Salvar a la derecha democrática
Hago un llamamiento a salvar a la derecha de sí misma. Nuestra democracia no se puede permitir que sea sustituida por su reverso tenebroso.
Estos días, escribiendo un pequeño artículo de opinión para una revista europea acerca de las prioridades de la Unión para el año 2020, me daba cuenta de las enormes diferencias que separan nuestro debate público del de nuestro entorno inmediato. Para mal. No es un fenómeno nuevo, pero se ha agudizado hasta límites que parecían simplemente inalcanzables. Desde las Elecciones Generales de 1993, no ha habido un Gobierno alternativo al de la derecha que no haya sido contestado desde la raíz de su legitimidad.
No hay manera de que se produzca en España lo que es normal en Europa Occidental, esto es, la alternancia política en condiciones de normalidad institucional. Primero fue el “váyase, señor González” de la Brunete mediática (ese mismo González al que tanto reivindican ahora), después la instrumentalización del 11 M para negarle legitimidad a la victoria de Zapatero —ese Gobierno en el que estaba Rubalcaba, hoy muy reivindicado también por la derecha como “socialista de orden”, pero al que en aquel momento llegaron a llamarle “RubAlqaeda”—, terminando por el espectáculo que han montado en esta investidura.
Lo que hemos escuchado estos días excede de la imaginación de un guionista. Sabemos que hay un gigantesco margen de impostura en el lenguaje, pero cualquier observador poco avisado de la situación sociopolítica española podría llegar a la conclusión de que el clima es prebélico. Las llamadas a un golpe militar que ha hecho de forma implícita y explícita (nada menos que un eurodiputado, por ejemplo) la ultraderecha española acabarían por fijarle esa visión.
El reduccionismo, la simplificación, el uso indiscriminado y zafio de las analogías, ha acabado por definir este terreno de juego: resucitar a ETA como una organización activa y con representación parlamentaria, equiparar al Partido Comunista de España (ese mismo que fue un agente fundamental de la Transición democrática) a los jemeres rojos o a Stalin, equiparaciones imposibles de la política española con la latinoamericana... Todo ello secundado por una Brunete mediática rediviva, que ha sacrificado cualquier servidumbre a la deontología profesional para transformarse en instrumento político.
Es evidente que Europa no es una Arcadia feliz en la que no existen problemas, pero la alternancia democrática, al menos, está fuera de toda discusión. Y eso es un pilar fundamental para el sostenimiento de la misma democracia. Y no digamos para la calidad de la misma. No hay forma en España de sostener un debate sosegado alrededor del programa político del Gobierno que va a ser investido, todo se reduce a consignas maniqueas, esencialistas y apocalípticas. Y eso es un hurto también a la ciudadanía, que tiene derecho a un control efectivo por parte de la oposición sobre las políticas que se pretenden desarrollar, y a formarse una idea de su impacto. La crispación política no solo altera el tono general del país y su percepción exterior, no solo debilita a las instituciones, sino que también es un fraude para los votantes que han escogido no secundar a la opción de gobierno. Aunque no se den cuenta de ello, aunque nadie se haya tomado la molestia de hacer pedagogía en este sentido.
Resulta bastante obvio que el PP y Ciudadanos han optado por secundar a la ultraderecha en su estrategia de confrontación bestial, y para ello han optado por empujar al PSOE a un único camino posible para solventar la investidura, en una suerte de profecía autocumplida. Solo te doy dos opciones: o convocas ininterrumpidas elecciones hasta que suene la flauta en uno u otro sentido (cosa que sé que no es posible), o tratas de resolver un sodoku político complejísimo y ello me permitirá hacer el caldo gordo que quiero hacer. Como si un hindú te viera hambriento y en lugar de compartir un poco de su comida, te obligara a comer de la vaca sagrada y luego se escandalizara porque lo hubieras hecho.
La paradoja es que es muy probable que éste, y no otro, sea el mejor camino para nuestra democracia. Estamos en un momento de cambios de paradigma en todo Occidente y o cambiamos o nos cambian. Lo mismo ocurre en España: el sistema, una historia de éxito de 40 años, ha mostrado una suerte de fatiga de materiales y necesita urgentemente de cambios para sobrevivir. No son pocas las crisis que sufre el país y no es discutible que necesitamos salir de este bloqueo en el que nos hallamos desde hace años. Es el momento de ser ambiciosos e iconoclastas y de probar cosas nuevas: y particularmente nada me da más seguridad que ese proceso sea guiado por la socialdemocracia, por más que haya sido objeto de una campaña ridícula acusándola de “radicalización”.
Si la derecha democrática volviera a su ser y dejara de cuidar el agro de los ultras, debería ser un contrapunto necesario para esta especie de nueva transición que tenemos pendiente desde la última gran crisis económica.
El tiempo político que vivimos es suficientemente complejo para que se planteen debates de fondo igual de complejos. El programa de Gobierno es suficientemente ambicioso, rompedor, que es obvio que pueda generar dudas, inseguridades y críticas. Que se ejerciera con todo el nivel de exigencia posible, con toda la dureza por qué no, sería una buena noticia para la ciudadanía en su conjunto. Ello no puede ser sustituido por lanzamientos de aceituna dialécticos o por bravatas cuartelarias.
Tampoco podemos tolerar la falta de respeto a las instituciones. Por hacer un ejercicio de justicia, espero que parte de la izquierda, que jugó al descrédito institucional en el pasado, haya aprendido lo importante que es salvaguardarlas para mantener un mínimo de salud democrática.
Y, pese a todas las descalificaciones y excesos, creo que desde la izquierda nos toca hacer un llamamiento a la normalidad. Necesitamos una derecha política que cumpla su papel de control en la oposición, alejada de la dialéctica de la barbaridad. Como necesitaremos que en algún momento vuelva a gobernar en condiciones de salubridad institucional, sin descolgarse del sistema. Hago un llamamiento a salvar a la derecha de sí misma. Nuestra democracia no se puede permitir que sea sustituida por su reverso tenebroso.