Rodrigo Cuevas: "Los madrileños conocen todos los sitios por llevar toda la vida yendo 15 días en agosto"
El artista asturiano, que se autodefine como "agitador folclórico", se encuentra de gira con su espectáculo 'Trópico de Covadonga'.
“Cabaretera”, “artista total”, “agitador folclórico”... Todas las etiquetas son pocas y ninguna acaba de definir totalmente a Rodrigo Cuevas. El artista asturiano ha conseguido reinventar el folclore dando voz a los que han investigado las raíces e incluso a personajes de la cultura popular como La Tarabica, icónica vecina del barrio gijonés de Cimadevilla, de la que incluye grabaciones costumbristas en su disco Manual de cortejo (2019).
Con su trabajo y su reciente espectáculo Trópico de Covadonga, Cuevas revuelve las raíces de la muiñeira y la cultura asturiana con la electrónica, tomando también influencias de la copla o la rumba.
Lejos de pertenecer a un movimiento hipster ni a una Malasaña gentrificada, Cuevas reivindica lo rural. Para él, que vive en una aldea asturiana con 12 habitantes que son “la resistencia”, ellos están allí “porque quieren estar y no se dejan arrastrar por ambiciones”.
Cuevas, que no tiene pudor a desnudarse sobre el escenario —poética y literalmente—, que luce sus madreñas (zuecos tradicionales de madera) y su montera picona, busca poner patas arriba la escena cultural.
¿Crees que el folclore sirve para acercar las tradiciones y las distintas lenguas y culturas a la gente joven?
Creo que el folclore es una forma de arte que se utiliza para las formas de ocio, ya sea más de baile o de entretenimiento. Todo lo que se haga y que tenga un poco de visibilidad está bien. Nosotros lo que hacemos en el escenario siempre es extractivista, nos alimentamos de lo que un pueblo creó y lo utilizamos para el beneficio propio. Lo suyo es que hagamos lo posible porque esto siga vivo, que no es que lo hagamos en un escenario, que es una concepción muy moderna del arte.
Lo importante para el folclore no es que lo hagamos en un escenario, es que se siga bailando en los patios, las casas, las calles, las fiestas… Eso es lo verdaderamente interesante que está pasando ahora, que sí que hay un revival de todo esto.
Ha habido varios políticos de ultraderecha que se han pronunciado sobre el asturiano —lengua que hablas y que usas en tu disco Manual de cortejo (2019)— señalando que es una lengua inventada o que no existe. ¿Qué les dirías?
Esas personas que dicen que no existe no han estado nunca en Asturias y no la conocen. Es evidente. Paso de valorar, es tan ridículo. Saben más ellos que todos los lingüistas, que la UNESCO, que el Principado y que la Academia de la Llingua Asturiana. Saben ellos más. Además, es como “The same location again” que dice un tuit. Miras la ubicación, y es todo Madrid (risas). Los madrileños siempre saben todo sobre todos los sitios porque llevan yendo 15 días en agosto toda su vida.
¿Qué piensas de la etiqueta de folclore millennial que se coloca algunas veces a grupos como Califato ¾, Niño de Elche, Baiuca e incluso Rosalía?
Podría ser una corriente nueva, que me parece bien, pero no creo que sea algo nuevo de ahora. Creo que lo han tenido todas la generaciones. La generación de los 70 también tuvo los suyos con Pablo Guerrero, con Jarcha… Creo que cada generación tuvo los suyos, con todos los copleros y demás. Luego estuvieron también Carlos Gardel, cada generación tiene su forma de reivindicar el folclore. Eso es lo guapo, ¿no? Que significa que está vivo y es un reflejo de que ha habido folclore.
Es verdad que la corriente de esta generación tiene sus particularidades. Creo que lo guapo que tiene es que se está mostrando cómo la música se puede ver más desde un punto de vista de la electrónica de baile como hace Baiuca, desde la experimentación como hace Niño de Elche… Creo que está demostrándose como una diversidad maravillosa y pasmosa.
Empezaste en piano clásico, ¿cómo diste el giro al folclore, la copla o el cabaret?
Me di cuenta de que el piano clásico no me llenaba, no quería ser concertista y, bueno, la vida me fue llevando por sitios. Siempre intenté ir con la mente muy abierta y absorber todo lo que tenía a mi alrededor. Mezclé todo lo que tenía y así fui llegando.
Reivindicas mucho el mundo rural. Se suele pensar desde Madrid o desde las grandes ciudades que en el ámbito rural van por detrás. ¿Por qué se tiene esta imagen tan peyorativa de las áreas rurales?
Hay un desprecio histórico hacia las personas que viven de la agricultura y la ganadería. Es supremacismo desde que antiguamente el que estaba en la ciudad sabía leer y escribir, y en el campo había unas tasas de analfabetismo mayor. Creo que hay una superioridad siempre desde lo urbano hacia lo rural, pero no creo que el rural sea más atrasado. Para nada. Creo que todo lo contrario, en lo rural está la gente que quiere quedarse en el rural, no está la gente que se deja arrastrar por las ambiciones que nos ponen en la cabeza o por las expectativas que nos ponemos nosotros mismos.
Es gente con la capacidad de saber que no se está perdiendo nada por no estar en una gran ciudad, eso es muy difícil, sobre todo a ciertas edades. Somos la resistencia, somos los que realmente estamos donde queremos estar. La mitad de la gente que está en una ciudad está por inercia.
Ahora con la covid-19 se está viendo que la gente está volviendo a irse a los pueblos. ¿Crees que repercutirá en que se renueve o se tenga otra imagen de lo rural?
Creo que con la pandemia los privilegiados éramos los que vivíamos en el campo. En ese sentido ya cambió el paradigma. Ahora espero que no repitamos las mismas absurdeces, que pensemos por nuestra propia cuenta, que no hagamos las cosas por moda, que irse al campo no sea ahora lo más chic porque entonces nos estrellamos contra la moda y nos frustramos.
Muchas veces se confunde introducir la cultura en lo rural con macrofestivales en pequeños pueblos. Estas medidas, ¿enriquecen o empobrecen más a la tierra?
Todo lo que venga con la palabra ‘macro’ delante, más bien empobrece. Puede enriquecer a unos, pero empobrece en general. Creo que el formato de los festivales debería ir cambiando a cada vez más pequeños porque no tiene sentido. No te lo pasas bien, los artistas están mucho peor, es más amable un festival en el que puedes bajar al público, tomarte algo, conocer a alguien, charlar con los que vinieron a verte. No esto que son 45 minutos, cambio de escenario y pum, pum, pum.
Te venden los conciertos como en una carnicería, no puedes hacer un bis, porque te están sacando del escenario según se cumple el tiempo. Yo no puedo. Además, son trabajadores de fuera en recintos cerrados en los que te encuentras de todo. Ya están poniendo hasta supermercados. No genera tejido ni estructura ni deja el dinero que tiene que dejar en un espacio, aparte de toda la basura que sí suelen dejar. Son muy poco sostenibles. Nada, macrofestivales no me gustan.
Te defines como “agitador cultural”. Y también te has definido como “cabaretera”. A la hora de plasmar esos conceptos y de tomar músicas tradicionales, ¿has tenido algún conflicto con los puristas? ¿Te han recriminado algo en algún momento?
No, todo lo contrario. Siempre me ayudaron mucho, siempre han venido a mis conciertos y se lo han pasado pipa. Son unas fuentes importantísimas para mí, han estado recogiendo información durante años y yo siempre les consulto cualquier duda que tenga, tanto a nivel lingüístico como de melodías y de ritmos. Somos aliados siempre los que experimentamos con el folclore y los que llevan años recogiendo. No tiene ningún sentido estar en contra los unos de los otros.
También se suele hablar mucho de la apropiación cultural. Sin embargo, tú como asturiano cantas desde muiñeiras gallegas a verdiales malagueños como hiciste en la ceremonia de clausura del Festival de Málaga. ¿Has tenido algún conflicto?
No, nunca me han acusado de eso. En el caso de Málaga yo llamé a una panda de verdiales y les di todo el protagonismo a ellos, y yo simplemente quise participar como un viajero que está encontrándose con esta gente. Creo que depende de cómo hagas las cosas y de la exposición que tengas, que también va a generar más ruido siempre. Es un debate insulso: ¿qué pasa, que una persona que hace rock no está haciendo apropiación cultural?
Tú expresas tu identidad de género de forma muy distinta a las tradicionales, como ya hacían en la copla Miguel de Molina o Rafael de León. ¿Crees que en la copla hay una cultura LGTBI más arraigada que la que se muestra siempre en Eurovisión?
En la copla siempre hubo una presencia LGTBI bastante fuerte, pero siempre subyugada a la censura y a intentar no salir a la luz. Pero Ojos verdes, la original, está escrita de hombre para hombre, no de mujer para hombre. Creo que es una forma más auténtica de reivindicar esos valores, más local, menos capitalista, rosa… Yo no soporto mucho ese rollo de tantas luces, tanta purpurina, me abruma tanta cantidad de cosas (risas).
En alguna ocasión has dicho que no has vivido tanta homofobia en un pueblo como en una ciudad. La gente suele pensar que es al revés, ¿es de verdad así o es que tenemos esa superioridad moral con respecto a lo rural?
A ver, hay homofobia en todos los lados, en todos los mundos, igual que hay machismo. Sí que es verdad que vivir en un pueblo tiene un componente que no hay en la ciudad que es conocernos entre todos. Cuando conoces a alguien siempre hay ese punto de la familia, del amor incondicional, que me parece superimportante y que en las ciudades no existe. La gente lo está dejando de sentir y es horrible que no se sienta eso. Eso se basa en que el amor y el cariño que tienes por una persona va más allá de lo que la persona pueda pensar.
Tú le quieres simplemente porque compartiste unas historias o compartiste algo. Lo mismo que pasa con nuestros hermanos o con los compañeros del cole, tienen vidas separadas totalmente antagónicas, pero yo que sé, te puedes reunir a cenar, recuerdas viejos tiempos… Hay algo que te une. Eso en los pueblos ocurre. Creo que la ausencia de agresiones homófobas físicas en los pueblos va también por ahí, que te conoces y no vas a matar a puñetazos a una persona con la que jugaste toda tu vida.
En tu disco hablas de Rambal, en el tema Rambalín, que murió asesinado en los 70 en Gijón y que era travesti y visible dentro del colectivo LGTBI entonces. Hace un mes moría Samuel Luiz asesinado al grito de “maricón” en A Coruña, ¿ha cambiado tanto la sociedad?
Creo que cambió mucho. Rambal podía ejercer la libertad de ser quien era en su barrio nada más, un barrio muy pobre, pero en cuanto salía al centro de Xixón, él no saludaba a sus vecinos por la calle porque no quería ponerles en un compromiso, eran reductos muy pequeños. Hoy yo no tengo ningún problema en llegar a ningún sitio y presentar a mi novio como tal. Tenemos otro empoderamiento, a mí nadie de mi pueblo me tuerce la cara cuando bajamos a la villa y nos encontramos en el mercado. Puedo ir de la mano con él y no pasa nada. Creo que los tiempos cambiaron.
Qué podía pasar. Puede que llegue el día que me dieran la paliza en la puerta de un bar, como le pasó a Samuel, y que me maten. Podría pasar. Pero creo que la presión social es mucho más llevadera, creo que estamos en la mejor época. Sin duda tenemos que avanzar mucho más, pero vivimos una época buena. No se puede olvidar, somos muy quejicas, no sabemos por lo que pasaron nuestros padres y nuestros abuelos, se nos olvida en nada.
¿Cuál sería un manual de cortejo para tiempos de pandemia?
Se tiene que cantar por la ventana, mantiene la distancia social. Y estás al aire libre. Es la ronda indiscutible.