Rodar en desescalada
Había un beso. Fuera beso. Había una pelea con mucho contacto. Fuera pelea. Hagámoslo de otra forma.
“A rodar se tiene que venir con el BOE leído”, era la frase de broma que nos decíamos el primer día que retomamos rodaje. Y esto venía a cuento, porque la encargada de prevención de riesgos laborales nos decía, “separaros, más distancia”, o “paramos un segundo para echar gel”, algunas de las nuevas frases que escuchamos en plató. La situación del covid-19 ha provocado cambios en casi todo, también en el cine. Lo he vivido en primera persona, lo que supone rodar en desescalada.
La última vez que rodamos juntos todo el equipo, no llevábamos mascarillas, ni guantes, ni teníamos medidas férreas de distanciamiento y de uso de nuestros propios materiales. El último día de rodaje en aquellos tiempos previos a la pandemia, que ahora parecen lejanos, y a que se decretase el estado de alarma, tuvimos que acercarnos mucho los unos a los otros, filmando en la atracción del Tren del Terror del Museo de Cera de Madrid. Rodábamos una cruenta secuencia nutrida de sangre artificial de Colin Arthur, elaborada con la misma fórmula con la que fabricó los miles de litros para el ascensor de El resplandor, y era una escena que precisaba de mucho contacto físico. Este tipo de películas requiere de estas cosas. Afortunadamente, esa secuencia, situada en un decorado angosto, se rodó antes de la llegada del covid-19. Porque ahora todo ha cambiado, y no tengo seguro que la hubiéramos podido hacer, al menos de esa forma.
Rodamos Vampus Horror Tales, largometraje-antología de terror, en el que tengo el placer de hacer la producción creativa, y de dirigir, junto a otros cuatro estupendos realizadores, mis queridos Manuel M. Velasco, Isaac Berrocal, Erika Elizalde y Piter Moreira. Hasta la llegada del covid-19 habíamos rodado con estupendos profesionales y amigos, como los actores Nacho Guerreros, Montse Pla, Dunia Rodríguez o África Gozálbes, por citar algunos compañeros de este coral reparto. Ahora, en Fase I de desescalada, rodamos también con otros grandes profesionales y amigos como Elena Furiase, Félix Gómez, Luis Hacha o Almudena León. Y antes y después, mi querido Saturnino García, enorme en el papel del Ladrón de Cadáveres, ha servido de hilo conductor para todas historias, en aquella primera parte del rodaje, y en esta. Pero nuestra relación de equipo en aquella y esta ocasión, no ha sido la misma, la necesaria distancia social hace todo emocionalmente complicado, en un estilo de gente que, por naturaleza, somos muy dados a abrazarnos.
Lo primero que hay que decir es que si admiraba a los sanitarios por su extraordinaria labor, ahora lo hago aún más por las condiciones de trabajo tan incómodas y estresantes que soportan. Nuestras jornadas de trabajo son bastante largas, aun respetando los necesarios descansos. Pero resultan aún más largas con mascarilla y guantes, con constante limpieza de manos, y con todas las medidas diarias de desinfección y de toma de temperatura. Admiro a estos profesionales, y a cualquier trabajador de cualquier ámbito, que estén trabajando estos días con una mascarilla encima de otra, como a mí me ha tocado hacer.
Después lo que ha supuesto de cambio en el guion para adecuar el rodaje a las nuevas circunstancias. Había un beso. Fuera beso. Había una pelea con mucho contacto. Fuera pelea. Estaban previsto unos efectos para los que es muy necesario trabajar varios días de pruebas, con mucho contacto con los actores. Hagámoslo de otra forma. Los exteriores/noche en las calles se han convertido en interiores/noche en plató. Protocolo de entrada a rodaje con desinfección, pruebas de covid, mascarillas y mascarillas, guantes y guantes, y mucho gel sobre estos, en un rodaje no puedes mandar al equipo cada treinta minutos a lavarse las manos.
Fue extraño verse de nuevo con mascarillas, al principio sin saber si sonreímos o no. Dudando que los actores nos entendieran las explicaciones sólo viéndonos los ojos. Pero los ojos dicen mucho, lo he comprobado. Y esa necesidad de comunicación que tenemos técnicos y artistas, con los ojos es tanta, que hasta con una mascarilla trasciende.
Estos días de parón de rodaje, he escrito bastante sobre la cuestión del terror, el miedo y el horror, como algo inherente al ser humano en el aspecto real, y una válvula de escape en el de ficción. “El miedo es de esencia divina”, me citaba siempre José Ramón Larraz, quien no olvidaba aquellos cuentos de brujas que le contaban de pequeño, y que servían para entretener, educar y socializar. Y, como cita el gran Woody Allen en sus estupendas memorias A propósito de nada, acordándose de un cuentacuentos al que escuchaba en su juventud narrar historias de nazis que lanzaban a personas por la ventana, el miedo real es otra cosa que el que nosotros inventamos en las películas. El real supera al ficticio.
Creo que nosotros hemos tenido presente estos días que nuestro proyecto es una forma de narrar cuentos, historias, de entretenimiento, alrededor del terror y el misterio, con background, sí, pero no hemos olvidado que el miedo de verdad es el de fuera, el sanitario, el económico y el social. Algo ha cambiado, desde luego, y creo que, de momento, esta pandemia nos ha hecho diferentes. A los peliculeros, también.