Rubalcaba y la nostalgia de la política
Las muestras generalizadas de reconocimiento y cariño ante la muerte prematura e inesperada de Alfredo Pérez Rubalcaba han ido mucho más allá de las buenas costumbres de una España, que como él mismo dijo, no sin ironía, entierra bien a sus personajes fallecidos. Es verdad que entonces se refería a las despedidas políticas aún en vida.
Han sido, sin duda, las virtudes políticas y el ejemplo de Rubalcaba las que explican el respeto, el incluso el afecto, de aquellos que lo combatieron en vida por tierra, mar y aire. Sería por eso conveniente que en el futuro de nuestra política patria se tratase mejor en vida a los oponentes y que las armas del combate dialéctico no traspasasen los límites del insulto, la difamación y la buena educación.
Hay quien pensará que peco de ingenuo, pero no me resisto a decirlo: aunque sólo sea en favor de nuestro propio equilibrio y de un futuro deseable más equilibrado de la política en la sociedad española. Porque estas ocasiones de homenaje y de duelo compartido deberían servir, además de para destacar el ejemplo, para rectificar errores, poner en valor lo común y reverdecer los buenos propósitos. Sobre todo, cuando ya ha habido quien no ha desaprovechado la oportunidad para mostrar su inclemente sectarismo: lo peor de nuestra política. Otros han sacado a relucir su mentalidad conspiranoica, viendo al régimen del 78 detrás del consenso generalizado sobre su figura, como si hubiese que poner bajo sospecha todo aquello que raramente hacemos juntos. Hay quien en su debe incluye la astucia de Maquiavelo, como si la buena política fuese posible sin cálculo, prudencia y reflexión.
Unos han puesto en valor su figura como hombre de Estado en momentos tan delicados como el final de ETA, otros su papel como portavoz parlamentario o negociador político, y todos su vuelta a las aulas universitarias con naturalidad y discreción. Yo, desde la diferencia política y de partido, destacaré de Rubalcaba su coherencia política, su carácter dialogante, su firmeza en la negociación y lealtad con lo acordado, y sobre todo, su cercanía y amabilidad personal, incluso en los momentos más difíciles. Algo muy importante para los que parecemos adustos, pero en realidad somos tímidos. Siempre me pareció una paradoja imaginarlo como un joven corredor de velocidad y ver en sus acciones, y sobre todo en sus relaciones, la serenidad y empatía de los corredores de fondo.
Sin embargo, una cuestión política esencial que su fallecimiento me ha sugerido es si tan importante repercusión pública es un homenaje a la política seria que para unos moriría con Rubalcaba o por el contrario se trata de un punto de inflexión en el ya largo momento populista ante el hartazgo de la agitación y el inicio de otro ciclo más político. He ahí el dilema.
Ha habido ya quien, como Enric Juliana, ha escrito que la política sólida o caoba quizá no sea ya para estos tiempos y nos encontremos ante un ejercicio de nostalgia que tampoco se corresponde exactamente con lo vivido: la memoria lo dulcifica todo y converge en épica hasta la monotonía.
En estos tiempos líquidos y casi gaseosos con el empleo temporal, el hiperconsumo, las relaciones interpersonales esporádicas y superficiales, la sobreinformación y las redes sociales como paradigma de la incomunicación, parecería inevitable también la consolidación de la política líquida de la agitación, la crispación y el populismo. Sin embargo, una cosa es que la vida laboral, las relaciones y la comunicación hoy se hayan convertido en algo líquido y otra muy distinta es que el poder lo sea. Al contrario, el poder económico, político y comunicacional es cada vez más global, más concentrado y más sólido. Incluso la propia política actual también se escora en favor del poder duro del Ejecutivo y el Judicial en detrimento del poder Legislativo como poder blando incapaz, de garantizar la estabilidad.
Sin embargo, somos muchos los que detectamos el hartazgo de tanta turbulencia y la nostalgia de lo que era sólido, también en la política democrática. El homenaje a Rubalcaba mostraría pues el hastío de la agitación y la necesidad de la buena política del diálogo y el acuerdo en favor del interés común.
Si no, la alternativa será el poder pétreo del autoritarismo que viene en el ámbito internacional y nacional. Un poder iliberal sin flexibilidad, que corre el riesgo de fracturar nuestras sociedades. O ya lo está haciendo.