Quizá de maricones, pero nunca de rojos
¿De verdad éste va a ser el perfil de la nueva normalidad progresista de izquierdas?
Jorge Javier Vázquez gritó “¡éste programa es de rojos y maricones!” y se tiró al suelo. O se tiró al suelo y gritó “¡este programa es de rojos y maricones!”. Ocurrió en Sálvame hace unos días. No lo recuerdo bien, porque el área cerebral encargada del procesamiento de las memeces está muy cerca de las neuronas que se ocupan del almacenamiento de los recuerdos inútiles, y ambas tareas interfieren entre sí. Se estaba discutiendo sobre algo de Merlos, y uno de los charlantes intervinientes se marcó un argumento ad pabloiglesiam, que es algo así como el argumento ad hitlerum de toda la vida, pero macerado un tiempito en barricas de Okdiario. Si no sabes cómo atacar algo, relaciónalo con Hitler o con Iglesias; si no sabes cómo defender algo, relaciona a los que lo atacan con Iglesias o con Hitler. Y ahí Jorge Javier, adalid de la valiente denuncia ante cuantas falacias se crucen en su labor periodística, petó.
Podría haber gritado “¡este programa es de democristianos y maricones!”, “¡este programa es de centristas que aúnan postulados económicos keynesianos con una visión socialdemócrata en asuntos culturales y maricones!”. Incluso, en el remoto caso de que tuviera un mínimo interés en decir algo cierto, podría haber gritado “¡este programa es de liberales y maricones!”. Pero no. Seguramente afectado por el marcado activismo en contra de las privatizaciones de empresas públicas que ha caracterizado obsesivamente toda la carrera de Belén Esteban, influido por su labor a favor del sindicalismo y los derechos de los trabajadores de Telecinco de los que habla Kiko Hernández siempre que tiene ocasión, -cómo no contagiarse de tantos años de trinchera en la defensa de la escuela pública junto a Lydia Lozano-, Vázquez decidió que era el momento de salir de otro armario. Esta vez, de uno dentro del que nunca había estado.
Porque Sálvame tiene de programa de rojos lo que Isabel Díaz Ayuso tiene de freudomarxista. Es difícil superar a la sopa boba de Jorge Javier en esa mezcla espesa de valores de la derecha -eso sí, de la derecha pop, no de la derecha 23F, ¿quién ha dicho que exista una sola derecha?-: exaltación del capricho individual como medida de todas las cosas; apología de la irracionalidad y el ensimismamiento para mantener a la peña apijotada; defensa de modelos que en lo irrelevante son rebeldes y contestatarios, y en lo relevante perpetúan de un modo casi biológico los esquemas sexistas y clasistas. Vázquez se cree muy rojo por ser muy tolerante en el ámbito sexual, olvidando que esa tolerancia no define a las izquierdas frente a las derechas, sino a las izquierdas y las derechas actuales frente a las izquierdas y las derechas de hace un siglo, siendo básicamente un logro del individualismo capitalista. Sálvame es un manual de la inacción política, y sólo podrá ser considerado de izquierdas en un mundo en el que se confunde a Cayetana Fitz-James Stuart -“hay que ver qué revolucionaria fue la duquesa, que se pasó la vida entera sin dar un palo al agua haciendo lo que le dio la gana con sus millones”- con Dolores Ibarruri.
No me caracterizo por ser un espectador fiel de Sálvame, pero para analizar las materias uniformes –como la sangre, las heces o la idiocia– basta con tomar una pequeña muestra de ellas. Sálvame es una papilla no newtoniana, de ésas que parecen líquidas y ligeritas, pero se vuelven duras como piedras al chocar contra ellas. Ricos horteras chismosos poniendo en escena histriónicamente sus naderías ante horteras chismosos menos favorecidos económicamente. El sentimientocentrismo -sí, conseguiré implantar esta palabra cueste lo que cueste- como único principio activo de la terapia. ¿De verdad éste va a ser el perfil de la nueva normalidad progresista de izquierdas? No tengo ni la menor idea sobre si Sálvame es un programa de maricones, pero puedo garantizar que como esto sea ser rojo en el siglo XXI estamos verdaderamente jodidos.