Refugio nocturno
Nos hemos encontrado ante este dilema 'brechtiano' con la historia de la falsa agresión al joven homosexual.
En su poema Refugio nocturno, Bertold Brecht nos habla de un hombre que cada día recauda dinero entre los neoyorquinos para pagar el albergue a personas sin hogar durante los gélidos inviernos. Con su frío expresionismo, Brecht duda cómo valorar esta conducta. Sí, es verdad que esa noche esos mendigos dormirán en una cama caliente y la nieve destinada a ellos caerá sobre el suelo. Y sí, también es verdad que actos caritativos de este tipo no ayudan a resolver las causas de la mendicidad, sino que, al atenuarla, ponen un grano de arena para mantener la era de la explotación. ¿Qué es más importante? ¿el nivel individual, atenido al bienestar intenso y concreto de una persona, o el nivel social, referido a las consecuencias que afectarán de forma mucho más indirecta y diluida a miles, tal vez millones de personas?
Esta semana todos nos hemos encontrado ante este dilema brechtiano cuando nos enteramos de que la historia de la agresión al joven homosexual había sido falsa. Entiendo que nuestra primera reacción elemental fue positiva, respirando aliviados al saber que nadie había pasado por esa horrible pesadilla, cuya intensidad está dada a una escala inimaginable para la mayoría de nosotros. Pero también después fruncimos el ceño de rabia al darnos cuenta de cómo la falsedad de esta historia iba a ser usada para restar credibilidad a miles de otras historias verdaderas de ataques en razón del sexo, el estereotipo sexual o la orientación sexual, si no tan espantosas como la de Malasaña, al menos lo suficientemente intolerables como para no poder aceptar que nadie empañe y obstaculice la lucha contra ellas.
La tensión entre la dimensión individual y social de los hechos es un problema constante para los medios. El 11 de septiembre de 2001 murieron en el planeta tantas personas debido a resbalones en las bañeras de sus casas como en las Torres Gemelas, pero obviamente a nadie le hubiera cabido en la cabeza que los informativos abrieran sus ediciones poniendo a un mismo nivel el ataque yihadista y los revestimientos de los sanitarios domésticos. Siendo el número de fallecidos la forma de la noticia, su fondo eran las repercusiones sobre la política y la geoestrategia mundial. Y es el fondo, no la forma, lo que determina el tamaño del titular. No es que haya muertes de primera y de segunda, sino muertes que son la punta del iceberg de un ataque global a la sociedad y otras que no van más allá de sí mismas.
No sé cómo hubiera valorado Brecht lo ocurrido esta semana. La política, —en su origen completamente volcada hacia lo colectivo, y, por tanto, neutralizadora de las casuisticas particulares—, ha ido girando hacia psicologismos individualistas al entregarse al furor demagógico propio de los nuevos medios y las redes sociales. Afortunadamente un chico de veinte años no fue agredido salvajemente. Lamentablemente tenemos un maldito partido de extrema derecha al que le basta cruzarse de brazos y sentarse a esperar para que las torpezas e idioteces de los partidos de izquierda hagan crecer como la espuma sus expectativas electorales. ¿Hubiera considerado Brecht que un ciudadano puesto a salvo valía más o menos que un aumento en escaños parlamentarios del fascismo en la Alemania de su época?