Robots, bravucones y renta básica universal
Bill Gates, y algunos otros, están empeñados en que los robots, los que ya están aquí y los que están por venir, paguen impuestos. ¿Para mantener el mismo sistema?
A parte de la escalofriante sensación que produce equiparar una maquina con un ser humano, los retos que se avecinan para nuestra sociedad, o más bien para nuestra cultura humana, han de encontrar respuestas, soluciones mucho más creativas y satisfactorias.
Imaginamos a un empresario comprando toda una plantilla de robots trabajadores y abonando sus impuestos correspondientes. A parte de que esto hará que tener un medio de producción esté al alcance de pocos, lo más preocupante es: ¿qué va a hacer el número creciente de desempleados, humanos, para obtener sus recursos necesarios y aportar algo a la sociedad?
Obviamente, al sistema actual le interesa que siga habiendo consumidores que compren para continuar vendiendo, con lo cual la renta básica universal (RBU) será imprescindible y bienvenida.
La idea parece que se encamina a que estos empresarios que hayan robotizado sus empresas generarán riqueza para sí, y pagarán una parte al fondo común (léase hacienda) para que el gobierno correspondiente emplee ese dinero, supuestamente, en mantener el bienestar social, RBU y otros. Esto en el mejor de los casos, pues si ese empresario domicilia su empresa en un país que le ofrezca beneficios fiscales, pues probablemente acabará no pagando o pagando muy poco.
El asunto de que los políticos luego empleen bien esos impuestos..., ya tal.
¿Y entonces?
El problema a resolver es en realidad el egocentrismo y sus efectos. El egocentrismo del empresario que prefiera ganar más, hasta el infinito y más allá, que adaptarse a otras alternativas más honestas y lógicas. El egocentrismo de los políticos que miren más su beneficio personal, su posición, que el bien común. El egocentrismo de muchos trabajadores que aseguran que si estuvieran en el poder harían lo mismo que los corruptos. El egocentrismo que impide que las empresas básicas las regule el estado (que somos o deberíamos ser todos) para el beneficio común, como sería el caso de la energía, vivienda, educación, sanidad...
Es decir, si se planificara pensando en el beneficio común, incluido el propio, y todos colaboraran en este sentido, no se estaría pensando en que los robots paguen impuestos como solución, sino en soluciones más amplias, más creativas y novedosas.
Lo que se avecina es un reto de gran calado. Lo que se avecina nos empuja a que seamos capaces de resolver el egocentrismo, la competición de unos contra otros, y aprendamos a colaborar de verdad.
El egocentrismo es lo que está contaminando el planeta. El egocentrismo es el que impide que las energías limpias proliferen. El egocentrismo es el que permite que un líder político (léase D.Trump) afirme que su país tiene que comenzar a ganar guerras, lo que implica que mueran muchas personas, se genere enorme sufrimiento e incluso se ponga en peligro el planeta. Ese egocentrismo es el que ha permitido que haya líderes que reflexionan como adolescentes que quieren ganar peleas y ser los más populares del instituto. Pero estos adolescentes psicológicos tienen armas y son mucho más peligrosos.
¿Hemos tirado la toalla como raza inteligente?
El egocentrismo surge del miedo, de un miedo profundo que está pendiente de ser resuelto. Miedo a no tener lo que se necesita. Miedo a ser menos que los demás, que empuja a querer estar por encima de otros y luchar por el poder personal. Miedo a no seguir la corriente imperante. Miedo a quedarse fuera. Miedo al rechazo. Miedo a no sobrevivir... Pero todos se pueden aprender a resolver. No superar, ni transmutar, ni sobrellevar, ni ignorar..., aprender a resolverlos de verdad.
El primer paso es no potenciarlos, no apoyar a aquellos que potencian sus miedos con egocentrismos personales o nacionales.