Rivera, en marcha (atrás)
Jugó a ser el Adolfo Suárez del siglo XXI y, como la UCD, llevó a su partido a la inanidad.
Albert Rivera abandona la política, renuncia a su acta de diputado y dimite de la presidencia de Ciudadanos, el partido que creó y construyó desde el primer al último de sus cimientos, tras una de las mayores debacles electorales que se recuerdan en la actual democracia. En abril luchaba por dar el sorpaso al PP y en noviembre se ha afanado por evitar que la irrelevancia sorpasase a Ciudadanos. Ha fracasado en ambos y toma una decisión que le honra.
Rivera jugó a ser el Adolfo Suárez del siglo XXI y en lo único que se ha parecido al político que lideró la Transición ha sido en llevar a su partido a la inanidad: le pasó a Suárez con la UCD y a Rivera con Ciudadanos, formación que debe reconstruirse desde sus cimientos, reinventarse y tratar de encontrar su hueco en la coyuntura actual, donde el espacio de la derecha los tiene ocupado Vox por el flanco ultra y el PP por el moderado.
Han sido varios los factores que han propiciado este gran hundimiento de Ciudadanos: el más relevante, la inconsistencia de su discurso. Una cosa es cambiar de opinión —algo nunca criticable— y otra muy diferente pensar en función de cómo te levantes esa mañana. Un día era líder de la oposición y otro el hacedor de pactos: nunca se sabía qué perfil podías encontrarte. Pudiera ser que hoy dimitiese y mañana diera una rueda de prensa como líder del partido. Con Rivera no se puede descartar nada.
Su fecha del defunción política se sitúa este 11 de noviembre de 2019, pero enfermó el 1 de junio de 2018 y, desde entonces, no se ha recuperado. El éxito de la moción de censura contra Mariano Rajoy que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa le dejó tocado y hundido. Nunca se recuperó de ese éxito ajeno, de una jugada política hecha con tiralíneas pero deprisa y corriendo que no sólo catapultó al PSOE al poder, sino que dejó a Ciudadanos noqueado, perdido. El joven impoluto acostumbrado a pisar moqueta acabó lamiendo el suelo. Su leve recuperación en abril fue el canto del cisne de la formación naranja: fue el principio del final que se prolongó hasta noviembre.
Rivera podría ser ahora vicepresidente del Gobierno y, por contra, se va por la puerta de atrás con un fracaso político colosal a sus espaldas. Se negó en redondo a dar el más mínimo apoyo a la formación de un gobierno liderado por Pedro Sánchez pensando que podría ocupar todo el espacio de la derecha y que, si había un gran líder de la oposición, era él. Cometió el error garrafal de la foto de Colón, desaprovechó la suma del 28-A, rectificó a última hora levantando el veto a Sánchez y su formación se convirtió en poco fiable en un momento de extrema polarización política.
En vez de atraer a la izquierda más moderada, donde había un caladero de votos no menor, se centró en ocupar el espacio de derecha-derecha. En ningún momento hizo sombra al PP ni, mucho menos, a Vox. Abandonó el centro político y despreció convertirse en fiel de la balanza de la política española. Ni siquiera miró para fuera de España para aprender que partidos liberales como Ciudadanos desempeñan un papel clave a la hora de conformar gobiernos, sean del signo que sea. Sólo miró una vez hacia afuera y se vio erróneamente reflejado en el espejo del presidente francés, Emmanuel Macron.
Rivera, el hombre que siempre presumió de saber escuchar a la sociedad, se marcha porque no ha sabido escuchar a la sociedad. Sus votantes dejaron de entenderle porque él nunca entendió qué se esperaba de él.
Ciudadanos afronta ahora el peor de los escenarios posibles: un partido tan personalista pierde al líder que lo era todo en el momento de mayor debilidad política de su historia. La duda no es quién puede reemplazar a Rivera, sino si es posible que alguien los pueda hacer mejor que él dentro del partido.
Hace una semana Ciudadanos apelaba desde la fachada de su sede a la épica remontada de España ante Malta. Hoy la formación naranja ha perdido el partido y más de la mitad del equipo ha sido expulsado. Del lema ‘Vamos Ciudadanos’ a ’¿Vamos Ciudadanos?
¿Lo escuchan? Es el silencio.