Recomendaciones respecto al coronavirus. Aquí te quería ver
Sorprende que en Cataluña hagan cerrar los cines y los teatros pero no las discotecas, eso que ahora llaman «ocio nocturno».
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Por un lado estamos pagando las consecuencias de las decisiones politicoeconómicas (quizás sanitarias) de las autoridades y, por otro, las del comportamiento de la población de quince días antes. Dentro de dos semanas vamos a pagar lo que se está haciendo ahora.
Sorprende que en Cataluña hagan cerrar los cines y los teatros pero no las discotecas, eso que ahora llaman «ocio nocturno». Es raro porque parecen hechas de propio intento para contagiar y contagiarse. La distancia física tiende a cero; el lavado de manos en aseos abarrotados también; las mascarillas son un oxímoron. Curiosamente, aunque pronto se iniciará el curso, no se habla de escuelas e institutos y a pesar de que en países vecinos como Portugal o Grecia hacían ya turno de mañana y tarde antes de la pandemia, aquí ni se mencionan; claro que dos turnos obligarían a contratar a más profesorado y PAS.
Hace más o menos una semana, el viernes 17 de julio, las autoridades catalanas «recomendaron» moverse y salir de casa lo menos posible, y no ir a las segundas residencias. Los atascos en los peajes ese mismo viernes fueron de campeonato y después del fin de semana sólo había regresado un tercio de los coches.
Recomendar —que apela a la responsabilidad ciudadana y a la de cada persona— ocasiona que seas ama y señora de tus actos y decisiones. ¿Entra dentro de un aceptable y prudente «salir de casa lo menos posible» ir al club a nadar al aire libre aún tomando todas las medidas de seguridad tanto allí como en el bus? Aquí te quería ver; tanto quejarte de que no quieres que te prohíban nada, de que no es necesario, de que tú ya eres consciente de la situación y lo suficientemente responsable y ahora no sabes qué hacer. Tenía que ir a la aireada Llançà a pasar unos días pero con gran pesadumbre me quedé en Barcelona.
¿Qué haré la próxima vez? No lo sé. Por un lado actúa el perverso: «si todo el mundo lo hace por qué yo no...», que rige y regía para mal tantas actuaciones; por otro, el tramposo: «es que mi hermano cumple setenta años y eso sólo pasa una vez en la vida...», cada día hay aniversarios, hechos, situaciones, que no se repetirán nunca más; o el de la aznariana y falsa libertad: «a mí nadie me dice lo que tengo que hacer o no...».
No ayuda a tomar decisiones y asumir responsabilidades la mezcla de medidas sanitarias y politiqueo rastrero. Donald Trump afirma ahora que llevar mascarilla es «patriótico». ¿«Patriótico»? Será prudente, seguro, saludable, preventivo, necesario y un largo etcétera, ¿pero «patriótico...»? (Hasta ahora, Trump se había negado coquetamente y de acuerdo con su idea de la masculinidad a llevarla. A muchos hombres les cuesta y disgusta protegerse y proteger partes del cuerpo. Podría hablar de los condones, pero nos llevaría demasiado lejos. Me gustaría recordar como en 2012, una vez recuperado tras un robo, Mariano Rajoy manoseó con sus manos desnudas, sin guantes y sin escrúpulos, un tesoro como el Códice Calixtino, patrimonio del Estado, es decir, de toda la ciudadanía, en el acto de entrega al arzobispo de Santiago, Julián Barrio, que también lo toqueteó sin guantes ni miramientos. Paradójicamente una de las noticias que informaba de ello tenía por título: «Rajoy ofrece protección para el Códice». Que se tapen y se velen ellas.
Sin llegar al extremo de la trumpada, no ayuda en nada que las mascarillas luzcan las banderitas de los países. No tenían suficiente con las solapas. En la última cumbre europea, algunos de los políticos llevaban mascarillas negras, osaría decir que de diseño (jamás se habla de lo muy presumidos que llegan a ser los hombres), y muchas llevaban la banderita correspondiente. No las detecté entre las políticas. De hecho, Angela Merkel y Ursula von der Leyen solían llevar mascarillas blancas o celestes de las más corrientes y molientes, sin ostentación ni intentos de marcar territorio.
Tampoco ayuda que a Pedro Sánchez desde que volvió de Bruselas no se le caiga de la boca la palabra «extenuación» referida sin ningún pudor a sí mismo. Sólo faltaría que no negociara las horas necesarias para llegar a un acuerdo; sólo faltaría que no durmiera pocas horas; sólo faltaría que abandonara las responsabilidades a las que se presentó voluntariamente en unas elecciones. Van en el sueldo.
Sentir la palabra «extenuación» en su boca y recordar la extenuación física y mental de tantas médicas y enfermeros, de todo el personal sanitario, de limpieza y de servicios durante el confinamiento, es obsceno. Pensar que lo más probable es que tengan que volver a extenuarse, aún lo es más.
Mientras tanto que cada cual cumpla y asuma las recomendaciones que las autoridades vayan emitiendo.