejar pasar el tiempo, como en Pasapalabra, para no verse obligado a tomar una decisión errónea o necesaria, pero peligrosa por sus muchos conocidos o desconocidos efectos secundarios, que impidiera completar el ‘rosco’ sin un fallo, para llevarse el bote acumulado.
En este caso, la mayoría absoluta. Pero para eso Pedro Sánchez tenía que ganar-perder tiempo. Ganar y perder, en esta estrategia (esa es la clave) significan lo mismo. Otros más directos le llaman ‘marear la perdiz’. Algo que no parecía difícil vista la tendencia de todas las encuestas.
Este es otro asunto: la interpretación de la ‘recta intención’ de los sondeos sobre la intención de voto. Despreciar los resultados, o los titulares, del CIS por instintiva ‘tezanitis’ también conduce al autoengaño. Lo que hay que saber ver es la tendencia que marca la media de las distintas encuestas. Y ahí se observa como la intención de voto del PSOE o del ‘pedrosanchismo’ va en progresivo aumento. El ‘rosco’ se va cubriendo de color verde.
Aunque Albert Rivera se empeñe en descalificar a Pedro Sánchez y al perverso ‘sanchismo’ denunciando con desmedida sobreactuación los acuerdos ‘secretos’ en el gaseoso grado de intención y pensamiento del líder socialista con los golpistas catalanes, con travestidos terroristas de ETA como Otegi, con los bolcheviques comandados por el matrimonio Iglesias –Montero, solo convence a los ya convencidos, cada vez más cerca del ‘voxerío’ que del liberalismo–.
Pero ese trato tiene truco. Mientras acusa de alta traición al ‘sanchismo’ por pactar con los innombrables… él, con su ‘cordón sanitario’, y a pesar de las ofertas del PSOE y de las recomendaciones externas, sean de partidos amigos de la UE o de diarios económicos internacionales, o de organizaciones empresariales que quieren estabilidad, se empeña en obligar a Sánchez a recurrir a la abstención de los separatistas y al acuerdo con Pablo Manuel Iglesias para ser investido. Y entonces el PSOE en pleno advierte con repetir las elecciones, y seguir subiendo.
Es así de simple.
Pedro Sánchez, que ha aprendido griegos y latines desde que resucitó, ve venir los efectos secundarios: haga lo que haga con la actual aritmética parlamentaria, gobierne con Pablo Iglesias o apoyado extramuros por nacionalistas y golpistas confesos, la legislatura moriría más pronto que tarde de un fallo multiorgánico.
El líder socialista ya conoce los métodos pablistas. Y tiene cerca la experiencia italiana. Por eso de aquí hasta la ‘cuenta atrás’ se hablará mucho de la mano abierta, la mano cerrada, o el corte de mangas… Veremos.
No habría día tranquilo ni mañana seguro con las ‘pablistadas’, y justo en un momento clave de la democracia española: la sentencia del TS por el procés a los acusados de dirigir y organizar una rebelión en Cataluña, adaptada, eso sí, a la era de Internet y las redes sociales.
Los hechos comprobados y ampliamente publicados con apoyo de audios y vídeos auguran una condena. Suave o dura, eso será lo de menos. Lo único que aceptarían los dirigentes del ‘alzamiento social programado’, que ya han advertido que lo volverán a hacer, es la rendición incondicional del Estado mediante una absolución que canonice las revueltas y el golpe a la Constitución y al Estatut.
Aparte de esto, Unidas Podemos está concebida y fue alumbrada como una organización antisistema. Y el PSOE, y toda la socialdemocracia europea, y el Estado de Bienestar, son parte del sistema. Además, “piensa mal y acertarás”, refresca un viejo socialista: en cuanto tocaran poder, el dúo Iglesias-Montero tendría la tentación de lavar el pecado mortal de la ‘dacha’ de Galapagar con una estrategia de marketing de mayor intransigencia, de defensa clara del derecho de autodeterminación de los pueblos y las villas, y de recuperación de la retórica revolucionaria de abajo los de arriba y arriba los de abajo.
Ya lo dice el refrán: de lo que hubo siempre queda.
Los resultados de las elecciones hubieran bastado para lo que todo el mundo –casi literalmente– consideraba la mejor salida para el nuevo laberinto español: un gobierno, fuerte, estable, respetado en la Unión Europea y más allá, del PSOE y Ciudadanos. El partido de Rivera había sido concebido para este caso práctico: una organización de centro capaz de pactar a su derecha y a su izquierda.
Pero Albert Rivera tenía otros planes ‘inconfesables’. Y giró hacía la derecha. Se sumó con entusiasmo al ‘cordón sanitario’… Al PSOE. Quizá por celos, porque Macron y Valls apoyaban el acuerdo con Sánchez. Y quiso disputarle al PP la primogenitura conservadora.
Justicia poética: al final quien tuvo que someterse a un cordón sanitario, en una habitación de hospital, fue Rivera. En efecto, los designios del señor son inescrutables, y muchas veces poéticos en su venganza. Una gastroenteritis aguda le recordó que era hombre y no un dios, y ni siquiera un profeta.
Desoyendo las recomendaciones de los liberales y conservadores europeos, Rivera pacta con la ultraderecha encarnada por Vox. Esa línea, contestada desde una de las dos facciones de Ciudadanos, la liberal socialdemócrata, está llevando al partido a estar partido. Y a parecerse al Partido Radical de Alejandro Lerroux, un populista demagogo que también creció en la lucha contra el nacionalismo catalán… gracias al que llegó a presidir el Consejo de Ministros en la II República.
Los ‘ciudadanos’ que no son fanáticos ni fanes de la derecha valentorra ya asoman la lengua en la disidencia interna: todo parece indicar que no quieren jugar a la ruleta rusa que les propone Rivera, que a ratos parece un remedo del Gil Robles a quien llamaban ‘El Jefe’ en la CEDA.
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