San Nicolás, el antecesor de Papá Noel que llega a Centroeuropa desde España
Un barco lo lleva desde el río Manzanares a Bélgica, Países Bajos o Alemania, junto a su paje, Pedro el negro. A los niños que no se han portado bien se los lleva de vuelta.
En países como Bélgica, Alemania, Luxemburgo, Países Bajos, Austria, Suiza o Polonia, los regalos navideños no los traen ni Papá Noel ni los Reyes Magos, ni se entregan el 25 de diciembre o el 6 de enero. No, el encargado de llevar la ilusión casa a casa se llama San Nicolás y hace el reparto antes, en adviento, en la noche del 5 al 6 de diciembre. Llega con su barba blanca, traje de obispo, mitra y un largo cetro, todo rojo, blanco y dorado, directamente desde... ¡España!
San Nicolás, Sinterklaas o Saint Nicolas -dice la leyenda por ejemplo en territorio belga-, no vuela en trineo ni va en camello, sino que viaja en un barco de vapor que atraca durante un gran evento en el puerto de Amberes. Desembarca con su caballo blanco, Amerigo, acompañado de su ayudante, Zwarte Pieten o Pedro el negro, un paje que va vestido con traje renacentista, plumas y pendientes dorados.
Eso, en el lado flamenco de Bélgica. Mientras tanto, para la comunidad francófona, Saint Nicolas llega viajando en su asno mágico y lo acompaña el Père Fouettard (el mismo paje negro). Todo lo demás, es igual.
La tradición parte de la figura de San Nicolás, obispo de Myra (Turquía) que vivió en el siglo IV y está enterrado en Bari, Italia, una ciudad que más tarde perteneció a la Corona española, al Reino de las Dos Sicilias. Lo mismo pasaba con los Países Bajos y Bélgica. De ahí que se diga que viene de España. ¿De qué punto? De uno tan extraño como Madrid, que no tiene costa, pero sí río, el Manzanares. Los historiadores locales no han podido trazar bien de procede este extraño detalle, pero la tradición es lo que dice. Con Madrid Río, a lo mejor ahora le es más fácil... La fiesta se celebra del 5 al 6 diciembre porque es cuando murió el santo.
San Nicolás era un gran amante de los niños, conocido como un hombre muy generoso, un señor bien que en vez de vivir de la fortuna familiar la repartió entre los necesitados. Es bonachón y amable, pero cuidado, porque sólo carga con regalos para los niños que han sido buenos y valientes, a los que tiene apuntados en su libro de todo el año. A los desobedientes se los lleva en un saco de vuelta a España.
La tradición, rota el pasado año y también en este 2021 por culpa del coronavirus después de alguna tragedia incluida, es que a finales de noviembre el alcalde de Amberes lo reciba a pie de barco y luego se inicie un desfile que termina en la Plaza Mayor y es televisada a todo el país, como la cabalgata real en España.
Las 12.000 personas que cada año lo arropan apenas tienen que estar pendientes del lanzamiento de caramelos y juguetes, aunque algunos caen, sino que se instalan pequeños puntos de reparto y carpas -las mayorías, con patrocinios publicitarios- en los que se entregan a los críos bombones, globos, chapas y otras chucherías como las pepernoten (unas galletas muy especiadas), los mazapanes y las letras de chocolate con las iniciales de los pequeños. También mandarinas y naranjas, exóticas para los niños de la zona en otro tiempo, símbolo del sol y el buen tiempo español.
También son imprescindibles en esta fiesta las monedas de chocolate, doradas y plateadas. Se dice que hubo una vez tres hermanas que, por no poseer dote para casarse, no podían contraer nupcias, así que decidieron seguir una vida un tanto libertina. San Nicolás, para evitarles el pecaso, les dejó durante tres noches consecutivas tres bolsas llenas de monedas de oro y acabaron pasando por el altar.
La polémica de Piet
La caracterización de los Peters ayudantes va cambiando con los años, abandonando las pelucas de rizos, la cara tiznada y los enormes labios rojos porque se he llegado a entender como racista y denigrante. Otros dicen que no hay nada de eso: tiene la cara negra porque está cubierto de hollín tras haberse deslizado por las chimeneas, porque eso es tarea de subordinados, no de santos.
El origen de esta figura divide a los historiadores: pudo ser un sirviente español, de Al Andalus -más oliváceo que negro-, o un niño etíope salvado del mercado de esclavos de Mira, un deshollinador italiano o hasta un demonio al que San Nicolás obligó a realizar actos piadosos.
Donde antes había un Peter, tras la Segunda Guerra Mundial se admitieron muchos, pedritos que juguetean y bromean alrededor del santo, además de amenazar con llevarse a los niños que no han sido buenos. La culpa la tienen los soldados canadienses que liberaron al país de los nazis y que, por ejemplo, rompieron el bloque que mataba de hambre a los habitantes de Amberes. Fueron ellos los que organizaron los primeros desfiles durante la posguerra y los que decidieron que la comitiva resultaría más vistosa si el solitario Piet se multiplicaba. Así, hasta hoy.
Con los años, la comitiva también ha crecido por obra y gracia de la televisión infantil, inventando personajes locales como Ramón, el cuidador del caballo del santo, o Conchita, que le cocina albóndigas. Ambos españoles.
El protocolo
En las casas de toda Bélgica, se hable el idioma que se hable, es tradición dejarle a la comitiva algo de beber junto a los zapatos en los que depositará los regalos, al igual que alguna zanahoria y agua para su caballo u asno. Hay que buscar la razón en la costumbre de “poner el zapato” en las iglesias de la zona en la noche del 5 al 6 de diciembre para recoger limosnas de los ciudadanos ricos. A la mañana siguiente, ya 6 de diciembre y día de San Nicolás, se repartía lo recogido entre los niños de familias pobres para recordar al santo y su benevolencia.
La unión de estas dos costumbres derivó, a partir del siglo XIII, en la de poner zapatos y, posteriormente, botas o calcetines de fieltro en las chimeneas para que se dejen allí los regalos.
Para recibir algo, claro, antes ha habido que mandar una carta al santo. El servicio nacional de correos belga, Bpost, se encarga de que todas las misivas, con todos los deseos, lleguen a tiempo.
El villancico más famoso dedicado a San Nicolás es una coplilla infantil que dice:
Sinterklaas kapoentje
gooi wat in mijn schoentje
gooi wat in mijn laarsje
Dank je Sinterklaasje
En castellano diría algo como: “San Nicolás deja algo en mi zapato, deja algo en mi bota, gracias, San Nicolás. Yo canté ayer la canción y me ha traído dos muñecos de chocolate blanco y mandarinas ¡mmm! Gracias, San Nicolás”.
Además, hay un pueblo donde se celebra con especial énfasis esta fiesta: se llama, obviamente, Sint-Niklaas, está al sudoeste de Amberes y allí hay una estatua del santo en el exterior de su ayuntamiento. Cada año, del 12 de noviembre al 6 de diciembre, su Museo de Bellas Artes, situado en el interior de una elegante casa unifamiliar de 1930, se transforma en el Huis van de Sint, o sea, la mágica casa de vacaciones de Sinterklaas. En el dormitorio del santo, lectura para antes de dormir: Zwoele Nachten in Spanje (“Noches cálidas en España”). No tiene pinta de ser apto para menores.
Una pequeña evolución
Durante el siglo XVII, a través de los los habitantes emigrados desde Países Bajos hasta Nueva Amsterdam, hoy Nueva York, la tradición se extendió también relativamente por Estados Unidos y se fue adaptando.
Fonéticamente, de Sinteklaas, en neerlandés, a Santa Claus, en inglés, no hay mucha diferencia, el nuevo nombre se empezó a acuñar a principios del siglo XIX a raíz de un escrito de Washington Irving. Los colores son los mismos en los dos personajes, las túnicas y el armiño siguen presentes, el gorro se ha transformado... y la imagen de Papá Noel es hoy la que una marca de refrescos asentó el siglo pasado gracias al pintor Haddon Sundblom.
No es San Nicolás, pero de él viene.