La música en vivo no quiere morir: "Sala que cierra, sala que ya no abre... y que en dos años es un 'Burger'"
Propietarios de locales míticos en Madrid y músicos cuentan a 'El HuffPost' los detalles de su difícil supervivencia frente al covid y una desescalada "engañosa".
Madrid suena triste. La noche, hace no tanto sinónimo de bandas, ‘garitos’ e inolvidables batallitas personales, lleva año y medio apagándose al compás del coronavirus, que ha terminado por reventar un sector que ya venía tocado de antes. Aunque a partir del lunes podrá revivir algo con el anunciado fin de las limitaciones de aforos, el daño de 18 meses de pandemia queda. Las cuentas no salen, pero la mentalidad de los dueños de salas es clara: sobrevivir abiertos “porque el que cierre hoy ya no vuelve a abrir”.
Cada una de las voces entrevistadas por El HuffPost habla de “mantenerse”, “perseverar”... de resistir, en resumen. Términos poco económicos a los que se agarran a la espera de tiempos mejores. Y no serán inmediatos porque, dejan sobre la mesa, no todo es tan bonito como se pinta desde el lunes.
¿Ganar dinero con la música? Una utopía
Primera bofetada de realidad. “De cada concierto yo saco de 50 a 100 euros por entradas, descontado lo que se paga a las bandas y las consumiciones incluidas. Y el balance no es deficitario porque yo hago cinco curros en uno: portero, camarero, pinchadiscos, seguridad y técnico de sonido”, confiesa ‘El Indio’, dueño de la sala Gruta 77, un clásico en la escena punk-rock de la capital. “Y con que te falle una mesa ya es deficitario”.
Sobrevive con un sentimiento “bipolar, mitad cabreado por la situación y nuestra indefensión bestial; mitad emocionado por seguir tirando para adelante... es una situación un poco marciana”. Justifica su emoción en la “vocación” que le lleva a no querer hacer otra cosa. Y deja un mensaje lapidario: “Es fundamental reivindicar, pero hacerlo con salas abiertas. Aquí no se puede cerrar, porque la sala que cierra ya no abre... y en dos años es un Burger King”, confiesa con un gesto de decepción.
“No se puede ganar dinero ahora, al menos nosotros no. Lo que se está haciendo simplemente es para seguir ahí, para apoyar al equipo, las salas y promotores”, explica en una línea similar José Krespo, guitarrista y compositor de la banda Despistaos. Cuenta que la pandemia interrumpió “la mejor gira de nuestra vida y tocó reinventarse. Incluso reducir personal porque no dan los gastos, aunque en ocasiones hemos dejado de cobrar nosotros para que nuestro personal sí pueda hacerlo”.
Detrás de los grandes focos, cada banda profesional arrastra un buen número de responsabilidades en forma de staff. “Nosotros solemos ser diez personas, pero bandas como Izal te mueve 25-30 y las internacionales ya ni te digo”, añade.
Existe un sentimiento de ‘solidaridad’, palabra que repiten en conversaciones diferentes todos los profesionales consultados por El HuffPost. Lo verbaliza Javier Olmedo, gerente de la asociación La Noche en Vivo, que engloba a las salas de música madrileñas. “Las cifras, como negocio, son totalmente inviables. Las salas abren para evitar gastos superiores y como guiño a las bandas y al público”. Una suerte de “rescate” a los grupos que defiende ‘El Indio’ como filosofía de trabajo a la hora de programar los conciertos de su Gruta 77. Apuesta por cuidar a quienes han pasado habitualmente por aquel escenario.
Otra de las salas de referencia para todo músico o aficionado madrileño es Moby Dick. Su directora y programadora, Carolina Pasero, cuenta que organizar el calendario es una tarea tortuosa. “Hay una sensibilidad de todo el sector que nos hace cerrar contratos que son modificables si cambian las condiciones, porque tú contratas pensando unos aforos, unos ingresos y gastos y de golpe te cambia todo”. Para 2022 solo ha hecho, por ahora, una contratación grande, a la espera de qué va a pasar a partir del lunes y más allá.
La ‘trampa’ de los aforos
La noticia saltaba el miércoles por la noche. Díaz Ayuso, durante su tournée por Nueva York, anunciaba el final de las restricciones de aforo en exteriores e interiores de Madrid. Entre los sectores beneficiados, los locales de música. Sobre el papel, lo que venían pidiendo: el 100% de capacidad aún con las limitaciones al baile, el consumo en determinados puntos y la obligatoriedad de mascarilla. Pero la cuestión es más compleja.
Horas antes de su entrada en vigor “no se sabe nada con certeza”, denuncia Javier Olmedo. “Dan igual los aforos si lo que permanece es la distancia marcada entre mesas. Eso lleva a un 20%/30% de aforo real y así no salen las cuentas”.
Esos porcentajes los concreta el Gruta 77. Con una capacidad cercana a las 300 personas, aforaba en los últimos tiempos 30, sentadas y repartidas en mesas. “La relajación de restricciones es un engaño. No nos supuso ninguna mejora el anuncio de pasar de un 50% a un 75% porque seguía la necesaria distancia entre mesas. Con un margen de 1,5 metros, mi local da para lo que da. Me da igual que nos dejen meter un 90% o un 100% si no cambian lo otro”.
“El problema es que nos han vendido como real lo que no lo era”, complementa Carolina Pasero. A los pies del escenario de Moby Dick, que hoy está metiendo unas 90 personas donde cabrían casi 300, ve factible que se elimine la limitación actual, como “supuestamente” marca la nueva ley de la Comunidad de Madrid.
Otro texto, el de la nueva prórroga de los ERTE, da oxígeno al sector, aún con buena parte de su plantilla en suspensiones temporales. Si decaen, el cierre es inminente, sostiene ‘El Indio’: “Sin ERTE yo tendría unas pérdidas de 5.000 euros al mes, absolutamente inasumibles para mi local en estas circunstancias. El colchón de ahorros nos permite resistir, con los locales de ensayo empatamos, pero si volviésemos a gastos normales, con estas condiciones aguantaríamos abierto cuatro meses antes del cierre definitivo”. Y ya se sabe lo que pasa si cierra un recinto en estos tiempos.
¿Persecución a la música?
Para Krespo, miembro de Despistaos, el problema es el trato que sufre “la oveja negra” que es la música. “Entiendo que en la tercera y cuarta ola la prioridad era reducir contagios, no era el momento del ocio, pero llevamos unos meses que la gente está de botellón, llenando terrazas, bares... y solo cuando te metes a un concierto te recuerdan que hay una pandemia. No es fácil ni para las salas ni para los músicos ni para los seguidores, porque tienes que tener mucho amor por un grupo para pagar una entrada, que se han puesto un poco más caras, y meterte a un local con mascarilla, sin poder casi tomar nada ni juntarte con nadie cuando fuera puedes hacerlo todo”, comenta.
Para Javier Olmedo, más que una persecución “es un mál endémico, el de la música como patito feo de un sector, la Cultura, que de por sí siempre ha quedado a la cola”.
Tampoco ve ‘mano negra’, el dueño del Gruta. “Tiene que ser otra cosa; el problema es que no sé ni sabemos cuál. Pedimos algo tan sencillo como lo mismo que para el cine, el teatro, el metro, el bus”. “Entendemos que en determinados sectores se aplicase una normativa más dura, pero si no nos dejan unas condiciones base, ¿por qué no se nos rescata? Ha habido algunas ayudas, pero son difíciles de conseguir y escasas para sostener un negocio. Si después de esto quedamos 40 salas para 3,5 millones de personas, menuda mierda. Seríamos una de las ciudades más empobrecidas a nivel cultural de todo el país”, considera.
Al hilo de la cantidad de recintos es muy pronto para hacer un balance definitivo, retoma Olmedo, pero advierte de un dato preocupante: “Desde que se cerró en la primera ola, un 40% de las salas, unas 20 para entendernos, no ha reabierto... y del 60% restante muchas han abierto a medias, menos días”. “Antes de la pandemia, La Noche en Vivo, que engloba a unos 60 socios y entre 700 y 1.000 trabajadores, movía unos 1.100 conciertos al mes. Ahora estamos en 200... y gracias porque hace poco no dábamos más de 30”.
Un ejercicio de ciencia ficción: el primer día de la normalidad real
“¿Si me imagino el día que le diga a la gente ‘bienvenidos y disfrutad’, que se pongan donde les dé la gana, que puedan ir a por unos chupitos, con esa libertad de bailar, saltar...? No me lo voy a creer”, confiesa emocionada Carolina Pasero.
Para una escena así aún queda mucho. Lo saben todos, pero se agarran al futuro con la ilusión de quien quiere volver a los tiempos ‘felices’. “Me acaba de dar un escalofrío. La alegría de recuperar mi público y volver a abrazarles...”, remata El Indio, con idéntica sensación que su compañera.
Krespo intenta poner fechas a esos sentimientos: “Esto no puede seguir así y creo que en 2022 se reabrirá todo, con las barras en un funcionamiento relativamente normal, aunque estemos con mascarilla, pero la normalidad prepandemia la veremos en 2023”.
Y entonces, adelanta, “va a haber un colapso importante de bandas que estaban esperando su momento”. Un momento que toda la música, cada vez más herida, lleva esperando desde aquel lejano 2019.