En las entrañas de Siret: mirando a los ojos al precio de la guerra de Ucrania
El fotoperiodista Pablo García muestra en este fotorreportaje, exclusivo para 'El HuffPost', la crudeza del drama humanitario de los refugiados ucranianos en la frontera de Rumanía.
Siret (Rumanía).- El termómetro marca 7 grados bajo cero. El frío es helador y bajo un telón de fondo de copos de nieve pueden advertirse las siluetas de un flujo incesante de personas. Mujeres y niños que caminan tirando de maletas portando en brazos a los más pequeños. En los letreros de la calle puede leerse “Siret”, pero sus hogares quedan ya muy lejos.
Se trata de las consecuencias de la guerra, de los desplazados que no dejan de llegar durante las 24 horas del día a esta pequeña localidad de Rumanía desde el comienzo de la invasión rusa. A solo dos kilómetros de la frontera con Ucrania, los refugiados proceden de distintos puntos, ya sea desde el sur en la ciudad portuaria de Odesa, o del norte, de la capital de Kiev y alrededores como Irpín. Los mismos lugares donde Rusia bombardea sin descanso y los combates se recrudecen.
Ataviados con chaquetas y zapatos que en muchas ocasiones no bastan para superar el obstáculo de la nieve, forman parte de los más de dos millones de refugiados que huyen de las tropas rusas y el fuego de la artillería. A su llegada, son atendidos por diferentes oenegés que les brindan comida caliente y bebida, pero también ropa de abrigo y juguetes para los críos. Lo que sea posible para poder sobrellevar el duro trance al que se ven sometidos, desde que hace diez días las palabras “operación militar especial” les cambiaron la vida en un instante.
Cansancio, tristeza y miedo. Todos ellos forman parte del denominador común que les une, después de haber dejado todo atrás. A sus familias, a sus trabajos, a sus casas; en definitiva, todo lo que habían construido a lo largo de los años y no cabe en una maleta. En Siret les esperan hileras de autobuses y furgonetas en una pequeña zona habilitada a los pies del un hotel con un revelador nombre. Se llama Frontera. Ahora, reconvertido en un centro logístico para ayudar a los refugiados y darles cobijo de las temperaturas extremas, mientras esperan el aviso para montar en los vehículos que les llevan a una nueva vida en Bulgaria, Italia, Alemania y otros países europeos.
Uno de los mayores destinos a los que se dirigen los desplazados desde Siret es Suceava. Cerca de 50 kilómetros les separan desde este punto de partida a una nueva vida. La misma distancia que existe hasta la capital rumana, Bucarest. Por ello, muchos de los autobuses que parten desde esta pequeña localidad van directos a otros países. Desde el norte de Italia a regiones de Bulgaria.
En Siret están presentes organizaciones de muchas naciones diferentes, entre ellas algunas españolas como Save the Children. No obstante, detrás de los puestos en los que se afanan para entregar comida y recursos tan valiosos en esta situación como puede ser un abrigo decente se encuentran voluntarios de los alrededores y zonas próximas. La solidaridad no ha entendido nunca el concepto de una frontera.
El puesto fronterizo de Siret se ha convertido en la alternativa para muchas personas que quieren escapar de las bombas, ante la masificación de la frontera polaca. Aunque la situación comienza a tornarse muy similar. Las escenas de familias que llegan con sus hijos no dejan de repetirse y a medida que se acercan a los puntos de atención les entregan cosas que pueden parecer una nimiedad, pero una golosina o un pañal puede marcar la diferencia para quien huye del horror.
El flujo de refugiados no se detiene ni un instante. Da igual que sea con la luz del día o cuando cae la noche y con ella las temperaturas se desploman. No dejan de llegar personas desde todos los puntos del país. Cuando cruzan la frontera, cada una trae su propia historia, pero es la misma tragedia para todos.
El pronóstico para los próximos días no es más alentador. A ese goteo incesante de personas que no dejan de cruzar a Rumanía se suma la amenaza de las heladas. No hay visos de que la nieve deje de caer, mientras se configura como más que esencial el papel del hotel Frontera, reconvertido en albergue.
En el lugar también prestan apoyo las fuerzas de seguridad y emergencia para coordinar el paso de los desplazados. En sus ojos, en las miradas se atisba la angustia que dejan días caminando o buscando la forma de poder abandonar un país que, hasta hace una docena de días, mostraba un aspecto radicalmente distinto. Tras las pisadas de la nieve atrás quedan miles de edificios destruidos, sangre y fuego. Y, quizás, la promesa de regresar.