Salir de la zona de confort: ni tan buen propósito ni aplicable a todo el mundo

Salir de la zona de confort: ni tan buen propósito ni aplicable a todo el mundo

¿Qué es? ¿Por qué dejarla? ¿Cómo se abandona (y con éxito)? Tres psicólogos dan sus claves.

63ac62232800006300585bc6Wong Yu Liang via Getty Images

Cada 1 de enero numerosos españoles despliegan sus listas de buenos propósitos, que la mayor parte de las veces acaban hechas trizas sin llegar a sobrevivir hasta febrero. En algunas figura como objetivo un concepto un tanto de moda pero también difícil de definir y de palpar: salir de la zona de confort.

“La zona de confort es lo que hacemos con nuestra rutina, nuestras costumbres, el día a día”, resume el psicólogo Enric Valls, quien remarca que ésta tiene una estrecha relación con el miedo.

La función de ese miedo es protegernos “frente a un peligro real e imaginario” y, como justifica, “tiene una conexión directa porque el ser humano per se se encuentra en una zona de confort”: “Lo que no quiere es salir de esa zona aunque sea perjudicial porque le aparece el miedo, o la angustia, el ‘a ver’ o el ’y si”.

Escasa evidencia

El psicólogo David Gómez llama la atención sobre el hecho de que el término zona de confort “se ha popularizado mucho y cuenta con poquita evidencia”. “Al final es una palabra que engloba ¿qué?”, cuestiona.

“Siempre digo ¿cómo vamos a salir de la zona de confort si se llama zona de confort? Si se llamara zona de mierda, pues a lo mejor...”, añade con ironía.

¿Cómo vamos a salir de la zona de confort si se llama zona de confort? Si se llamara zona de mierda, pues a lo mejor
David Gómez, psicólogo

Coincide con Valls en definirla como “el repertorio conductual con el que se cuenta”. Al pretender salir de ella, como enumera, “ocurren varias cosas”: “La primera es ‘no sé hacia dónde quiero ir’, ‘no sé cómo llevar a cabo ese objetivo’ o ‘no hay control’ (y a las personas nos gusta tenerlo), o pueden aparecer emociones como miedo, ansiedad, vergüenza, culpa...”.

Gómez pone el ejemplo de proponerse cambiar de amistades y meterse en un grupo de escalada: “Pues eso implica igual la culpa por marcar límites a mis amistades actuales y la vergüenza o la ansiedad por ir con un grupo nuevo”.

A la psicóloga Eirene García también le chirría el concepto de zona de confort: “Si es un sitio donde se está confortable y lo que haces y piensas está en coherencia con tus valores y objetivos, ¿para qué salir? No creo que sea una postura conformista, sino que he llegado donde quiero y estoy donde quiero. He conseguido el equilibrio y los recursos que necesito. ¿Para qué entonces plantearme o ponerme en la obligación de salir de ahí?”.

La experta introduce otro matiz: “Otra cosa es que esté en una situación donde no estoy a gusto, donde lo que pienso, digo y hago no está en concordancia. Si eso es así, estaríamos usando mal el lenguaje, y debería llamarse zona de disconfort”.

Si es un sitio donde se está confortable y lo que haces y piensas está en coherencia con tus valores y objetivos, ¿para qué salir? No creo que sea una postura conformista, sino que he llegado donde quiero y estoy donde quiero
Eirene García, psicóloga

En ese caso sí ve con buenos ojos plantearse qué cambios se pueden hacer “para conseguir esa coherencia”.

Productividad y resistencia al cambio

Tanto ella como David Gómez sacan a colación la cultura de la productividad y la ligan a cierta imposición para salir de esa zona de confort. “Como vivimos en la era posmoderna del capitalismo y todo es emprender, todo es productividad, y tienes que desarrollar todo tu potencial... ¡ostras!, eso al final a nivel social genera mucha presión”, reflexiona el psicólogo. Éste se pregunta también: ”¿Hay que salir de la zona de confort?”. “Yo diría que depende. ¿Quieres salir de ella? Entonces vale, plantéatelo. Si estás bien en tu zona de confort, ¿por qué vas a salir de ahí?”, incide.

Por los mismos motivos, Eirene García opina que salir de ella no es aplicable para todo el mundo y también señala que “es un concepto que a veces genera mucha angustia, porque la sociedad me dice que debo aspirar a más, ser más ambicioso, productivo”. Por eso, lanza la pregunta: ”¿Eso es lo que quieres tú o es una imposición que se nos hace desde fuera y que tenemos que integrar sí o sí?”.

A esto se suma, como explica Enric Valls, que “no nos gustan los cambios” porque “suponen un empleo de energía extra que la mente no quiere” y por eso “nos autosabotea con frases como ‘no vas a ser capaz’ o ’seguro que alguien va a ser mejor que tú”.

No nos gustan los cambios porque suponen un empleo de energía extra que la mente no quiere
Enric Valls, psicólogo

El psicólogo anima a “normalizar el cambio” y entenderlo como “parte del proceso de crecimiento personal y emocional”: “Sin acciones distintas no hay cambio. Por lo tanto, es importante identificar ’a ver, ¿estoy ahora en mi zona de confort? ¿Estoy bien? ¿Puedo hacer algo para mejorar, para crecer?”.

Una hoja de ruta

Para que esos cambios no sean al tuntún, Eirene García piensa que lo primero “es tener claro el punto de partida” y analizar cómo estamos en “cada una de las áreas que componen nuestra vida” y, a la vez, “plantearnos dónde queremos llegar”, “siempre teniendo en cuenta nuestro contexto, posibilidades, oportunidades” para, a partir de ahí, “trazar un plan de acción realista”.

Frente a la sensación de “borrón y cuenta nueva” que nos da el Año Nuevo, que hace que nos entre “la ilusión por cambiar y, además, radicalmente”, como señala David Gómez, él propone “darnos una dosis de realismo”: “Si en un año entero no he podido cambiar una conducta como comer más sano, pues no lo voy a hacer el 1 de enero. Lo primero es establecer un objetivo concreto y sencillito, que yo pueda medir, ver, cuantificar y desarrollar un plan de acción”.

″¿Qué es comer sano? Defínelo: es aumentar la cantidad de x, cambiar la cantidad de y, hacer una compra los jueves porque así puedo organizarme. Luego, el saber comer a mis horas...”, prosigue.

Como argumenta, cuando una conducta se ve reforzada, aumentará su probabilidad de darse. Por contra, si una conducta es castigada o le sigue algo lesivo, bajará dicha probabilidad. El ejemplo que pone Gómez, es claro: “Si vamos al gimnasio sin tener claro por qué y para qué, forzándonos a hacer máquinas cuando no nos gustan... me obligo a ir y es algo aversivo. Mi conducta no se va a mantener, porque lo estoy haciendo porque sí, con lo cual voy a durar una semana o un mes”.

Por eso su consejo es, si alguien se propone hacer un deporte para salir de su zona de confort, por ejemplo, que elija el que “le guste” y el que “disfrute”. “Si yo en la zona de confort estoy muy a gustito y al salir sufro, lo normal es que deje esa nueva actividad y vuelva adonde yo estaba”, destaca.

Si yo en la zona de confort estoy muy a gustito y al salir sufro, lo normal es que deje esa nueva actividad y vuelva adonde yo estaba
David Gómez, psicólogo

Si en ese aventurarse fuera de lo conocido encontramos disconfort, Enric Valls aconseja “normalizar el error no como un fracaso personal, sino como un aprendizaje”. “El mejor maestro es el error”, destaca, al tiempo que recuerda que “si uno se equivoca, significa que está en acción”.

Eirene García advierte de que “todo cambio, aunque sea deseado, suele producir sentimientos encontrados”: “Elegir implica renunciar y eso puede generar en nosotros sentimientos de tristeza, nostalgia e incluso despertar miedos. Porque al final hay un duelo por ese cambio. Y 'duelar es parte natural del cambio”. La pauta para ello es “dar espacio a esos sentimientos para poder gestionarlos” y “normalizar el proceso”, según la psicóloga. Y, por supuesto, “enfocarnos en los motivos” y en qué “ganamos”.

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