Radicales ganan, moderados pierden
Cuando hace cinco años, el movimiento soberanista empezó a dejar de ser un elemento residual de la sociedad catalana para convertirse en un factor central, sus impulsores poco podían imaginarse que el principal aliado que tendrían en su expansión y crecimiento sería el Gobierno de Mariano Rajoy y su caravana político-mediática.
Paralelamente, cuando años después este Gobierno empezó a darse cuenta –pero no a reconocerlo– que el independentismo no sólo se había dotado de una proyección y solidez social determinante, sino que también se había convertido en la primera tendencia política de Catalunya, poco podía imaginarse que el principal aliado que tendrían para neutralizarlo serían los propios errores estratégicos que cometería este adversario.
Resulta sintomático que los principales éxitos que han logrado ambas partes en la mayor crisis que ha vivido el Estado español desde la restauración de la Democracia hayan sido los goles en propia puerta que han cometido ambos actores.
Con este escenario llegamos al que hasta ahora es el tramo más decisivo de la contienda, pero no el definitivo, a pesar de los pronunciamientos del Gobierno y sus voceros mediáticos (que en este conflicto han logrado superar el tradicional bloque reaccionario y abrazar parte del supuestamente progresista).
El Gobierno y el bloque unionista habían conseguido en los últimos días dominar el juego y el escenario. Y ayer lo volvieron a reventar tras la decisión de la juez Lamela, a instancias del fiscal (es decir, la Moncloa), de encarcelar a medio Govern, como si estuviéramos en Turquía. El Gobierno del PP –con el entusiasmo de C's y la pasividad del PSOE– había logrado recuperar el terreno en los últimos días.
Lo había logrado no tanto por sus aciertos –que en todo este conflicto han sido escasos y nulos, hasta que Europa ha obligado a Rajoy a convocar elecciones al Parlament de Catalunya el 21 de diciembre en vez de la próxima primavera, como tenía previsto–, sino porque en el soberanismo ha demostrado no tener un Plan B tras el éxito incontestable de organizar el referéndum del 1 de octubre, a pesar de los ilimitados intentos del Gobierno para boicotearlo.
Proclamar la República Catalana sin reconocimiento internacional, sin controlar los recursos económicos y con la policía propia fuera de control figurará en los libros de Historia como uno de los mayores errores estratégicos de la política contemporánea. Un gol que incluso supera el que se metió por la escuadra y en propia puerta el Gobierno reprimiendo con violencia el 1 de octubre.
El Estado Mayor del soberanismo fue incapaz de gestionar este regalo de Rajoy, ampliado días después con el encarcelamiento de los dos dirigentes que han organizado las mayores manifestaciones de la Europa actual sin el más mínimo incidente. Demasiada ventaja servida en bandeja por el Gobierno para saberla administrar de manera inteligente y habrá que ver si el intolerable ingreso en prisión de la mitad del Govern decretado ayer por la juez, en una nueva muestra de represión, supondrá algo más que vitaminas renovadas para la tropa.
El marcador se mueve en base a los autogoles, tanto de una parte como de otra. Y la ventaja que alcanza cada uno, visto lo que se ha jugado hasta ahora, no resulta aval alguno para alcanzar la victoria.
La clave de este abultado número de goles en propia puerta es que la contienda se juega en los extremos. En ambas partes y equipos. El movimiento independentista actual está pilotado, fundamentalmente, por ERC y los llamados hiperventilados, que han desplazado del eje central al PDeCAT. Mientras que las operaciones de Moncloa –en competencia directa por el extremo derecho con Ciudadanos– han renunciado a abordar este conflicto político desde la más mínima intención política y han centrado todo su arsenal en la lógica judicial.
Los extremos tal vez no se atraigan, pero se necesitan para dotarse de combustible suficiente, aunque simplemente sea para conducir la nave con rumbo incierto. Por muchos años de encarcelamiento que se pidan (Moncloa pide y el reprobado fiscal Maza concede y afina), por mucha aplicación del 155 y por mucha destitución que se produzca, ningún independentista va a dejar de serlo. Más bien, al contrario, la fábrica de independentistas en la que hace ya cinco años que se ha convertido el Gobierno español funciona perfectamente engrasada. Y ese es realmente el problema que el unionismo más recalcitrante no ha querido ni reconocer ni mucho menos abordar.
Mientras tanto, el centro del campo –allí donde realmente se deciden y se ganan los partidos– continúa semideshabitado. El PNV y las confluencias de Podemos han estado allí en solitario, pero algo despistados, acompañados por una parte (minoritaria) de los socialistas. El PDeCAT, tras percibir la dura realidad de la fría Europa, reclama ahora volver a ocupar ese espacio, sin renunciar a sus principios, pero adaptando la estrategia a la inevitable negociación de un referéndum acordado si el soberanismo en su globalidad vuelve a ganar las elecciones.
No le resultará fácil, ya que Rajoy no tiene ninguna intención de que los moderados tengan protagonismo en el campo soberanista, de ahíí que la juez haya salvado a Santi Vila de pasarse meses en la cárcel como sus excompañeros del Govern. Prefieren lanzarlo a los leones de Twitter y que sea acusado de "traidor". El juego del equipo más fuerte es duro, lleno de trampas y de excesos, con una afición ultra que intimida a los jugadores (aupada, como es habitual en estos casos, por la misma Directiva) y el árbitro internacional se ha escondido en el vestuario... pero todavía hay partido.