Retoques digitales, cirugías y baja autoestima: una epidemia en las redes sociales
"¿De verdad quiero vivir así el resto de mi vida?”.
Sky Lane miró las fotos que le había hecho su amiga y escogió su favorita. Era una foto bonita. Salía de perfil con un top negro, vaqueros ajustados, pendientes de aro plateados y sombra de ojos bronce. Pero esta joven de 21 años no iba a subir la foto a Instagram tal cual. Abrió Facetune —la aplicación de retoques fotográficos de su iPhone— y se puso manos a la obra.
Con la herramienta Reshape, se encogió la barriga poco a poco. Es un proceso que hay que hacer con cuidado para no deformar el fondo de la imagen. El objetivo es retocar la imagen sin que parezca que está retocada. Líneas torcidas, contornos borrosos y sombras y reflejos sospechosos son indicios que ha aprendido a evitar durante sus años de práctica con Facetune. Lleva utilizando esta aplicación desde que era adolescente para realzarse los pechos, tonificarse los brazos, reducirse la cintura y redondearse las nalgas para parecerse a las chicas de las fotos que inundan su Instagram.
Lo siguiente que hizo fue pasar a la cara. Su amiga había hecho la foto con un filtro de Snapchat que le había engordado automáticamente los labios, afilado la nariz y suavizado el cutis para que no se le vieran los poros, pero aun así Lane le aplicó otros retoques para mejorar sus proporciones. La mandíbula fue fácil de editar. Normalmente se blanqueaba los dientes, pero en esta foto apenas se le veían. Hace poco se había suscrito a la versión de pago de la app, de modo que también podía acceder a herramientas avanzadas para reubicar sus cejas y estrechar la punta de la nariz.
En menos de 20 minutos había terminado. La chica de la foto todavía se parecía a ella, pensó Lane, solo que mejor, más aceptable. Se la envió a su madre y esta no pareció darse cuenta de ningún cambio: salía guapa y la foto era creíble; retocada, pero sin pasarse. No quería que sus seguidores la acusaran de ser una catfish, una palabra inglesa para describir a las personas que editan sus fotos tanto que parecen otra persona distinta.
Lane consiguió 179 ‘Me gusta’, una cifra que consideró bastante buena. Sin Facetune, en su opinión, no habría llegado ni a 40. Al igual que otras millones de mujeres que se han sentido condicionadas para cuidar su aspecto en las redes sociales, Lane tiene muchas inseguridades, algunas de ellas invisibles para todo el mundo salvo para ella. Esta aplicación hace que desaparezcan con unos simples movimientos de dedos y le garantizan la clase de validación social que busca, algo que le resulta emocionante y deprimente al mismo tiempo.
Facetune hace que le resulte más difícil quererse a sí misma, pero al menos puede querer a la versión de sus fotos.
“Es una obsesión. En cuanto me hago una foto, siento la necesidad de retocarla”, admite Lane. “Ahora, cuando me veo gorda en una foto, pienso: ‘Bueno, eso tiene solución’”.
La edición fotográfica existe desde hace décadas, y la preocupación por sus estragos en la autoestima de las mujeres, sobre todo de las más jóvenes, no es nada nuevo. Sin embargo, con el auge meteórico de Facetune y otras aplicaciones similares, estas herramientas están al alcance de cualquier persona con un smartphone. Los rostros y cuerpos perfeccionados ya no se limitan a las portadas de las revistas o a las famosas con suficiente dinero para permitirse cirugías estéticas y editores profesionales. Están ya por todas partes: en las fotos de las influencers y, probablemente, en las de tus amigas. En consecuencia, la presión a la que ahora se ven sometidas las mujeres para mostrarse sin defectos puede resultar ineludible.
Llevamos un tiempo sumergiéndonos más y más en esta realidad, pero la pandemia ha acelerado la inmersión. Hemos pasado más tiempo que nunca en las redes sociales y, desde hace algo más de un año, nuestra versión digital es la única que han visto muchos de nuestros conocidos. El resultado de este cóctel es una epidemia de dismorfia corporal con unos estándares de belleza cada vez más inalcanzables que, en ocasiones, desafía la fisiología básica del ser humano.
Los cirujanos cosméticos con los que se ha puesto en contacto la edición estadounidense del HuffPost señalan que cada vez reciben más pacientes que traen sus fotografías tan editadas que les resulta anatómicamente imposible replicar el resultado a través de cirugías: mandíbulas tan estrechas que requerirían la extracción de dientes, estructuras faciales tan deformadas que requerirían la reubicación de las cuencas oculares, piernas tan largas que necesitarían un alargamiento de fémures, cabezas tan finas que habría que comprimir por los lados, cinturas tan marcadas que requerirían la extracción de costillas y órganos vitales, etc.
“Las aplicaciones como Facetune les están dando a sus usuarios una impresión totalmente falsa del aspecto que podrían llegar a alcanzar”, asegura el doctor Philip Miller, cirujano plástico de la clínica Gotham Plastic Surgery.
“Recibo pacientes que no piden una cirugía, piden un resultado. Me dicen: ‘Haz lo que me tengas que hacer para conseguir este aspecto’. En esos momentos pienso: ’Vale, vamos a abrirte el cráneo, sacarte los dientes y reposicionar tus huesos”.
El HuffPost ha hablado con mujeres que empezaron a utilizar Facetune con la esperanza de superar sus inseguridades y descubrieron que esta aplicación les ha provocado más inseguridad que nunca. Algunas de ellas aseguran que sus selfis están tan editados que les da miedo encontrarse a sus seguidores en persona, pero que no se plantean dejar Facetune, pese a todo.
Desde que publicó aquella foto en febrero, Lane, que ha cumplido los 22 y trabaja en un Starbucks de Florida, se ha puesto bótox en los labios. En el futuro quiere afilarse aún más la punta de la nariz, quitarse las arrugas de la frente con más bótox y hacerse una liposucción o una criolipólisis (un tratamiento de reducción de grasa sin cirugía).
“Si consiguiera el aspecto de mis fotos ya no necesitaría usar Facetune”, argumenta.
Antes de engancharse a Facetune, Maxine, auxiliar administrativa de 25 años, solo editaba ciertas imperfecciones puntuales en sus fotos. Con una herramienta básica, borraba las manchas y los pelos sueltos que, en su opinión, estropeaban sus fotos. Nunca sintió la necesidad de retocar nada más.
Maxine descubrió Facetune en su segundo año de carrera, cuando una compañera empezó a publicar fotos de ambas en las que notaba algo “raro”. Intuía que había algo distinto en su cara, pero no sabía qué. Cuando le preguntó a su compañera, descubrió que había retocado los rostros de ambas, incluidos dos rasgos de los que nunca se había acomplejado: la altura de su línea capilar y la forma de su nariz.
Pero cuando Maxine probó la aplicación, se quedó gratamente sorprendida por lo fácil que era convertir una buena foto en una gran foto. Además, se había enterado de que todo su entorno ya la usaba. Su compañera, según interpretó, le había hecho un favor al mejorar su aspecto.
“Es como un código de cortesía”, explica Maxine, que ahora utiliza la versión premium de pago y se identifica por un seudónimo para mantener su vida en privado. “Si subes una foto con más gente y te editas, tienes que editar también a los demás”.
Editar las fotos es tan común a día de hoy que Maxine y sus amigas tienen un grupo al que mandan sus fotos editadas para recibir su “visto bueno” antes de publicarlas en las redes sociales para que no se note que están editadas. Cuando van a subir una foto en grupo, todas las integrantes tienen la oportunidad de editar su rostro y su cuerpo (o pedirle a alguien que lo haga) para garantizar una homogeneidad en todas sus publicaciones.
“A estas alturas, ¿hay alguien que no retoque sus fotos?”.
Facetune es una creación de cinco hombres: cuatro doctorandos israelíes de Ciencias de la Computación y un antiguo empleado del Tribunal Supremo de Israel que lanzaron su proyecto en 2013 a través de su empresa, Lightricks, en una época en la que Instagram apenas tenía tres años, su popularidad se estaba disparando y acababa de ser adquirida por Facebook. Meses después de la salida de Facetune al mercado, la palabra selfie fue incorporada al Oxford Dictionary, lo que presagiaba el éxito casi inmediato de la aplicación. En cuestión de un año, Facetune ya era la aplicación mejor valorada de edición de fotos y vídeos en la App Store en más de 120 países. En 2016, lanzaron Facetune2, una versión más avanzada que también fue un éxito instantáneo.
Lightricks no ha querido hacer declaraciones para este reportaje.
A día de hoy, Facetune está tan extendida que “facetunear” se ha convertido en un sinónimo de editar, como ya sucedió con “photoshopear”. Ha recibido recomendaciones tan influyentes como las Khloe Kardashian, Chrissy Teigen, James Charles, Busy Philipps y Tana Mongeau, entre otras. YouTube y TikTok están repletos de tutoriales de Facetune que te enseñan a usar la aplicación paso a paso, desde aplicarte maquillaje hasta marcarte los abdominales.
Esta aplicación, que acumula más de 160 millones de descargas, se ha utilizado un 20% más desde el inicio de la pandemia y exporta entre 1 y 1′5 millones de fotografías retocadas al día.
Para quienes no conocen Facetune, estas cifras son impactantes. Si tienes Facebook, Instagram u otras redes sociales, lo más probable es que te hayas encontrado con alguna foto retocada sin darte cuenta. Una clave fundamental del empleo de Facetune es no dejar pruebas visibles de que lo has usado para que tus fotos parezcan perfectas de forma natural y puedas fingir que te has despertado tal que así.
Pero no todo el mundo vive ajeno a estos esfuerzos por mantener el uso de Facetune en la sombra. Existe toda una comunidad de “detectores de Facetune” con cuentas como @fakegirlsfvckya, @s0cialmediavsreality, @beauty.false, @igfamousbydana y @celebface, con millón y medio de seguidores, que se encargan de desenmascarar lo extendido que está el uso de estas herramientas entre famosas e influencers, comparando las fotos que suben con las fotos sin editar de los paparazzi o llamando la atención sobre detalles antinaturales de la fotografía.
“Se puede decir que todos los influencers utilizan Facetune, exceptuando a las que siguen la corriente de positivismo corporal y no quieren formar parte de una tendencia tan tóxica”, asegura Dana Omari, de 31 años, que gestiona la cuenta @igfamousbydana.
“Para el ojo inexperto, puede ser difícil descubrir cuándo alguien ha utilizado Facetune, pero un par de retoques aquí y allá pueden darle un aspecto totalmente distinto. Cualquiera puede cambiar su cuerpo y su cara en un par de minutos”, afirma.
La presión de hacerlo es, para muchas personas, parte de la experiencia de Instagram.
Esta plataforma, que ha recibido más de un 40% de nuevos usuarios jóvenes desde el inicio de la pandemia, es, junto a TikTok, el punto de partida de las nuevas modas y estándares de belleza: de ahí los términos “modelo de Instagram” e “instagrameable” para hablar de fotografías suficientemente estéticas como para ser publicadas. Pero Instagram no solo alberga un océano de estándares de belleza inalcanzables, sino que también está provocándoles problemas de imagen corporal a sus usuarias.
El algoritmo del explorador de Instagram está diseñado para mostrarles a sus usuarios más contenido del que ya están viendo, ya sean vídeos de animales, desayunos veganos o influencers de cuerpos sin defectos. El resultado es una cámara de eco en la que (sobre todo) las jóvenes son bombardeadas con fotografías de sus cuerpos platónicos cada vez que abren la aplicación.
Durante el primer año de pandemia, Lane pasó varias horas al día mirando fotos de modelos en Instagram, comparándose con ellas y obsesionándose con sus supuestos defectos. El problema es que ya no son solo las modelos y las ricas las que inundan su cuenta de instagram con estándares de belleza imposibles, sino también sus propias amigas.
Ha llegado a un punto en el que Lane ya no quiere ni hacerse fotos si no activa antes los filtros en tiempo real de Instagram y Snapchat para agrandar sus ojos, suavizar su piel y sus rasgos, afilar su nariz, esculpir sus pómulos y su mandíbula, engrosar sus labios, alzarse las cejas, darles volumen a sus pestañas... Y todo eso antes siquiera de hacerse la foto y editarla.
“No tengo ni idea de cuál sería mi aspecto sin esos filtros, pero es que todo el mundo los usa, sabes?”, justifica.
TikTok ofrece funciones similares, incluso para vídeos. No existe ninguna red social en la que tengas la garantía absoluta de estar viendo fotos reales y libres de retoques, lo que ha provocado que el simple hecho de publicar una foto real sea un acto de valentía y rebeldía. Las mujeres que han hablado con el HuffPost describen una necesidad de editar sus fotos porque todo el mundo lo hace, ya que si las demás mujeres se ven perfectas, piensan que ellas se verán aún peor por contraste si no retocan sus cuerpos.
“Claro que sería mucho más sencillo si esto no fuese necesario. En un mundo ideal, ni yo ni nadie tendríamos que hacerlo”, se lamenta Maxine.
Cuando Harmonie Christian iba al instituto, sus mayores inseguridades eran su ortodoncia y su peso. Además de ser la única chica negra en un instituto femenino predominantemente blanco, estar delgada y ser popular iban de la mano, sostiene Harmonie. Ella se veía demasiado carnosa y tuvo que aprender a posar en las fotos para parecer más delgada. Llegó a sus oídos que algunas compañeras habían empezado a utilizar Facetune y otras aplicaciones para retocar sus cuerpos antes de subir fotografías a Instagram. En aquel momento, pensó que era muy triste lo que estaban haciendo aquellas chicas. Lo máximo que había hecho ella era modificar el brillo y el contraste de la fotografía.
Pero cuando llegó a la universidad, se dio cuenta de que todo el mundo usaba Facetune y que tener una buena imagen en Instagram ya tenía tanta importancia como tener una buena imagen en la vida real. Así pues, decidió probar la aplicación. Al igual que Maxine, no podía creer la cantidad de herramientas que tenía para retocar su aspecto ni lo mucho que le gustaban los resultados. A día de hoy, su ritual de Facetune consiste en reducirse la cintura, ensancharse las caderas, aumentarse los glúteos, blanquearse los dientes, suavizarse la piel y darle más espesor a sus pestañas.
“Todos mis contactos utilizan Facetune. Con el paso del tiempo, me lo tomé como un juego para ver quién retocaba mejor sus fotos”, comenta Harmonie, que tiene 22 años.
“Antes me daba miedo parecer una catfish, pero luego pienso en Kylie Jenner y se me pasa. Si no vas a publicar una foto tan perfecta como las suyas, ¿qué sentido tiene publicarla?”.
El aspecto que se puede dar uno mismo con Facetune es extraordinario y, además, de forma sencilla. Con unos movimientos de dedos, puedes modificar anchuras, tamaños, formas o incluso retocarte la línea del pelo a tu gusto.
Decenas de millones de usuarios de Facetune y otras aplicaciones están creando nuevos estándares de belleza en las redes sociales. Se lo toman tan en serio que muchas personas se han aficionado a ridiculizar sus errores. Grupos como r/Instagramreality, un subforo de Reddit con más de un millón de miembros, están hasta arriba de fotografías de mujeres corrientes con cinturas más estrechas que su cabeza, fondos curvos y pieles con una textura tan suave que apenas se ven.
Para este reportaje, seis jóvenes han accedido a retocar una misma foto de una periodista del HuffPost para adaptarla a su idea de la perfección.
Los resultados varían en mayor o menor medida, pero todas reflejan una estética común: cintura estrecha, dientes blancos relucientes, curvas de dibujos animados, nariz pequeña, cejas altas y pobladas, piel morena sin poros, mandíbula angulosa, etc.
Varias de esas mujeres coinciden en que las hermanas Kardashian son su imagen de la perfección, un estándar de belleza tan inalcanzable que ni las propias Kardashian lo consiguen. Al menos, no la imagen que muestran en las redes sociales. Khloe Kardashian estuvo en el ojo del huracán esta primavera después de que su equipo iniciara una cruda batalla legal para eliminar de las redes una foto suya en bikini sin retoques.
La influencer, de 36 años, que ha cobrado para promocionar productos adelgazantes y cuya marca de ropa, Good American, promueve la aceptación corporal, aparecía en dicha fotografía sin retoques con un cuerpo menos curvilíneo que el que muestra en su Instagram (los críticos acusan a las Kardashian de modificar su aspecto para asemejarlo a los cuerpos de las mujeres negras).
Fue un desengaño tan evidente para tanta gente que la Kardashian grabó un vídeo ante el espejo para demostrar que su cuerpo no era producto del Photoshop y lanzó la siguiente denuncia: “la presión y el intento constante de ridiculizarme y de juzgarme durante toda mi vida para ser perfecta y satisfacer los estándares de belleza de los demás han sido más de lo que puedo soportar”.
Lane empatiza con ella. Sabe lo que es sentir presión por parecer perfecta y también se han reído de ella por utilizar Facetune, tanto desconocidos como conocidos, incluida su compañera de piso, que solía decirle: “No estás delgada, solo intentas que los demás lo crean”.
Pero también es duro para Lane ver a una Kardashian quejándose de una presión que ella misma ha fomentado para lucrarse.
“Me sentí mal por ella, pero son las propias Kardashian las que han impulsado esos estándares de belleza”, comenta. “Cuanto más han promovido esos estándares, más presión hemos sentido las mujeres normales para retocar nuestras fotos del mismo modo”.
Lauren Florio fue una de las primeras y más entusiastas defensoras de Facetune. Cuando iba al instituto y sufría anorexia y bulimia, la aplicación le concedía esa delgadez que tanto ansiaba, pero sin perder la forma de reloj de arena. A sus mejores amigas se lo recomendaba como “arma secreta” para sus fotos.
“Ojalá pudiera volver al pasado para no descubrir Facetune, porque es muy difícil dejarlo”, explica Florio, de 25 años. Su necesidad de controlar su imagen se ha vuelto tan obsesiva que ahora es incapaz de enviarle una foto a su propia madre ni a su pareja sin retocarla antes.
“Me entra mucha ansiedad cuando alguien me hace una foto porque podría subirla sin retocarla y ni siquiera sé cómo salgo”, dice.
Últimamente ha intentado moderarse con Facetune, pero no se imagina dejando de usar la aplicación. Tiene “comprobado” que sus fotos retocadas atraen más la atención a sus publicaciones. Una foto perfectamente planificada y editada puede obtener 2000 ‘Me gusta’ en su cuenta, mientras que una foto improvisada y sin retoques solo alcanza 300, momento en el que le entran ganas de borrarla y resubirla bien editada.
“Es duro tomar la decisión de editar menos tus fotos por el bien de tu salud mental y luego descubrir que tus publicaciones gustan menos”, explica Florio. “Así que vuelves a usar Facetune y todos los ‘me gusta’ vuelven y te dices: ‘Vale, seguiré usándola de vez en cuando’. Es como una droga”.
La gratificación instantánea que se siente al recibir un ‘Me gusta’ es adictiva, literalmente, aseguran los neurocientíficos. Cuando recibes estas notificaciones en el móvil, tu organismo libera dopamina, una sustancia química que te hace sentirte bien, lo que desencadena una reacción y una dependencia similar a la de las apuestas o las drogas.
En este sentido, Facetune facilita esa satisfacción al ayudar a sus usuarios a recibir más ‘Me gusta’. Para los usuarios de Instagram que retocan sus fotos, publicar una foto en bruto y ver cómo la interacción de sus contactos se desploma puede ser como si a un adicto a la cocaína le sustituyes esta droga por un café con leche.
A largo plazo, esta espiral causa estragos en la salud mental, advierte Rachel Rodgers, profesora de Psicología de la Universidad Northeastern y especialista en repercusiones psicológicas asociadas a los retoques digitales.
“Si te están diciendo constantemente que tu apariencia es un reflejo de tu valía, publicar algo que le gusta a la gente no solo te va a dar una mejor opinión de tu aspecto, sino también de tu persona, al menos durante un breve lapso de tiempo”, sostiene Rodgers.
Sin embargo, “te deja con la necesidad constante de reafirmarte y acaba debilitando tu imagen personal”, añade. “Aunque te provoque un alivio a corto plazo al recibir comentarios positivos y ‘Me gusta’ en una publicación, estás subiendo el listón para la próxima publicación y preocupándote innecesariamente por si no recibe tanta interacción”.
A Sabrina Arredondo, de 24 años, publicar una foto sin editar le puede reducir los ‘Me gusta’ a la mitad. No ha sido capaz de dejar de usar la aplicación desde que se la descargó a los 19 años.
“En cuanto me hago una foto, voy directa a Facetune”, comenta. “Si alguien publica una foto en la que salgo yo sin editar, pienso: ‘¡Dios mío, estás desvelando mis secretos! Tengo que editar esa foto YA’”.
Arredondo intenta que sus retoques sean sutiles, pero todavía se pone nerviosa cuando tiene citas con personas que ha conocido a través de aplicaciones para ligar.
“¿Y si me he pasado con los retoques y parezco una persona completamente distinta y me dicen que no me parezco a la de la foto?”, dice.
“Ya ni siquiera me propongo usar Facetune, es algo que me sale natural”.
Florio ha dejado de seguir a muchas influencers que utilizan Facetune para reducir la tentación. En su opinión, la adicción de estas modelos a retocar sus fotos está muy por encima de la media, no solo por motivos de autoestima, sino porque sus ingresos dependen de ello.
Ella misma lo vivió durante su etapa en la universidad, cuando las marcas contactaban con ella para promocionar sus productos en su canal de YouTube y en sus redes sociales. Ya era consciente de que no solo vendía un producto, sino también su imagen. Cuanto mejor aspecto tuviera, más atención atraería y más patrocinios conseguiría.
“Si no mides más de un metro setenta y tienes una talla 32, te empieza a dar miedo perder seguidores o no conseguir suficientes ventas ese mes”, lamenta Florio. “Empiezas a analizar cada mínimo detalle de tu apariencia porque es tu trabajo”.
Sus intentos de desengancharse de Facetune nacen de su voluntad no solo de proteger su salud mental, sino también de evitar que otras mujeres sientan envidia de sus fotos.
“Soy consciente de que formo parte del problema, pero soy humana y yo también tengo complejos”, justifica Florio. “Los retoques digitales son una trampa. Tanto si recurres a ellos como si no, estás condenada”.
Según explica la empresa Lightricks, Facetune existe para potenciar la confianza de sus usuarios aumentando su belleza natural y minimizando sus supuestas imperfecciones.
“Hay usuarios que nos envían mensajes solo para decirnos que consiguieron hacer una gran foto durante una gran noche y Facetune2 les permitió eliminar ese molesto grano que no quieren recordar”, se defiende un alto ejecutivo de la empresa en un blog. “También recibimos mensajes de usuarios que nos cuentan lo seguros que se sienten ahora que pueden publicar fotos como las de sus ídolos en las redes sociales”.
Pero esta visión que la empresa creadora de Facetune tiene de sí misma es difícil de encajar con lo que realmente sucede. Para empezar, porque sus amplias herramientas de edición invitan a retocar algo más que un grano impertinente. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces has sentido la necesidad de retocar el ángulo de tus ojos un par de grados? ¿Y para qué hay cinco herramientas distintas para retocar la nariz?
Por su propio diseño, estas herramientas han llevado a muchas mujeres a obsesionarse con supuestos defectos de los que nunca antes se habían preocupado.
“Yo desde luego que me fijo mucho más en mis imperfecciones que antes y me he vuelto muy crítica cuando estoy frente al espejo”, asegura Dawn, una joven de 22 años que no ha subido ni una sola foto sin retocar desde que se descargó la aplicación en 2018. “Instagram solía ser un lugar divertido en el que compartir tus fotos con tus amigos. De repente, todos empezaron a parecer modelos”.
Es una sensación con la que las otras mujeres se sienten identificadas. Echando la vista atrás, algunas se preguntan de dónde sacaban la confianza antes de Facetune para subir fotos sin editar y cómo habían podido estar tan ciegas para no ver sus evidentes imperfecciones.
Existe una correlación directa entre la cantidad de selfis retocados digitalmente y el número de trastornos de dismorfia corporal diagnosticados, una enfermedad de salud mental que hace que sus víctimas se obsesionen con los supuestos defectos de su cuerpo, según descubrieron en 2018 los investigadores de la Universidad de Boston. Estos advierten que Facetune y otras aplicaciones similares “nos están haciendo perder de vista la realidad porque esperamos que el resultado de las fotos se plasme también en la vida real”, lo que puede provocar daños psicológicos muy graves.
Dawn señala que ha notado ciertas mejorías en su salud mental gracias a Facetune. Antes de poder retocar sus fotos, no se atrevía a publicar selfis de cerca porque le acomplejaba su acné. Desde que tiene Facetune, publica fotos de su rostro con un cutis aparentemente más suave y liso. A cambio, ha desarrollado ansiedad por el miedo que le da encontrarse por la calle a sus conocidos y que se den cuenta de que su piel no es tan perfecta como parece en la foto.
“Es un poco triste. Empecé a usar esta aplicación porque me permitía aparecer en las fotos con menos defectos. Me animaba a subir más fotos mías porque me dejaba ‘arreglarme’ la cara”, comenta Dawn. Ahora también utiliza Facetune con fines artísticos para realzar sus maquillajes.
Aunque Lightricks promociona Facetune como un “pequeño secreto” para sus usuarios, muchas de las comunidades que se dedican a desenmascarar a sus usuarios insisten en la necesidad de una mayor transparencia. Si se pudiera ver qué fotos están retocadas y cuáles no, las mujeres no sentirían la presión de mostrarse perfectas en sus fotos.
Francia promulgó una ley en 2017 para que toda imagen comercial en la que una modelo reciba retoques digitales se etiquete de forma visible como retouchée. En el Reino Unido están planteándose elaborar una ley similar y recientemente se supo que el gobierno de Noruega prohibirá por ley subir fotos retocadas sin avisar. En Estados Unidos no existe ninguna ley ni reglamento por el estilo, aunque en 2016 el Congreso volvió a debatir sobre la Truth In Advertising Act (Ley sobre la veracidad de los anuncios), que obligaría a regular la forma en que las marcas pueden “modificar el aspecto y las características físicas de los rostros y cuerpos de los modelos que aparecen en las imágenes”.
Una legislación de este estilo supondría implicaciones enormes en el mundo entero del marketing, en el que las estrellas de Instagram pregonan sin pensárselo demasiado las bondades de las marcas de belleza que les pagan. Sin embargo, sería muy difícil llevarla a la práctica. ¿Cómo puedes demostrar que un retoque muy sutil lo ha hecho Facetune y no Maybelline?
Al igual que sucede con las advertencias que vienen en las cajetillas de tabaco, Rodgers cree que una advertencia de que una foto está retocada no va a evitar que las mujeres se comparen con las modelos de las fotos.
“En el peor de los casos, no solo sería inútil, sino que intensificaría las comparaciones al obligar a la gente a mirar más detenidamente las imágenes”, sostiene.
Varias de las usuarias de Facetune que aparecen en este artículo aseguran que, de tanto usar Facetune, ya son capaces de detectar cuándo otras personas lo usan. Pese a eso, siguen sin creer que esas fotos retocadas sean menos reales ni sienten menos deseos de seguir retocando sus imágenes.
“Me he vuelto tan exhaustiva con Facetune que, cuando termino de editar mi foto, ya ni siquiera quiero subirla porque la chica de la foto no parezco yo”, explica Harmonie. “Muchas chicas me dejan comentarios como ‘¡Ojalá me pareciera a ti!’, y yo pienso: ’Ojalá yo me pareciera a mí”.
Si vieras el perfil de Florio en Instagram, no sabrías decir en qué momento se operó la nariz, porque lleva años teniendo el mismo aspecto en sus fotos, antes y después de pasar por el quirófano.
“Editaba obsesivamente todas mis fotos para tener la nariz que siempre había deseado”, recuerda Florio.
Cuando aún era adolescente, se puso bótox. En su tercer año en la universidad, se operó para rellenarse los labios. Ese mismo año, le llevó a su cirujano una de sus fotos retocadas para que este hiciera realidad la nariz de sus sueños, algo que los profesionales de la industria consideran un fenómeno en auge.
Pero Facetune no es solo una herramienta de planificación para las personas que se están planteando una cirugía estética. Un estudio publicado el año pasado reveló que el uso de Facetune incrementa el deseo de pasar por el quirófano. Y, tal y como están descubriendo los cirujanos como el doctor Michael Reilly, coautor del estudio, en algunos casos puede acabar en una decepción absoluta.
En abril, una veinteañera fue a ver al doctor Reilly a su clínica, que se especializa en cirugías faciales. Al igual que Florio, trajo una foto retocada digitalmente para mostrar cómo quería la nariz: pequeña y refinada, como las modelos de instagram. Iba a ser su cuarta intervención para conseguir la nariz de sus sueños, porque las anteriores tres operaciones, realizadas por tres cirujanos distintos, no la habían dejado satisfecha.
Al analizar la nariz de la joven, el doctor Reilly se dio cuenta de que le quedaba tan poco cartílago que el resultado que deseaba iba a ser imposible de conseguir. Cuando se lo comunicó, ella se negó a aceptarlo. Su conducta apuntaba a un problema subyacente de imagen corporal, algo que el doctor Reilly vigila con mucha atención.
Las cirugías estéticas pueden agravar la enfermedad de las personas que sufren dismorfia corporal. En los casos más graves, pueden requerir intervención psicológica.
“Si le haces una cirugía estética a alguien es porque quieres ayudarle a sentirse mejor”, explica el doctor Reilly. Facetune, en su opinión, hace lo contrario: propaga unos ideales de belleza imposibles y, al hacerlo, propicia enfermedades de salud mental.
El tremendo auge de la aplicación ha sido una bendición y una maldición para las clínicas estéticas: el interés en esta clase de cirugías también ha aumentado, pero, para los cirujanos, rebajar las expectativas y negarles el resultado de sus sueños a sus pacientes es una parte triste y molesta de su trabajo.
En algunos casos, las pacientes traen fotografías retocadas sin darse cuenta. El doctor Lee B. Daniel, cirujano plástico de Oregón, asegura que tres cuartas partes de las pacientes que se presentan con fotografías de modelos de Instagram a las que se quieren parecer no saben que son fotografías intensamente retocadas con Facetune o Photoshop.
“Cada semana les tengo que decir a una o dos pacientes: ‘Si quieres tener una cintura así de estrecha, tendríamos que extirparte un par de costillas’”, comenta. “Estamos viendo a toda una generación de mujeres que se ven forzadas a buscar un determinado aspecto físico irreal”.
A medida que el uso de Facetune se extiende, la edad media de las pacientes de estos cirujanos baja.
“Antes, apenas venían mujeres de menos de 35 años para hacerse algo que no fuera una rinoplastia. Ahora es muy habitual que vengan veinteañeras a por bótox o a rellenarse los labios. Hasta las adolescentes vienen para hacerse un aumento de labios”.
Lane acabó encantada con su aumento de labios. Con Facetune nunca conseguía que quedaran justo como ella quería. Sin embargo, como suele pasar con esta intervención, están empezando a perder volumen y todavía no ha ahorrado para pagarse una segunda operación. Se acaba de comprar un perro y está ahorrando para comprarse un coche (y otras operaciones). Hasta entonces, se las apañará con Facetune.
Al igual que ella, Harmonie ha acabado tan enamorada del aspecto que consigue con Facetune que ya está planteandose distintas cirugías estéticas.
“Quiero operarme la nariz, los labios, los dientes, las tetas... Son tantas cosas... Si quiero estar tan bien como esas modelos de Instagram, tengo que ahorrar para permitirme estas operaciones”, dice.
Tras incontables horas editando sus fotografías, Harmonie se planteó seriamente hacerse un aumento de glúteos brasileño, una operación peligrosa que consiste en coger grasa de otras partes del cuerpo e implantarla en las nalgas. Los 10.000 dólares que cuesta le hicieron replanteárselo, pero descubrió que podía pagarlo en cómodos plazos, “como la factura del teléfono, pero para tu cuerpo”.
La sección de exploración de su Instagram no tardó en llenarse de publicaciones del antes y el después de pacientes que se habían sometido a esta cirugía, de los cirujanos responsables recomendando la operación y de las clínicas donde podía hacérselo. La tentación era enorme. Lo único que le echaba para atrás era el postoperatorio, que dura semanas durante las cuales puede sufrir fugas de fluidos mezclados con sangre a través de las incisiones.
Pese a los riesgos, no es la única que se lo plantea. De hecho, varias de las mujeres entrevistadas se lo están pensando o ya están ahorrando para hacerse la operación.
“Nunca antes me había planteado hacerme una cirugía estética, pero cuando empecé a usar Facetune y me di cuenta de que puedo conseguir el cuerpo de otras mujeres, lo interioricé”, confiesa Arredondo. “Ahora no dejo de pensar en lo mucho que me gustaría hacerme un aumento de glúteo brasileño”.
En cuanto a las otras cirugías que tiene pensadas Harmonie, primero quiere que su negocio despegue. En su lista de prioridades está el blanqueo dental, seguido de un aumento de pecho y, posiblemente, una rinoplastia. Tanto ella como Lane tienen tiempo de sobra para pensar en sus operaciones y planificarlas con Facetune.
El doctor Miller asegura que, desde el inicio de la pandemia, vienen a su consulta el doble de pacientes con sus fotos editadas digitalmente como modelo para sus cirugías. Una veinteañera trajo una foto tan retocada que habría sido necesario reconstruirle la cara por partes para alcanzar el resultado solicitado.
“Se había estrechado tanto la cara que habría tenido que juntarle las cuencas oculares”, recuerda Miller, todavía incrédulo. “Le habría tenido que extirpar media nariz. Básicamente, quería que le juntara más los ojos, algo imposible”.
Con vistas a sus futuras pacientes, el doctor Miller cree que se topará con peticiones todavía más inverosímiles.
“Os puedo asegurar que esto está más cerca de agravarse que de solucionarse”, sentencia.
Hace años, editar una foto para Instagram significaba añadirle un filtro sepia a la foto (quizás Valencia o Rise) y poner un hashtag.
En la actualidad, los extremos a los que llega una incontable cantidad de mujeres jóvenes en su obsesión por mostrarse perfectas son indicativos de la crisis de salud mental que se ha desatado, en parte por culpa de aplicaciones como Facetune.
“Siempre he sido insegura, pero en la era del Facetune, me da mucha más vergüenza mi aspecto”, admite Harmonie.
“A veces me pongo a mirar las fotos que subía antes sin editar y me siento fatal. Siento vergüenza y pienso: ‘Nadie puede enterarse de que ese es mi aspecto real’”.
Conforme la tecnología de los retoques digitales avanza, también avanzan las herramientas para modificar radicalmente el aspecto de las personas. El año pasado, Lightricks lanzó al mercado Facetune Video, su versión más solicitada, que permite a sus usuarios grabarse en vídeo con retoques digitales en vivo.
“Esta es una carrera que no va a ganar nadie”, lamenta la experta Rachel Rodgers. “Los estándares de belleza siguen cambiando, es imposible mantener el ritmo”.
Están surgiendo con fuerza otras aplicaciones similares, como PrettyUp y Perfect Me, que están específicamente diseñadas para alterar el cuerpo femenino en vídeo de manera que les sea sencillo alargarse las piernas, ensancharse las caderas, encogerse la cintura y aumentarse los glúteos, pero en movimiento. (¿No te apetece ir al gimnasio? ¡Un solo click y tendrás los abdominales, las piernas y la cintura que deseas!”), pregona Perfect Me en su página de Facebook.
Los resultados son alarmantemente realistas. Cualquier joven que quiera ser influencer podrá utilizar una de estas aplicaciones no solo en fotos, sino también en vídeos mientras vende suplementos innecesarios o rutinas a sus envidiosas y poco precavidas seguidoras.
Omari, de la cuenta @igfamousbydana, sospecha que es algo que ya está sucediendo. Los extremos a los que llegan algunas mujeres en su búsqueda de la perfección le resultan perturbadores.
“Siento como si esas mujeres estuvieran creando un avatar digital que no se parece en nada a su versión real”, comenta. “No tenemos por qué parecer todas iguales, pero la tendencia es clara”.
Conforme las usuarias de Facetune fomentan y persiguen nuevos estándares de belleza cada vez más irreales, muchas de ellas se acaban derrumbando.
Harmonie se desinstaló hace poco Facetune. Ya lo había intentado en el pasado, pero estaba demasiado enganchada. Esta aplicación ha sido demasiado nociva para su salud mental y le preocupa estar promoviendo los susodichos estándares de belleza inalcanzables y participando en la epidemia de dismorfia corporal que tanto está afectando a las mujeres jóvenes, como su propia hermana.
“Sé lo mucho que duele compararme con otras mujeres y no querría que nadie se comparara conmigo, sobre todo teniendo en cuenta que mis fotos no son reales”, comenta. “Estoy intentando alejarme de Facetune para apreciar más mi cuerpo, pero se me hace cuesta arriba porque veo fotos editadas por todas partes. Cada vez que subo una foto tengo la tentación de adelgazarme las piernas o ensancharme las caderas, o hacer esto y aquello”.
Esta joven de 22 años llegó a un punto crítico durante el confinamiento, cuando pasaba su tiempo libre mirando obsesivamente fotos de modelos de Instagram con cuerpos sin ningún defecto. Empezó a odiar tanto su cuerpo que perdió 13 kilos en tres meses, desesperada por parecerse más a ellas, por mucho que fuera consciente de que ellas también utilizan Facetune. Sin embargo, cuando se miraba al espejo, su reflejo no le parecía suficientemente bueno.
“Ni siquiera me sentía feliz por todos los kilos que había adelgazado porque tampoco así me parecía a ellas”, solloza.
“Me tengo que preguntar a mí misma: ’¿de verdad quiero vivir así el resto de mi vida?”.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.