Los alumnos lloran al "profesor Rubalcaba"
Antiguos estudiantes recuerdan a aquel docente "apasionado y preocupado por sus alumnos".
Lo fue casi todo en política desde los años 80 y a la vez fue mucho más que eso. Porque si hoy todo el parlamentarismo llora a Alfredo Pérez Rubalcaba en el día de su adiós no lo hacen menos quienes compartieron su otra pasión: la educación.
Alejado de los focos de la política y del ruido mediático, Rubalcaba también fue feliz. Un profesor ejemplar, apasionado por la enseñanza y querido, muy querido entre sus alumnos, como cuentan varios a El HuffPost.
Hizo fama desde las entrañas del Partido Socialista Obrero Español, sí, pero siempre tuvo claro su origen y su destino. A la política llegó y de ella se fue con un trabajo en propiedad: su plaza como profesor del Departamento de Química Orgánica en la Universidad Complutense de Madrid, entidad que le ha rendido homenaje en su web. Aquella “sede” fue una segunda casa para él, habitada antes, incluso, que la de Ferraz. Su faceta pedagógica le llevó, por entonces, a ejercer “extramuros”, en las universidades de Constanza (Alemania) y Montpellier (Francia).
“Terminábamos charlando de todo”
Fueron años de experiencias que le permitieron forjar, aparte de una envidiable habilidad lingüística ―hablaba inglés, francés y alemán-, la personalidad que siempre le acompañó. Dialogante, inteligente, socarrón, incluso. “Sabía cuándo hacer alguna broma para relajar el ambiente”, rememora su exalumna Emilia Muñoz. Como buen químico, conocía la fórmula para atraer a sus jóvenes pupilos”.
Y eso que había dudas en su retorno a la facultad, en septiembre de 2014. Nos lo explica Loreto García: “Había mucha incertidumbre por cómo serían sus clases tras tanto tiempo sin tocar la química, pero en cuanto comenzó todos coincidían en que era un profesor genial. Yo también”. Para Andrea, otra alumna suya estaba claro “que había vuelto a la universidad por mera vocación. No le importaba repetir algo las veces que fuera necesario para que lo entendiésemos muy bien”.
“Si hubiese más profesores como él, el sistema educativo sería muy distinto y estaríamos más motivados a aprender”, continúa Andrea. “Y veríamos la figura del profesor como alguien en quien apoyarnos”, concluye.
“Es que podías hablar con él en cualquier momento. Recuerdo ir a su despacho y terminar hablando de todo, cosas ajenas a la facultad. Fuera también era una persona atenta que se paraba a saludar”, añade Emilia. Su “compañera” Loreto rememora cómo “siempre tenía hueco para recibirte en una tutoría si no te quedaban claros los conceptos”.
Su ADN rezumaba socialismo. “Siempre será mi partido”, confesó emocionado en su despedida política. Sin embargo, la ideología nunca entró al aula. “De no haber sido una persona famosa no hubiéramos sabido de qué partido venía ni cuáles eran sus ideas. He tenido bastantes profesores no políticos cuyas clases estaban mucho más politizadas”, confiesa Emilia. De hecho, otros alumnos llegan a reconocer que “por entonces no sabíamos que militaba en política”, como rememora Alicia.
¿Y las notas? ¿Era uno de esos profesores “hueso” de suspenso seguro? “La verdad es que no”, vuelve a contar Emilia [al menos no en su etapa más reciente; sus inicios fueron distintos, cuentan algunos conocidos]. “No era un profesor duro para esta asignatura. Yo saqué en torno a un 6. Claro que hubo de todo”. “De hecho -puntualiza Loreto- seguro que más de un alumno escogió optativas de química orgánica gracias a sus clases”.
Notas que hoy no tienen ninguna importancia. Los recuerdos que quedan de aquel profesor de segundo de carrera son otros. “Nunca le olvidaré, fue de los mejores que tuve”, repiten, casi a coro, quienes compartieron su pasión por la química y la enseñanza. A ellos les deja un legado imborrable, como lo es ya su figura.