Reciclemos el día de Sant Jordi (23 de abril)
¡Qué influencia o eco simbólico o metafórico tendría en todos nosotros, qué lección significaría, regalar una rosa dibujada en un papel reciclado!
Todo el mundo asocia el día de Sant Jordi, el 23 de abril, a la rosa y el libro.
Por un lado, tenemos el elemento romántico de la rosa al ser regalada a la amada como una tradición antigua, pero también hoy en día como una ofrenda de amistad, de compañerismo, de cariño, de amor para todas aquellas personas, hombres y mujeres, con las que nos mantenemos vinculados en nuestro trayecto vital. Padres y madres, hijos e hijas, abuelos y abuelas, nietos y nietas, amigas y amigos, compañeros y compañeras. La gran dama del día de Sant Jordi es, sin duda, la rosa de pétalos carmesíes (el color de la pasión) y aterciopelados, y adornada, la flor, con una cinta con los colores de la bandera catalana. Es muy bonito saber su historia y la encontraréis contada y bien contada en la bola mágica de Google.
Por otro lado, de este día tenemos, también, el elemento comercial, tanto de la rosa como del libro, lo cual produce, implica, arrastra, probablemente para bastantes personas, una montaña de disonancias cognitivas quizás difíciles de resolver emotivamente: este año 2022 se han vendido seis millones de rosas, la mayoría provenientes de Colombia y Ecuador: la rosa freedom. También de Holanda y Kenia: la rosa red naomi holandesa. Las rosas que llegan de Kenia no sé cómo se denominan. En cualquier caso, las que son de origen catalán no llegan al 3% de estos seis millones. De modo que aquella flor aterciopelada y carmesí cuyos pétalos expelían una fragancia que dejaba su rastro en la plaza pública, los tenderetes, las calles, las estancias de las casas, es ahora una flor insípida, roja, amarilla o blanca, que nos llega de países lejanos (excepto Holanda) pero que, por supuesto, tiene un protagonismo primordial, ya que, para el sector de la floristería, representa un tercio de la venda de rosas durante todo un año en Cataluña.
Sin embargo, más que del lugar de donde provienen y su absoluta carencia de fragancia, desaparecida en los recuerdos olfativos del segmento de personas de más edad, me preocupa, por la magnitud del fenómeno, que una festividad de paz y amor se vea implicada con su contribución a la seria problemática del cambio climático: ¿qué representa, en costes energéticos y de emisión de gases invernadero, el viaje en avión de estas preciosas flores, que hoy en día ni son de terciopelo (solo las más caras, que no son las que más se venden) ni desprenden aquellos efluvios sublimes que algunos tenemos guardados en la vinaza de la memoria olfativa?
Seguramente la repercusión en el medio ambiente no es significativa comparada con las repercusiones de las emisiones que produce a diario el consumo del mundo capitalista neoliberal donde vivimos y que son responsables de la derrota climática que sufrimos. Por ejemplo, la moda. Pero creo que tomar conciencia de este hecho puede tener un valor simbólico que nos ayudaría a realizar el cambio de paradigma necesario para salvar el planeta. Quizás las cosas no puedan ser como antes porque, hoy en día, los humanos somos muchos. ¡Qué influencia o eco simbólico o metafórico tendría en todos nosotros, qué lección significaría, regalar una rosa dibujada en un papel reciclado! Un pequeño acto, un pequeño gesto, que además motivaría la creatividad de las personas a dibujar y pintar, cada una, una rosa de su propio imaginario.
En cuanto a la vertiente comercial del libro, solo quiero esbozar unas breves pinceladas. Es alentador y nos enternece ver cómo los niños y niñas se ilusionan comprando un libro, o más de uno, para ellos o para sus seres queridos —sus padres, sus abuelos, sus hermanos, sus maestros... Este gozo que sienten los niños y niñas cuando participan de la fiesta adquiriendo libros no solo no debe perderse, sino que debemos fomentarlo. Es evidente que al fomentarlo estamos avivando el gusto por la lectura y, al mismo tiempo, por la cultura. Y también precipitamos la ofrenda empática hacia el otro; el regalo ajeno. Dicho esto, otra cuestión muy distinta es cuando hablamos de los libros para adultos y cuando, de este día, hacemos una fiesta de la cultura.
Solo quiero remarcar el peso abrumador y nada positivo que tiene la vertiente comercial de esta festividad de Sant Jordi. El día de Sant Jordi está dominado por la «cultura» de las grandes empresas y entidades que controlan los medios de comunicación y orientan la demanda lectora según sus intereses. Basta con ver cuáles son los libros que aparecen de lo más flamígero en el ranking de los más vendidos. Debemos ser conscientes de que hay muchas novelas, muchos ensayos, muchos poemarios mucho mejores que los más vendidos. Más valdría poder descubrir algunos de estos libros relegados al olvido o con su presencia minimizada, escuchando la voz de representantes de la cultura, cuyas motivaciones no están regidas por intereses personales ni comerciales. Es decir, buscar lecturas por su valor cultural y no por la presión mediática y comercial.
Toda esta apretada reflexión la hago con el ánimo de construir un día de Sant Jordi mejor, como una oportunidad para disfrutar de la cultura sin manipulaciones interesadas; manipulaciones que nada tienen que ver con la cultura con mayúsculas. Sin duda seríamos personas con mayor criterio y capacidad crítica. Es decir, más libres. Sant Jordi podría convertirse en una oportunidad para desarrollar estas actitudes.