Salvad a las ballenas
Ahora que Vallecas suena en todos los telediarios, hay que recordar que a finales de los ochenta existió una propuesta revolucionaria de dinamizar socialmente desde el teatro ese, entonces, muy deprimido distrito.
Cuentan que las orcas se están volviendo curiosas y juguetonas en nuestras aguas del norte. Y que provocan pequeños accidentes en las embarcaciones. Yo no me fiaría mucho, quizás los aventurados navegantes no vieron en su día Orca, la ballena asesina, la producción de Dino de Laurentiis con música de Morricone, que nos hablaba de los peligros de inmiscuirse en terreno, aguas en este caso, de carácter ajeno. Porque, digo yo, que quizá los que somos forasteros en la zona somos nosotros, y no los pobres cetáceos, que bastante tienen con sufrir los estragos del cambio climático.
Siempre que escucho problemas con cetáceos me viene a la mente las imágenes de un espectáculo en el madrileño parque de El Retiro, que vi de muy pequeño: Salvad a las ballenas, escrito por Luis Matilla y dirigido por Juan Margallo. En aquellos permeables años infantiles, veo espectáculos que me marcan, como El rey ciervo de Carlo Gozzi, de la compañía El Pícaro Teatro, o especialmente La fiesta de los dragones, también en El Retiro, con un joven Nancho Novo haciendo de caballero negro malote. Unos espectáculos a los que a los niños de los pueblos de la periferia de Madrid nos llevaban en autobuses, en forma de experiencias colectivas inolvidables, ya fuese en periodo escolar o en verano, como en invierno nos llevaban a Juvenalia, a la primigenia sede de Ifema. El caso es que La fiesta de los dragones fue el segundo espectáculo de Matilla/Margallo, absolutamente dinámico, educativo y participativo, que veía en El Retiro. El verano anterior tocó Salvad a las ballenas, flipante para un niño, con un cetáceo hecho de fibra de vidrio montado sobre un patín acuático dentro del estanque del palacio de cristal. El mensaje era claro: salvad a las ballenas. Es decir, preservar los cetáceos como símbolo de protección de las especies en peligro de extinción, y de protección a la naturaleza en general.
Salvad a las ballenas, como La fiesta de los dragones, eran espectáculos participativos que, con la denominación de La gran feria mágica, montaba el colectivo teatral El Gayo Vallecano. Sin “K” en el “Vallecano”, pero sí, con “Y” en el “Gallo”, guiñando el ojo al Rayo, por supuesto. Ahora que Vallecas suena en todos los telediarios, hay que recordar que a finales de los años setenta y principios de los ochenta existió una propuesta revolucionaria de dinamizar socialmente desde el teatro ese, entonces, muy deprimido distrito, sumido en la pobreza y la delincuencia. Es cierto que Vallecas ha cambiado para bien desde aquellos tiempos duros en los que la heroína y los atentados de ETA hacían mella. Pero también se echa de menos que haya más formas de desarrollo comunitario como aquellas de El Gayo Vallecano, que ayudaría, y mucho, en la situación de las zonas castigadas. La cultura, el teatro, siempre es bálsamo. Lo estamos viviendo estos días con la pandemia, mientras los vecinos se “bunkerizan”, las medidas no pasan por contratar más rastreadores, más sanitarios, cuestión que desprotege. Todo pasa por pedir más policía, más ejército. Más madera, esto es la guerra.
Comenzaban los años ochenta, aquellos de la movida madrileña, y con aquellos espectáculos de El Gayo Vallecano, mientras a los niños se nos recordaba que hay que preservar el medio ambiente, se denunciaba la exclusión social y las diferencias entre barrios.
Han pasado décadas y parece que en esencia las cosas no han cambiado demasiado. Consecuencias del cambio climático, que va a ser que lo hay. Lo que no hay, es cambio social, seguimos. Qué pena.