Renovarse o morir (de calor): cómo adaptar la ciudad y las casas a veranos extremos
Los expertos instan a rediseñar las ciudades teniendo en cuenta el cambio climático. Sus propuestas son alcanzables: más arboles, menos asfalto, pintura blanca y ventilación.
Dicen que sólo te acuerdas de Santa Bárbara cuando truena y, del mismo modo, sólo nos acordamos del cambio climático cuando sucede un evento meteorológico fuera de lo ‘normal’. Precisamente la crisis climática se caracteriza por multiplicar la frecuencia de estos episodios extremos. Así, cuando aún no ha pasado un mes de verano, España está viviendo su segunda ola de calor de la temporada, con temperaturas récord que en algunos puntos superan los 45ºC.
No se puede normalizar temperaturas cercanas a los 50 grados, empezando porque al organismo le cuesta tolerarlas, pero al mismo tiempo los estudios apuntan a que esta sí que será la ‘nueva normalidad’. Cada vez hay más voces que reclaman cambios prácticos, inmediatos y relativamente sencillos para reducir la temperatura de las ciudades, donde se producen las llamadas ‘islas de calor’.
Se denominan ‘islas de calor’ porque la temperatura de la ciudad puede llegar a ser 10ºC superior a la que se registra en sus alrededores, acrecentada por los materiales de construcción que acumulan calor, por la contaminación del tráfico y por los propios aparatos de aire acondicionado, que expulsan calor al exterior. Por este mismo motivo en las ciudades es más habitual soportar noches tórridas –aquellas en las que la temperatura no baja de 25ºC–, que además tienen un impacto en la salud.
Los coches, enemigos del fresquito
Mark Nieuwenhuijsen, director de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud en ISGlobal, apuesta por “transformar las ciudades para que se parezcan más a lo que está alrededor de ellas”. Esto es: “Introducir más naturaleza, reducir el asfalto, poner más espacios verdes”.
Nieuwenhuijsen, que estudia cómo la planificación urbana y de transporte puede mejorar radicalmente la salud de la población, explica que “la mayoría de las ciudades están dominadas por los coches, así que creamos carreteras para que puedan pasar, pero todas esas carreteras de asfalto y hormigón absorben mucho calor y lo liberan por la noche”. Reducir el tráfico y ampliar la vegetación traería un doble beneficio.
“Sabemos que donde hay más árboles la temperatura baja” –recuerda el experto–, del mismo modo que “sabemos que las temperaturas extremas matan a gente”. La regla de tres es sencilla.
Según los datos del sistema MoMo del Instituto de Salud Carlos III, que vigila el exceso de mortalidad en España, el pasado mes de junio el calor mató a más de 800 personas en el país. Con estas cifras en la mano, Mark Nieuwenhuijsen se revuelve cuando se le pregunta si resulta caro adaptar las ciudades al cambio climático. “Si quieres tener una ciudad habitable, con ciudadanos sanos, ¿qué es muy caro?”, replica. “Que la gente se muera, que la gente se ponga enferma, también cuesta dinero”, dice.
Reconoce Nieuwenhuijsen que “por supuesto que cuesta dinero transformar una ciudad, pero también se invierten miles de millones de euros para poner más asfalto”. “Ahora lo que deberíamos hacer es quitar ese asfalto y plantar árboles”, zanja el experto. Su diagnóstico es claro: “Si queremos tener ciudades más habitables, más sostenibles y más saludables, tenemos que transformar la estructura actual de las ciudades”.
Nieuwenhuijsen considera que “las ciudades españolas no están preparadas para estas temperaturas”, y menos lo van a estar si el calentamiento y los fenómenos extremos continúan. ¿Qué hacer, entonces, para adaptarse a lo que ya parece inevitable?
Hoja caduca, ventilación cruzada y tejados blancos
Sigfrido Herráez, decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), propone empezar con soluciones ‘simples’ como plantar árboles de hoja caduca. “Como en verano están poblados de mucha hoja, evitan el soleamiento, y en invierno, se caen esas hojas y entra el rayo solar”, explica.
Herráez afirma que a veces las “actuaciones pasivas” y más “tradicionales” pueden influir de forma muy considerable en la temperatura de un lugar. Así, el decano del COAM cita también el clásico sistema de ventilación cruzada de los edificios. “En dos fachadas opuestas, abres la ventana y, efectivamente, se produce una brisa que hace que baje la temperatura de manera importante. O esas ventanas que tienen la persiana encima del asidero del balcón, que permiten que haya una ventilación cruzada mientras dan sombra”, señala.
Jordi López Ortega, profesor asociado de la Universitat Politècnica de Catalunya, menciona también el caso de la ventilación cruzada como “una climatización gratis”. Y como estas, hay más formas de “aprovechar los edificios”, añade Mark Nieuwenhuijsen. “En Barcelona, la mayoría de los tejados son planos y grises, que absorben mucho calor. Para evitar eso, se pueden pintar de blanco, que refleja la luz, o poner paneles solares y convertir el sol en electricidad”, propone.
Las ‘supermanzanas’ de Barcelona, “un buen ejemplo”
Como modelo de planeamiento urbanístico, Nieuwenhuijsen cita el caso de las superilles –supermanzanas– en Barcelona. “Hay gente viviendo, hay vida, hay tiendas, hay vegetación, hay ciclistas, y muy pocos coches”, resume el experto. “Son un buen ejemplo de lo que deberíamos hacer en nuestras ciudades”.
López Ortega, que ha investigado cómo estas supermanzanas ayudan a combatir los efectos del cambio climático, explica que el concepto de superilla no es otra cosa que situar “nueve manzanas juntas, formando una manzana grande, para crear un microbarrio”. La idea es, también, propiciar las relaciones sociales con más plazas públicas y optimizar el sistema de transporte público en una ciudad. En Poblenou, Sant Antoni y Horta, donde estas superislas ya están consolidadas, se estima que la contaminación por dióxido de nitrógeno se ha reducido hasta en un 30%.
Con el modelo de las supermanzanas, “una de cada tres calles es peatonal”, se reduce el tráfico, se crean plazas ajardinadas, y esto “permite que las islas de calor se eliminen”, apunta López Ortega. Se trata de recurrir al urbanismo para “buscar con la simplicidad la solución a muchos problemas”, señala el investigador, que parafrasea al arquitecto Salvador Rueda, ‘padre’ de las supermanzanas.
Llevándolo a su terreno (Madrid), Sigfrido Herráez cuenta el caso del Programa de Actuación Urbanística (PAU) de Vallecas. “Hay una zona en la que variamos la inclinación de las calles para adaptarlas a los vientos dominantes. Con un leve giro, haces que en determinadas calles, y a la sombra, baje la temperatura de una manera importante”, explica.
La polémica Puerta del Sol de Madrid
Herráez señala que actualmente cada arquitecto-urbanista busca alternativas ambientales según el proyecto que diseñe, y las presenta con un informe medioambiental al Ayuntamiento correspondiente, que determina si lo aprueba o lo rechaza. De este modo, ilustra Herráez, es muy difícil que a estas alturas alguien proponga “una plaza o una calle sin ningún tipo de elemento vegetal, sin ninguna sombra”. “Imagínate lo que es recorrer así 150 metros en días como estos, con este nivel de calor”, comenta.
¿Y el proyecto de reforma de la Puerta del Sol de Madrid, que precisamente fue muy criticado por no tener ni un ápice de sombra o vegetación? Herráez cree que el fotomontaje que se mostró del proyecto de Sol no será el “resultado final” de la plaza. “Se decía que no se podían sembrar árboles por las raíces, y sí que se puede. Ya existen grandes maceteros donde se pueden poner árboles de 20 metros, son ya casi elementos de mobiliario”, sostiene el decano del COAM. (Días después de la polémica, el Ayuntamiento de Madrid ‘cedió’ y dijo que está estudiando poner toldos en la plaza).
Herráez, que reivindica la arquitectura tradicional española como fuente de ideas para hacer frente a temperaturas extremas, considera que ha habido “un momento de vacío” entre ese concepto arquitectónico original y eficaz “de hace cien años” y “la actualización en materia de energía, calor y frío que se está dando ahora”. Hubo un ínterin, afirma Herráez, en el que “todo se relegaba al conocimiento de los técnicos”; “ahora ya existe una obligación, unos requisitos, una Ley de ordenación de la edificación”, apunta. “Ya no hay una vivienda nueva sin su panel solar. Se está avanzando en una buena dirección”, asegura.
Cuando España tenga temperaturas de Marruecos...
Mark Nieuwenhuijsen y Jordi López Ortega, por su parte, no están convencidos de que los avances en urbanismo y construcción en España sean tan evidentes. “Sigue habiendo un pensamiento desarrollista de que, cuantos más coches, mejor para la ciudad”, lamenta López Ortega, que propone transformar autopistas “sin ningún valor” como la Gran Vía madrileña en “bulevares”, donde la gente camine, haga vida, y repercuta además en el valor social y económico de la ciudad.
Nieuwenhuijsen hace hincapié en la necesidad de “ser conscientes de que el cambio climático ya está aquí”. “Tendremos más episodios de temperaturas extremas y hay que estar preparados, rediseñar las ciudades y hacerlas más resilientes, básicamente para que la gente pueda vivir ahí”, incide. “Dicen que en veinte años Barcelona tendrá la temperatura de Marrakech, y Londres la de Barcelona. Son cambios enormes; tenemos que ser rápidos e introducir cambios rápidamente para que las ciudades sean habitables”, reitera el experto.
Ya se sabe: renovarse o morir (de calor).