Reivindicando a Los Bravos en diez canciones
Revolucionaron los guateques de los sesenta con 'Black is black'.
The Beatles,The Rolling Stones, The Who, The Kinks, Small Faces... grupos y más grupos anglosajones frecuentemente nombrados y reivindicados que, sin discusión, marcaron un antes y un después en la música popular. Son nombres recordados de manera frecuente que hacen que las nuevas generaciones, al menos, hayan oído hablar de ellos. Lo que no hemos de olvidar (y hoy venimos a reivindicar) es el papel que, de igual manera, jugaron muchos grupos españoles en nuestro país, ayudando a modernizar la España gris de la dictadura. Porque aquí también hubo grupos, muchos y muy buenos que, lamentablemente, las nuevas generaciones no conocen y que no tenemos presentes a menudo. Bandas como Los Brincos, Lone Star, Los Sirex, Los Cheyenes, Los Botines, Los Canarios y un larguísimo etcétera son nombres olvidados de nuestra historia, a pesar de que hay hazañas que contar y buena música de la que disfrutar.
Hace algunos años, en una conferencia a la que tuve el privilegio de asistir, Diego Manrique decía que la historia de la música hay que contarla cada cierto tiempo, refrescando la memoria a los que la vivieron, y presentándola así a las nuevas generaciones de musiqueros que se enfrentan a una abrumadora y anárquica oferta musical, en torno a la cual es necesario arrojar un poco de luz. Un buen ejemplo son Los Bravos, nuestro conjunto más internacional en aquellos locos y prolíficos años sesenta.
Corría el año 1965. El mánager y productor Alain Milhaud busca un grupo español que internacionalizar, algo que Los Brincos, el gran cuarteto nacional de mediados de los sesenta, no habían logrado conseguir. Manolo Díaz, cantautor que trabaja con Milhaud, les habla de Los Sonor (germen de lo que serían posteriormente Los Bravos), un grupo con mucho potencial del que había formado parte años atrás. El productor francés valora ese quinteto y no tarda en poner en marcha la maquinaria del marketing. De lo que se trata es de tener buenas canciones y saber presentarlas, crear expectación y no hacer del público una mera masa receptora del producto.
El hábil Milhaud sólo tenía que llamar la atención y, para ello, nada mejor que involucrar al público objetivo en la formación de un conjunto que (¡problema!) no tenían nombre, algo de lo que se lamentaban en su primer single. Los fans debían proponer nombres para bautizar al conjunto en un acto sin precedentes.
Por primera vez en su historia, el Teatro de la Zarzuela (Madrid) daba cabida a una banda de rock, y el famoso programa El Gran Musical, de La SER, lo retransmitiría en directo para toda España. "Los Bravos" fue la propuesta ganadora, aunque lo cierto es que la decisión ya estaba tomada antes de toda aquella maniobra de mercadotecnia. "Bravo" era una palabra reconocible para cualquier extranjero, identificable con nuestro país y, por tanto, la mejor manera de llamar la atención sobre un grupo español más allá de nuestras fronteras. Había calidad vocal y carisma en Mike Kennedy, un cantante alemán con un inglés apto para convencer al público internacional; contaban con el catálogo de DECCA para extraer repertorio y con el buen hacer compositivo de Manolo Díaz; así como con el apoyo de Phil Solomon, responsable de Radio Carolina, una de tantas emisoras pirata europeas que haría llegar los temas de Los Bravos a la juventud británica.
Si Los Brincos eran los homólogos españoles a Los Beatles, los chicos buenos del pop, Los Bravos fueron vendidos como el equivalente a los Rolling Stones. Eran los malos, lo que traía publicidad y a los oyentes más duros que no comulgaran con la propuesta de Los Brincos. ¿Su mayor gesta? Lograr acceder a los primeros puestos de las listas británicas y estadounidenses, algo que ningún otro grupo de rock no anglosajón había logrado antes.
Los Bravos fueron un grupo excelente de gran repercusión nacional e internacional. Todo un fenómeno musical, social y cultural en la España de la segunda mitad de los sesenta. Algunas de sus canciones son himnos y, en consecuencia, venimos a reivindicarlos.
Pero antes, es preciso indicar que Los Bravos no fueron un grupo prefabricado, como puede darse a entender, sino un grupo con experiencia, actitud y el potencial suficiente para que Alain Milhaud y Columbia apostaran decididamente por ellos.
Los Bravos habían emergido de la unión de Los Sonor y Mike and The Runaways. Los primeros, un grupo madrileño en el que militaron personalidades como Luis Eduardo Aute o el aludido Manolo Díaz, los cuales tienen el privilegio, en septiembre de 1963 de editar el primer LP de un conjunto pop en España, girando los años siguientes por Francia y Reino Unido. Los segundos, The Runaways (antes Lonn and the Crys), un grupo mallorquín a los que, a finales de 1964, tienen la oportunidad de actuar en Alemania, donde se curten, como antes los Beatles, en jornadas maratonianas de ocho horas. Como aquellos, incluso fueron durante algún tiempo la banda de acompañamiento de Tony Sheridan. Y sería allí donde conocerían a Mike Kennedy, el arrollador vocalista por el que pasarían a denominarse Mike and The Runaways. Dos bandas que en el verano de 1965 coincidirían en Mallorca, se fusionarían bajo el nombre de Los Sonor y, como ya sabemos, el resto es historia.
Hablar de Black is Black es hablar de Los Bravos de la misma manera que hablar de Los Bravos es hablar de Black is Black; una asociación inseparable, reconocida y tremendamente exitosa que en 1966 conquistó, desde España, el mundo entero. Extraordinariamente pegadiza y bailable, su bajo de ascendencia soul y su exquisita melodía interpretada magistralmente por Mike Kennedy hicieron de la canción un éxito internacional que los catapultó a los primeros puestos de las listas de medio mundo: Alemania, Australia, Bélgica, Francia, Grecia, Noruega, Brasil, Israel, Singapur, Sudáfrica, Canadá, etc.; siendo las británicas y estadounidenses las más especiales.
Mientras en el país de The Beatles llegaban al número 1 en Radio City y Radio London, y al 2 en Melody Maker y UK Top 50; en Estados Unidos figuraban en el puesto número 3 y 4 para las revistas Cash Box y Billboard, respectivamente, lo que era toda una hazaña, dado que Los Bravos se convertían en el primer grupo de procedencia no inglesa que llegaba tan alto en esas listas.
Ni Johnny Hallyday, el Elvis francés de los sesenta, pudo resistirse a las virtudes musicales que definían el tema compuesto por Michelle Grainger, Tony Hayes y Steve Wadey, con arreglos y producción del británico Ivor Raymonde, como queda de manifiesto en Noir c'est noir, la versión francesa de la canción.
Alain Milhaud y Los Bravos consiguieron con Black is Black la tan ansiada internacionalización que en aquella segunda mitad de los sesenta pretendían otros grupos como Los Brincos, quienes intentaron acceder al mercado italiano, francés y británico sin mucho éxito. Esto fue posible gracias a un sonido bien trabajado en estudios de grabación londinenses de DECCA donde, a diferencia de España, contaban con los medios técnicos adecuados para la ambiciosa empresa de Milhaud. Allí, los sindicatos británicos no permitían que los discos fueran grabados por músicos no sindicados, de manera que la base instrumental está ejecutada por músicos de sesión, aportando Los Bravos sólo la voz de Mike Kennedy y los coros de Toni y Miguel.
Así surgió la leyenda urbana que sostiene que la guitarra que aparece en el tema que nos ocupa no es ni más ni menos que la del virtuoso Jimmy Page (The Yardbirds y Led Zeppelin), guitarrista a sueldo en dichos estudios. Un rumor ampliamente extendido y aceptado que, sin embargo, no es cierto. Como apunta Guzmán Alonso Moreno, gran conocedor del conjunto y autor de Los Bravos. Recuerdos de una leyenda, no fue Jimmy Page quien tocó la guitarra en Black is Black, sino Big Jim Sullivan, guitarrista de sesión en DECCA como Page, y así lo recoge el propio músico en la lista que, en su página web, enumera los éxitos musicales en los que tomó parte.
Pieza divertida y desenfadada donde las haya, La Moto constituye una de las canciones más conocidas del repertorio del conjunto. Compuesta por el cantautor Manolo Díaz, el tema refleja la independencia que los jóvenes demandaban en esos días, así como las dificultades económicas de estos para hacerse con una.
¿Quién no quiere una camiseta con el número 100 después de escuchar esta canción? La composición también fue versionada al inglés, Baby, Believe Me, según mandaban los cánones de la época de cara a introducirse en otro tipo de mercado. La adaptación no tuvo mayor repercusión. No había motos ni pesetas por ninguna parte, la letra había sido adaptada a la idiosincrasia internacional donde los guiños nacionales no tendrían cabida ni gancho comercial, resultando una buena canción en el plano musical, pero una más en el apartado lírico, donde residía su atractivo original.
Aunque a los más jóvenes la composición les puede resultar hortera y añeja, era un pelotazo seguro en la época, tanto, que fue concebida en un principio para el grupo Los Pasos. Ante esto, Milhaud lucharía para que fuera grabada y editada, en primer lugar, por sus protegidos al verle hechuras de éxito. No se equivocaba.
Melódica y emocionante, repleta de sentimiento en las estrofas y triunfalista en los estribillos gracias a la brillante ejecución de los metales. Excitante en su final ante la rabiosa interpretación vocal realizada por Mike Kennedy. Así se podría definir esta maravilla lanzada como single en 1967. Formaba parte de Los chicos con las chicas, el álbum publicado aquel año y que, asimismo, se constituía como la banda sonora de la exitosa película del mismo nombre que protagonizó el conjunto.
Compuesta nuevamente por Manolo Díaz, Los chicos con las chicas tendría un gran impacto en la España de 1967. Una canción, aparentemente ingenua, que se erige en toda una declaración de intenciones de trasfondo sociopolítico.
Un canto a la libertad juvenil en una época en la que la decencia dictaminaba que chicos y chicas no podían estar públicamente juntos: "Los chicos con las chicas tienen que estar", canta Mike Kennedy, quien pocos compases más tarde afirmará:
"No nos impedirán / Que al anochecer / Podamos pasear, bailar y hasta correr / La gente no nos mirarán / No hay nada que esconder / Y hasta los viejos van a comprender / Que tú has de vivir". "La edad de piedra ya pasó / Al menos por aquí", entona poco antes.
El reflejo del sentir de una época en la que los jóvenes quieren olvidarse del pasado, disfrutar del presente y proyectar un futuro diferente al que se les ha impuesto.
Rítmica y buenrollera, con trepidantes pasajes instrumentales, coros sencillos y efectivos, guitarras distorsionadas y arreglos de órgano y metales que aportan el matiz necesario para hacer de este uno de los temas con más potencial de finales 1967. Fue un gran año para la banda a nivel nacional, no así a nivel internacional, cuyo éxito se había ido diluyendo poco a poco.
Según recoge Alonso Moreno en el libro anteriormente citado, la revista británica Melody Maker no ve en este un gran hit, pero sí un tema "suficientemente bueno como para ocupar un puesto entre los 50 primeros de las listas". Compuesto por los Bee Gees (sí, el famoso grupo de música disco que reventaron las pistas de baile en 1977 con su celebrado Stayin' Alive), el tema no pudo ser disfrutado en España hasta 1968, cuando se publicó Como nadie más, la versión adaptada al español.
Sigue leyendo sobre las otras míticas canciones de Los Bravos en el artículo de José Olmo para El Quinto Beatle
Nueve beneficios de escuchar músicapor elhuffpost