Nueva 'premier', mismos retos: el trabajo que tiene por delante Liz Truss en Reino Unido
Le viene un chaparrón: inflación, crisis energética, poder adquisitivo, Brexit, Irlanda del Norte sin Gobierno, Escocia, con refrendo y una imagen de gestión bochornosa.
El 64% de los ciudadanos de Reino Unido desaprueba la gestión del actual Gobierno de Boris Johnson. Apenas un 18% lo aplaude. Los datos de Yougov son desoladores, pero con ellos tendrá que lidiar, sí o sí, la nueva primera ministra, Liz Truss, vencedora en la carrera conservadora por relevar al premier en el 10 de Downing Street y al frente de su formación. Aún no ha tomado posesión de cargo -lo hará mañana, en Balmoral, ante Isabel II- y ya tiene encima un chaparrón importante: inflación, crisis energética, poder adquisitivo, Brexit, Irlanda del Norte sin Gobierno y Escocia con refrendo y una imagen de gestión hundida, bochornosa. Para nada ha planteado soluciones en sus dos meses de campaña contra Rishi Sunak. Este es el momento de las respuestas.
La economía es, en este momento, lo que más preocupa, lo que requiere de actuaciones más urgentes. Truss asume el cargo en medio de la preocupación de la población por el alza del precio de la energía, después de que regulador del sector, Ofgem, anunciase en agosto que el precio máximo que las compañías del sector podrán cobrar a los hogares al año a partir de este 1 de octubre ha sido fijado en 3.549 libras (4.202 euros), frente al actual de 1.971 libras (2.325 euros). Hablamos de un alza del 80%. Brutal.
Truss no ha querido adelantar promesas concretas, a la espera de ver si ganaba, y eso ha enervado a la población. “Creo que afrontamos desafíos muy graves. Actuaré en el plazo de una semana, (pero) no puedo decir lo que haré”, dijo, según cita la Agencia EFE. Su plan, asegura, será “a largo plazo”, con el fin de “tranquilizar a la gente”. Sus anuncios se esperan como agua de mayo, por ahora sólo ha prometido, genéricamente, recortes de impuestos masivos -los que subieron en abril volverán a su estado inicial y no se creará ninguno nuevo-, usando además un tono muy duro contra los sindicatos. Un marco que ha encantado a las bases conservadoras.
Previsiones como las de London School of Economics auguran que serán los ciudadanos con recursos más bajos los que paguen en mayor medida esta subida espectacular, pero que también golpeará a las clases medias. La pobreza energética llama a la puerta y los medios no paran de hacerse eco de estudios que explican el daño para la salud que tendrá la falta de energía.
El alza energética responde al aumento de los precios mayoristas del gas a nivel global al reactivarse las economías tras la pandemia de coronavirus y también por la guerra en Ucrania, son factores planetarios pero que en cada país pasan facturas domésticas. Reino Unido no es la excepción.
Se espera que el ascenso del precio de la energía dispare aún más la inflación interanual británica, la subida de precios de todos los sectores, que se sitúa en el 10,1% pero que podría llegar al 13% o 14% a finales de año. Este aumento del coste de vida ha llevado a muchos sectores a secundar huelgas en reclamo de mejoras salariales. Paros en trenes, puertos, correos, bufetes de abogados, limpieza... Todos piden más salarios y seguridad ante una recesión nunca vista en 40 años.
Así ha sido el “verano del descontento” por esta serie de paros, pero es que esta misma semana hay de nuevo huelga de letrados y de correos, los primeros a los que la premier deberá contestar, conflictos sociales como nunca antes desde los años de Margaret Thatcher (1979-1990). Los sindicatos insisten: es la última salida ante la negativa de las empresas y del Gobierno de acordar aumentos salariales, porque se están vetando incrementos superiores al 2%, lo que es “irrisorio” con la que se viene encima.
A vueltas con el Brexit y Escocia
Truss ha sido, como responsable de Exteriores, la encargada de llevar en los últimos tiempos las negociaciones de Londres con Bruselas por el Brexit. Defensora de mantenerse en el club comunitario en el refrendo de 2016, luego ha ido cambiando de opinión y tiene la fiereza de los conversos en su defensa del divorcio. En los últimos tiempos, el mayor choque se ha producido porque Reino Unido se niega a acatar los protocolos ya firmados con Europa, referentes a Irlanda del Norte.
El marco que creíamos final establece que este territorio seguiría vinculado al Mercado Único comunitario, por lo que las mercancías que crucen entre ese territorio y el resto del Reino Unido deben pasar controles aduaneros en los puertos de la región. Así se asegura que la frontera entre las dos Irlandas sigue siendo invisible, algo clave para el proceso de paz y las economías de las islas. Eso significa que, en la práctica, la frontera se ha desplazado al mar de Irlanda, con nuevos controles aduaneros a los productos que llegan a los puertos de Irlanda del Norte procedentes de la isla de Gran Bretaña.
Tras el Brexit, Irlanda del Norte está integrada en el mercado del Reino Unido y el de la UE al mismo tiempo, esa fue la salida. Ese estatus singular permite cumplir los acuerdos de paz de 1998 (los llamados del Viernes Santo), que exigen que no haya frontera entre las dos Irlandas, pero obliga a la región británica a cumplir leyes y decisiones judiciales europeas.
El Ejecutivo de Johnson no quiere ahora ese arreglo, firmado por el propio primer ministro hace dos años. Quiere recuperar la soberanía que aún mantiene la UE en Irlanda del Norte y exige reducir el papel de las instituciones comunitarias en la provincia, en particular el arbitraje del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), y evitar que las empresas norirlandesas deban cumplir las normas de subsidios comunitarias. Bruselas ha reaccionado con una denuncia. Ahora está por ver qué hace Truss.
El Gobierno británico mantiene la amenaza de dejar de aplicar unilateralmente los aspectos del protocolo que ve más dañinos si no se llega a una solución que considere adecuada, lo que a su vez podría llevar a represalias por parte de la UE y, en uno de los peores escenarios, desencadenar una guerra comercial.
Además, en Irlanda del Norte, los unionistas se oponen firmemente al protocolo y dicen que hasta que no se anule no ayudarán en la formación de Gobierno. Es obligado que se haga con su presencia, porque así lo marcan los Acuerdos de Paz del Viernes Santo. Otra crisis más que colea.
El Brexit ha añadido otro problema, que el año pasado dio muchos quebraderos de cabeza a Johnson: la falta de mano de obra que han sufrido diversos países a raíz de la pandemia de coronavirus se ha visto exacerbada allí por su separación de Europa. Las empresas británicas ya no pueden contratar a trabajadores de la UE para cubrir sus puestos poco cualificados, como hacían hasta ahora. Sectores como el transporte, la hostelería y el sector se vieron especialmente golpeados y el Gobierno puso en marcha planes para tratar de formar nuevos trabajadores autóctonos y atraerlos hacia las ocupaciones con mayor demanda, pero las fuerzas sindicales dicen que son insuficientes y que otra crisis similar es esperable.
Más cercano a España, queda el Peñón, que quedó excluido de los arreglos que firmaron el Reino Unido y la UE la Nochebuena de 2020. Las relaciones de Gibraltar con España y el resto del bloque comunitario se rigen desde entonces por un acuerdo provisional negociado directamente con Madrid. Los dos Gobiernos deben sellar ahora un tratado internacional definitivo que ha de regular los mecanismos para controlar el paso de personas y mercancías hacia y desde Gibraltar.
Por su parte, la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, mantiene la intención de avanzar hacia un nuevo referéndum de independencia el año que viene, aunque Johnson se lo ha denegado nuevamente. Para la dirigente, el Brexit ha cambiado las condiciones en las que los escoceses decidieron continuar en el Reino Unido en la consulta de 2014. Su territorio es uno de los que votó por quedarse en los Veintiocho.
Johnson ha sido enfático al destacar que el Brexit será bueno para recobrar su independencia comercial. La idea es llegar a nuevos acuerdos con potencias amigas, de toda naturaleza, y fortalecer al Reino Unido como un líder “global”, en palabras del primer ministro saliente. Estados Unidos, Australia o Nueva Zelanda son algunos de los países que están en su diana, con los que ya se está reforzando, por ejemplo, su política defensiva.
Hasta ahora, la mayoría de los pactos a los que ha llegado Londres se han limitado a extender las condiciones que ya regían bajo el paraguas de la Unión Europea, aunque el Gobierno británico aspira a mejorar las condiciones en los próximos años. La guerra de Ucrania los ha frenado un poco, porque se han puesto por delante otras prioridades, pero esa búsqueda fuera casa con lo expresado por Truss en su tiempo como secretaria de Exteriores.
Con Francia tienen que llevarse bien, a la fuerza. París exige al Reino Unido más permisos pesqueros en aguas británicas para sus barcos, que ya no pueden faenar sin licencia tras el divorcio comunitario, mientras que desde Gran Bretaña urgen a sus vecinos a invertir más recursos en evitar el cruce del canal de la Mancha de migrantes irregulares en pequeñas embarcaciones. Ha habido conatos de crisis que se han calmado con negociación, pero no hay una solución inmediata a la vista. Truss empieza con mal pie con su homólogo, Emmanuel Macron, de quien se ha preguntado en campaña si es “amigo o enemigo”. El galo replicó con elegancia: “Reino Unido es una nación amiga, fuerte y aliada, sean cuales sean sus líderes”.
La era post Boris: imagen y división
No sólo es que Reino Unido tiene problemas, es que Truss tiene que superar los añadidos por Boris, ese premier tan particular. Son dos, fundamentalmente: la mala imagen y la división interna.
Primero están los escándalos, la mayoría protagonizados por Johnson y su esposa Carrie, con titulares y fotos casi diarios en la prensa contando cómo violaban sus propias restricciones contra el coronavirus, mientras el país tenía una de las peores tasas de fallecimientos de Europa. El Partygate lo ha manchado todo, la estampa del presidente (y de muchos de sus ministros y asesores, también en el ajo) y su política, porque ha estado más pendiente de dar explicaciones que se gestionar, si se exceptúa su posición de liderazgo en la ayuda a Ucrania por la invasión rusa.
En los primeros días de junio, después de las fiestas nacionales para celebrar los 70 años de la reina Isabel II en el trono, Johnson sobrevivió a una moción de confianza, pero quedó muy debilitado y su fin acabó por llegar, en julio pasado, tras una cascada de dimisiones en su equipo -entre otros, Rishi Sunak, quien competía por el liderazgo con Truss- y de filtraciones a la prensa que lo dejaron en muy mal lugar. Los datos del centro de encuestas YouGov citados al inicio ni pueden ser más claros.
A ese lastre se suman las familias internas en el Partido Conservador. Theresa May cayó por la presión del propio Johnson, quien acabó imponiéndose de forma contundente frente a otros perfiles, y ahora son los suyos los que le han mordido la mano, han presentado la moción y lo han presionado hasta la dimisión. Truss ha ganado y eso quiere decir que se avala su seguidismo de Johnson, o lealtad, o continuismo, o todo a la vez, pero no quita para que las divisiones salten en cualquier momento. La nueva primera ministra gusta a las bases, por su conservadurismo de protocolo, y eso calmará a los militantes. También gusta a poderosos del partido y tiene a las empresas de su lado. Su fortaleza la dirá el tiempo, la coyuntura, sus medidas.
Y Truss tampoco puede desatender un enorme reto latente: el de la sucesión en la Corona británica. La salud de la reina merca, los planes de relevo están activados y nadie puede descartar que en su legislatura, que debe acabar en 2024, no se vea un nuevo rey en Buckingham Palace. También para eso, si llega el caso, necesitará mano firme, inteligencia y altura de miras.
Desde mañana, le toca trabajar.